REINA SEMÍRAMIS |
A medida que se empezaron a descifrar los documentos en escritura cuneiforme, desde 1857, los reyes de Mesopotamia entraron en la historia con sus nombres, los grandes acontecimientos de sus reinados y el marco en el cual habían ejercido su poder. No sólo los reyes; con ellos, por decirlo así, también salieron a la luz de la historia los nombres de sus esposas y de los miembros femeninos de sus familias.
Sin embargo, esta reaparición no es en absoluto homogénea ni completa: seguimos ignorando, por ejemplo, cómo se llamaba la esposa del rey Hammurabi de Babilonia, en el siglo XVIII a.C., o el nombre de la mujer de Nabucodonosor II, en el siglo VI a.C., aunque, en este caso, la tradición grecorromana la menciona con el nombre de Amitris, hija del rey de los medos, Ciaxares.
Y es que algunas fuentes de la Antigüedad clásica reflejaban un escaso conocimiento del Próximo Oriente antiguo, de modo que se combinaban elementos reales con la visión estereotipada que el mundo griego tenía de las monarquías orientales. Uno de los mejores ejemplos de este tipo de tópicos es un personaje real femenino semilegendario: la reina Semíramis.
Según recoge el historiador griego Diodoro Sículo, Semíramis se casó con Onnes, un consejero del rey Nino de Nínive, y con sus sabios consejos ayudó a consolidar la carrera de su marido. Cuando una vez fue con él a una campaña militar en Bactriana, al norte del actual Afganistán, impresionó de tal modo al rey por su valentía y su habilidad, que el monarca decidió casarse con ella y obligó a Onnes a suicidarse. Convertida en reina, Semíramis sucedió a Nino y gobernó durante 42 años, construyó la ciudad de Babilonia, la adornó con jardines colgantes, desvió el curso del Éufrates y rodeó la ciudad de 70 kilómetros de murallas. Dirigió campañas militares victoriosas desde Armenia hasta Egipto y desde el Indo hasta Etiopía, y acabó renunciando al poder cuando supo que su propio hijo conspiraba con los eunucos del palacio para adueñarse del trono.
Esta biografía legendaria fue compuesta a partir de un gran número de elementos históricos reales, pero uniéndolos de tal modo que se correspondieran con la imagen que los griegos tenían de un monarca oriental. Ahora bien, el desciframiento de las fuentes cuneiformes pemitió confirmar la autenticidad del nombre de Semíramis cuando se descubrió en unas inscripciones reales del siglo IX a.C. el nombre de Shammu-Ramat, hija de un rey de Babilonia y esposa del soberano asirio Shamsi-Adad V. Tras la muerte de su marido, Shammu-Ramat habría gobernado Asiria como regente entre los años 811 y 808 a.C., esperando a que su hijo Adad-Nirari III alcanzara la edad de ejercer el poder y contando con el apoyo de la alta nobleza, en concreto del gobernador de las provincias fronterizas del oeste del reino, llamado Nergal-Eresh. La posición privilegiada que mantuvo Shammu-Ramat al frente del país se hace patente por el hecho de que fue la única entre todas las esposas reales asirias conocidas (a excepción de Libbali-Sharrat, la mujer de Assurbanipal) que ordenó erigir, hacia 797 a.C., en la ciudad de Assur, una estela de piedra con su nombre, conservada actualmente en el museo de Berlín. Parece que Shammu-Ramat vivió hasta 788 a.C. y ejerció una gran influencia sobre su hijo Adad-Nirari III. También se la menciona en otra estela oficial, según la cual habría participado con su hijo en una campaña militar en Siria.
