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sábado, 22 de marzo de 2014

EN BUSCA DEL REGRESO DE RAMSES II A EGIPTO.

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El traslado desde Egipto a París del gran obelisco faraónico que se alza en la plaza de la Concorde de París fue una gran aventura que requirió años (de 1831 a 1833) y una proeza de ingeniería. También un desvergonzado expolio a escala gigante. Y a tenor de lo que advierten algunos expertos, una sentencia de muerte para el monumento.
 El espigado bloque, de casi 25 metros (sin contar el pedestal) y 250 toneladas, proviene de la entrada del templo de Luxor, cuenta 3.300 años de antigüedad —de los que ha pasado apenas 178 en su actual emplazamiento parisino—, y tiene una pareja, que permanece en su lugar, de la que fue separado sin ninguna consideración histórica o artística (y no digamos ya sentimental).
Levantado con su hermano para cantar la gloria de Ramsés II, al que están dedicadas las inscripciones jeroglíficas que cubren sus cuatro caras, es uno de los más majestuosos y hermosos obeliscos construidos jamás por los antiguos egipcios. Y, según el prestigioso especialista en conservación Eduard Porta, sufre mucho, hasta el punto de que el experto lo califica de “enfermo terminal” que “debe volver a casa”.
La voz de Porta, químico y conservador de museos, coordinador de la restauración de la tumba de Nefertari en los años 1988 a 1992 y asesor del Museo Islámico de El Cairo, es la más reciente de las que se han elevado para advertir de que el obelisco egipcio desfallece en París y amenaza ruina; que el largo miembro de piedra se viene abajo vamos.
“Cuando los franceses se lo llevaron de Luxor estaba en un estado de conservación magnífico”, explica Porta, “pero las condiciones ambientales que viene sufriendo en París son las peores para su conservación, y ahora se encuentra en un estado terrible, muy degradado”.
Porta recuerda que el obelisco, construido en granito rosa de Asuán, es muy susceptible al clima de la capital francesa, letal, dice, para la conservación de la piedra. “El frío intenso, las largas heladas, la nieve, la alta pluviosidad, la contaminación y las vibraciones producidas por el tráfico de vehículos y el metro han provocado que se desarrollen profundas y largas grietas longitudinales”. Para el experto, no hay duda de que el obelisco “estaría mucho mejor en Luxor, ha sufrido muchísimo más en los 180 años desde que lo se lo llevaron que en los más de 3.000 años que pasó en su sitio”. Y añade: “Basta con compararlo con su pareja para darse cuenta del deterioro. El de París es de color gris sucio, manchado, oscuro, feo, mientras que el afortunado que se quedó en Luxor, donde la humedad es muy baja, el aire limpio y la lluvia muy escasa, es amarillo rosado y se conserva muy bien. Grietas, incluso pérdidas de material y demás degradaciones del granito son fácilmente visibles sobre las cuatro caras del obelisco de París”.
Uno de los fenómenos que más está actuando en la degradación de la piedra, detalla Porta, “es el aumento de volumen que se produce cuando el agua pasa de estado líquido al sólido; después de llover o peor, de nevar, si hay un descenso de temperatura por debajo de 0º el agua se congela y aumenta un 8% su volumen. Esa agua al helarse dentro de grietas y aberturas actúa abriendo aún más las fisuras y ensanchando los poros de la piedra lo que permite que entre más agua, y el ciclo continúa”. Hay más: “Cuando sale el sol, la piedra oscurecida por la suciedad y la contaminación empieza a calentarse muy rápidamente, pues el granito es muy buen conductor, el agua se evapora y sus restos concentran sales solubles ya sólidas que corroen el monumento. Otra fuente de daños son los hongos, algas y demás microorganismos”. Los responsables franceses de conservación son bien conscientes de los problemas y han dispuesto una serie de sensores sobre el obelisco, “pero es poco lo que se puede hacer”.
El especialista remarca que el obelisco no apareció en una excavación, sino que se encontraba en su emplazamiento original. “Arrancarlo de allí fue muy fuerte, una atrocidad, como llevarse porque sí una torre de la Sagrada Familia”. El retorno del obelisco se justifica no solo por su estado, subraya Porta, y porque trasladarlo fue un atentado al patrimonio, sino por el desaguisado causado en el aspecto del templo de Luxor al llevárselo. “Cuando miras el edificio es como mirar a alguien al que le falta un diente, da grima”, señala gráficamente.
Los franceses, que envidiaban a Roma, que tenía varios, se hicieron con el obelisco derecho del templo de Luxor como un regalo a su monarquía por parte de Mohamed Alí, virrey de Egipto nombrado por la Sublime Puerta, el Gobierno del imperio turco. “En puridad no podía regalarlo porque no era suyo”. A cambio, los franceses enviaron a los egipcios un reloj, emplazado en la ciudadela de El Cairo, que, recalca Porta, “no ha funcionado nunca”. El encargado del traslado del obelisco fue el ingeniero francés Jean-Baptiste Lebas, ingeniero de la Marina, un genio. La empresa fue muy compleja y requirió abatir el monumento, arrastrarlo hasta el Nilo, cargarlo en un barco especial que lo llevó hasta Alejandría y de allí en otro hasta Toulon, y desde el puerto transportarlo a París, adonde llegó, tras remontar el Sena en barcaza, en diciembre de 1833. Un viaje de 12.000 kilómetros. No fue plantado en la Concorde hasta el 25 de octubre de 1836, en un lugar en el que antes había estado instalada la guillotina, lo que no era un presagio esperanzador.
¿Podría buscarse alguna solución para conservar bien el obelisco en París? ¿Una gran caja transparente, por ejemplo? “¡Te imaginas el impacto visual! ¡Sería horroroso! Aparte de que construirle una vitrina no eliminaría los problemas de la vibración del tráfico, ni la condensación. También se ha hablado de desmontarlo y colocarlo en el interior del Louvre, lo que no parece realista. Lo mejor y lo más barato es pagarle el billete a Luxor”.
¿Hay alguna posibilidad real de que el obelisco vuelva a su casa? “Solo depende de que Francia quiera devolverlo, pero ya se sabe que devolviendo se pone uno muy malo. En realidad, desde el punto de vista técnico, sería muy sencillo transportarlo ahora. Nada que ver con la odisea que fue llevárselo. Bastaría con meterlo en un gran avión de transporte y en seis horas lo tienes en Luxor”. Estaría, claro, el problema de qué poner en su lugar. “Eso a mí no me importa, ¡que pongan una estatua de Carla Bruni!”.
Zahi Hawass, el exresponsable de antigüedades egipcio, ya inició una campaña para reclamar que se prestara un mayor cuidado a los obeliscos exiliados, recuerda Porta. Hawass exigió a EE UU que se restaurara el obelisco alejandrino que se alza desde 1880 en el Central Park de Nueva York, a su entender en un injustificable estado de abandono. Su caída (de Hawass) impidió el segundo paso que era reclamar el retorno del obelisco.
 
 
FUENTE-El País.

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