El cajón de madera se abre y aparecen decenas de
pájaros muertos, disecados y ordenados en hileras. Forman parte de la colección
de objetos robados por los nazis a judíos y otras
víctimas, que el museo
de ciencias naturales de Salzburgo se ha propuesto devolver a sus dueños
originales. Aspiran también a arrojar luz sobre el oscuro pasado de este museo,
dirigido hasta los años setenta por un ex alto mando de las SS que se esforzó
por legitimar científicamente al
Tercer Reich.
MUSEO DE CIENCIAS DE SALZBURGO EN 1938 EN LA AUSTRIA OCUPADA POR LOS NAZIS |
El caso de Salzburgo es especial por ser el primer
museo de ciencias que pone en marcha una restitución como las del mundo del
arte. Pero este ejercicio de expiación histórica no es un caso aislado en Austria. Casi 70 años
después del fin de la Segunda
Guerra Mundial, los esfuerzos por saldar cuentas con su pasado cobran nuevo
brío. Las restituciones de cuadros robados, la retirada de honores a antiguos
nazis y la relectura del pasado se suceden. Las nuevas generaciones de
austriacos, protegidos por décadas de distancia histórica, parecen estar
dispuestas a explorar rincones de su historia que sus padres no supieron o no
quisieron transitar. “Es tarde, pero no demasiado tarde”, cree Robert Hoffmann,
el historiador que ha desvelado el pasado criminal del museo . “Olvidar no es
una opción. Sólo podremos abordar al futuro si miramos al pasado”, añade el
investigador.
Fue en 1995 cuando el historiador Gert Kerschbaumer
empezó a interesarse por el pasado de Eduard Paul Tratz, el ex alto mando de
las SS, que dirigió la Haus der Natur hasta 1973. En el museo le cerraron las
puertas. Kerschbaumer se sumergió en los archivos en Viena y en Berlín y fue
reconstruyendo la historia del museo, que a partir de 1939 se convirtió en uno
de los pilares de la Ahnenerbe, el instituto de investigación con el que Heinrich Himmler, líder de las SS,
pretendió dar un barniz pseudocientífico a la criminal ideología de la
superioridad racial. Las mismas ideas que motivaron la experimentación con
seres humanos hasta matarlos. Y cuyo director Wolfram von Sievers fue condenado
a la horca en el 48 en el llamado Juicio de los Médicos. “Lo que encontré en
los archivos era una historia conocida en Salzburgo, el problema es que no se
le daba importancia”, relata Kerschbaumer.
Con la llegada de los nazis, Tratz un carismático
ornitólogo de Salzburgo, que había fundado el museo en los años veinte,
demostró ser un camaleón digno de su colección y se adaptó con facilidad a los
nuevos tiempos. Lanzó una campaña de confiscación descontrolada para lo que
viajó por el mundo robando lo que pudo: pájaros, bisontes, gacelas, morsas,
diccionarios científicos… Exponía sus hurtos en el museo, en las mismas salas
en las que sometía a los visitantes a un mejunje ideológico, que llegó a
incluir moldes de cráneos, incluidos los de judíos, con idea de demostrar que
se trataba de una raza inferior. “Ha creado un trabajo excepcional”, escribió
Himmler en el libro de visitas del museo.
Después de la guerra, los americanos encerraron a
Tratz en un campo cerca de Salzburgo, del que salió para volver a dirigir el
museo en 1949 Tratz nunca se distanció públicamente de su pasado. Por eso,
Helmut Huettinger, un político local de Los Verdes lanzó una iniciativa para
que se le retire el título póstumo de ciudadano de honor a Tratz. Su intento
fracasó al toparse con el veto de las fuerzas políticas. “Mucha gente cree que
si no hablas de algo, el problema deja de existir”, se lamenta Huettinger en
una café.
“Los nazis volvieron a Salzburgo a ocupar las
instituciones oficiales. Los nazis siguieron estando entre nosotros”, explica
Kerschbaumer, quien recuerda por ejemplo, que el jefe de la policía de
Salzburgo hasta los noventa fue un destacado miembro de las SS. “Cuando se
emborrachaba, todavía hacía el saludo hitleriano”. Las investigaciones de Kerschbaumer
fueron ignoradas. Pero la llegada de un nuevo director y la proliferación de
casos de restitución de obras de arte en Austria, creó el clima propicio para
que el museo se atreviese con un pasado tan opaco como criminal. No se había
hecho nunca antes en museos de ciencias naturales.