La situación excepcional de Shammu-Ramat no es única en el «período imperial» (745-610 a.C.), el mejor documentado de la historia asiria. Esta etapa histórica nos ha transmitido los nombres de varias esposas reales, algunas de las cuales tuvieron también una posición política destacada. Constatamos así una diferencia evidente entre la situación de las mujeres vinculadas al trono en el Imperio asirio y la de las esposas reales en la parte sur de Mesopotamia. Por ejemplo, los reyes de Babilonia mencionaban de vez en cuando a sus hijas, ya fueran grandes sacerdotisas o estuvieran destinadas a casarse con el faraón de Egipto o con un rey vecino, pero en Elam (actual Irán) era algo excepcional que se mencionase el nombre de las esposas de los soberanos.
Sin duda, este contraste se debe en gran parte a las diferencias en el volumen de información disponible sobre cada período. Para los tres siglos de historia del Imperio Nuevo asirio existe un material excepcional: miles de tablillas de arcilla con inscripciones que quedaron sepultadas bajo los escombros de los palacios asirios, cuando éstos fueron brutalmente destruidos entre 614 y 610 a.C., en el momento de la caída del Imperio. Sin embargo, no es menos cierto que las reinas asirias disponían de una autonomía muy superior a la media de las esposas mesopotámicas, como muestran esas tablillas y los espectaculares resultados de la arqueología de finales del siglo XX.
Otra gran figura femenina que destaca entre las reinas asirias es la esposa de Senaquerib, llamada Naqi’a. De origen arameo (Naqi’a significa «la pura»), también es conocida con la forma asiria de su nombre: Zakutu. Aunque no tuvo el rango de esposa principal de Senaquerib, consiguió, sin embargo, que el hijo que ella le dio, Asarhadón, fuera designado como heredero al trono. Este nombramiento provocó una crisis política en la cúspide del Estado asirio: en un primer momento, Asarhadón se mantuvo alejado en la parte occidental del Imperio, probablemente en la región de Harrán. Cuando Senaquerib fue asesinado en enero del año 681 a.C., en una conspiración orquestada por otro de sus hijos, el príncipe Arad-Mullissu, estalló una guerra civil entre los dos hermanos de la que salió victorioso Asarhadón. Una vez en el trono de Asiria, Asarhadón garantizó a su madre un lugar privilegiado en la gestión de los asuntos políticos. Cuando la esposa del rey, Esharra-Hamat, murió en el año 673 a.C., Asarhadón concedió a su madre, Zakutu, el título de «reina» (issi-ekalli/segalli), con todas sus atribuciones oficiales.
Mediante su intervención, la futura sucesión real se organizó con mucha antelación para evitar la repetición de una crisis como la de 681 a.C. Parece que Zakutu intervino en la decisión del rey, que eligió como sucesor a su hijo menor, Assurbanipal, reservando el virreinato de Babilonia a su otro hijo, Shamash-Shum-Ukin, a pesar de que éste era el mayor. En esta ocasión, se hizo que la población del Imperio prestara un juramento solemne de fidelidad al nuevo príncipe heredero, y Zakutu participó activamente en la organización de estas juras; se han encontrado varios ejemplares de estos textos guardados en algunos templos. Zakutu hizo renovar ese juramento hasta la muerte de Asarhadón. Algunos años después de que su nieto Assurbanipal subiera al trono, su nombre desaparece de la documentación, posiblemente debido a su muerte.
La relevancia de la figura de la reina Naqi’a no debe ocultar el hecho general de que el papel de la reina, como esposa oficial del soberano (y la única que llevaba ese título), no dejó de reforzarse durante los dos últimos siglos de existencia del Imperio Nuevo asirio. La fase crucial en que la reina se convirtió en uno de los personajes más importantes de la corte se sitúa en el reinado de Senaquerib, cuando se inició un traspaso de poderes de los dignatarios procedentes de la alta nobleza, que formaban el entorno del rey, a los miembros más cercanos de su familia, su mujer y sus hijos. Paralelamente, la «Casa de la Reina» se convirtió en un elemento fundamental de la estructura económica que constituía el palacio real y, una vez más, los textos y las fuentes arqueológicas testimonian la riqueza adquirida por las soberanas de Asiria. Al menos desde finales del siglo VIII a.C., las reinas participaban en el reparto del conjunto de «regalos» que los reyes y los príncipes vasallos llevaban a la corte asiria como tributo, y su «parte» aparece en segundo lugar, entre la del rey y la del príncipe heredero. Paralelamente, recibían del rey la posesión de vastos dominios territoriales, repartidos en una gran cantidad de provincias del Imperio, destinados a garantizar la subsistencia de los habitantes de su «casa», que contaba con varios centenares de personas. Esta Casa de la Reina funcionaba como una institución paralela a la Casa del Rey y a la Casa del Príncipe Heredero, y disponía de un personal propio, mayoritariamente femenino.
La administración de las posesiones agrícolas pertenecientes a la reina se encontraba bajo las órdenes de una «gobernadora» (shakintu), el equivalente femenino de los «gobernadores» (shaknu) de la administración imperial, y las rentas obtenidas gracias a la explotación de todas esas propiedades hacían de la reina uno de los personajes más ricos del Imperio. Un archivo de textos cuneiformes hallado en las ruinas del palacio de Nínive y conocido con el nombre de «censo de Harrán» enumera, hacienda por hacienda, a los miembros que formaban las familias de agricultores de una o varias propiedades de la reina en el oeste. Al final del proceso, en el siglo VII a.C., la reina incluso había incorporado a su Casa a ciertos cuerpos del ejército permanente asirio, por lo que puede decirse que participaba en la organización y control del aparato militar del Estado.
La gestión de este amplio conjunto se basaba en una contabilidad escrita y en la clara identificación de todos los elementos de mobiliario y vajilla que pertenecían a la Casa de la Reina. De este modo se ha podido reconocer la imagen del escorpión como símbolo distintivo de la reina de Asiria, lo cual permitía a los que no sabían leer identificar sin equívocos las propiedades de la soberana.
La reina de Asiria salía del palacio únicamente para participar en ceremonias religiosas y en la vida de la corte, para asistir a actividades políticas o realizar giras de inspección relacionadas con la gestión de sus bienes. Sin embargo, el marco habitual de su existencia era el bitanu, término que puede traducirse como «los apartamentos privados». Allí convivía con las mujeres vinculadas al soberano y con los niños de corta edad. El acceso a este lugar estaba estrechamente vigilado y los contactos con el exterior se hallaban sometidos a un cuidadoso control, si nos guiamos por los extractos de unos reglamentos conocidos como «edictos de harén» que datan del período Medio Asirio, pero que probablemente seguían vigentes en el primer milenio. Se trataba sobre todo de controlar la transmisión de información entre el bitanu y el mundo exterior, y de evitar posibles complots.
Así pues, no es sorprendente que durante las excavaciones llevadas a cabo en 1989 en uno de los más famosos palacios asirios, el de Kalhu (Nimrud), se encontraran las tumbas intactas de varias reinas asirias: las esposas de Tiglat-Pileser III y de sus hijos Salmanasar V y Sargón II. Estaban situadas en sótanos habilitados bajo el suelo de las habitaciones ocupadas por las reinas en el gran palacio real, y revelaron no sólo los nombres de las esposas de los reyes de finales del siglo VIII a.C., sino también el esplendor y la riqueza de las joyas que las habían acompañado en su viaje al Más Allá. La corte abandonó Nimrud a partir del reinado de Sargón II para trasladarse a una nueva capital, Nínive. Es posible que en una zona todavía sin excavar del palacio de Senaquerib en Nínive estuvieran enterradas las esposas reales de los reinados siguientes, entre ellas tal vez la poderosa Naqi’a, esperando a ser descubiertas algún día. El estudio de la historia asiria aún puede reservarnos muchas sorpresas.
FUENTE-Francis Joannès. Profesor de Historia Antigua.
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