Marko Feingold, a sus 101 años, le ha dado muchas
vueltas en su cabeza a la historia y a cómo la recuerda su país. Es el único
judío superviviente de los que llegaron a Salzburgo en 1945. Los nazis le
encerraron en Auschwitz,
Dachau y Buchenwald. Llegó a pesar 35 kilos. Acusa a Austria de arrastrar los
pies de forma premeditada durante décadas, pero también cree que aunque tarde,
el cambio se va produciendo. “La primera generación [después de la guerra]
trabajó para el Tercer Reich. Sus hijos crecieron con una versión dulcificada
de lo que habían hecho sus padres. Es la tercera generación la que ahora hurga
en la historia. Asistimos a un nuevo momento”, piensa Feingold en la trastienda
de la sinagoga de Salzburgo.
Una exposición explica ahora con detalle el pasado
del museo a los visitantes que vienen a ver las 900.000 piezas de la colección.
No verán sin embargo la trastienda, donde en salas repletas de animales
disecados, se guardan las piezas que deben enviarse a sus dueños. Gacelas,
búfalos, águilas, 800 pájaros pequeños o el busto de una morsa son algunos de
los objetos que devolverán a la familia Rothschild, a una institución católica
o a un museo en Varsovia.
“Cerca del 85% de los objetos robados se devolvieron tras la guerra con las
comisiones de los aliados. Pero en 2010 decidimos revisar los fondos e
identificamos nuevos casos de espolio”, explica pájaro en mano Robert Lindner,
director del proyecto.
La restitución de la Haus der Natur coincide con la
ofensiva legal de una familia judía contra el Estado por el famoso friso de
Beethoven de Gustav Klimt. Coincide
también con el descubrimiento en Múnich y en Salzburgo de cientos de obras de
arte robadas por un octogenario. “Los casos que salen en la prensa son sólo
los más espectaculares”, advierte Lindner. Son la punta de un iceberg que
esconde una maraña de batallas legales que reflejan que las heridas de la
guerra quedan lejos de haber cicatrizado. La filarmónica de Viena ha sido la
última institución en sumarse a la oleada de revisión histórica. “Esta es una
larga historia que aún no ha terminado”, sostiene Hannah Lessing, del fondo
estatal para las víctimas del nacionalsocialismo. El fondo tiene 6.400 casos
abiertos.
Los expertos señalan el llamado asunto Waldheim (Kurt, ex presidente
austriaco que ocultó su pasado nazi), a mediados de los ochenta, como el
inicio de la revisión de la responsabilidad histórica. Austria fue anexionada
en 1938 a la Alemania nazi, el Anschluss, que contó con el apoyo de numerosos
austriacos. Muestra de ello fue el entusiasta recibimiento al anunció de la
anexión por parte del propio Hiltler en
Viena. “Durante muchos años, Austria escondió su responsabilidad alegando que
fueron víctimas y no verdugos del nazismo”, interpreta Lessing. A partir de
1986 y con cierta lentitud, según los observadores, las instituciones
austriacas han ido sentando las bases para una completa revisión de su memoria.
El escritor Erich Hackl no cree sin embargo en la
llamada “teoría del silencio y el olvido”. Piensa que “la información estaba
ahí para quien quisiera obtenerla”, pero sí cree como el resto, que la
diferencia es que en los últimos años el debate se ha trasladado al gran
público.
Horas más tarde, en el museo, el altavoz anuncia que
es la hora de dar de comer al tiburón, una de las grandes atracciones de la
visita. Un tropel de adolescentes con capucha y acné se amontona frente a la
pecera del escualo, ajenos a la muestra que se atreve con la vida y obra de
Tratz . Puede que ellos aún no lo sepan, pero los historiadores depositan en
ellos sus esperanzas; son los jóvenes llamados a arrojar luz sobre un pasado en
ocasiones difuminado.
FUENTE _ El pais.
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