CURIOSIDADES:
Corre
el 2 de diciembre de 1804, el papa Pio VII corone a Napoleón como emperador de
los franceses, en Nuestra Señora de París. A continuación se ofrece un
reportaje sobre las ceremonias del evento.
El
ruido del cañón y el tañido de las campanas no ha cesado, desde las seis de la
mañana, de anunciar la ceremonia. Apenas había luz del día cuando ya las calles
estaban inundadas de un concurso inmenso de espectadores. A las ocho los
miembros de las diferentes clases del Estado se han reunido en Nuestra Señora y
han sido conducidos por los maestros de ceremonias a los lugares que les
estaban destinados. La avenida Bonaparte, enteramente terminada, ha sido
atravesada por vez primera por el consejo del cuerpo legislativo. A las nueve,
el Papa ha salido de las Tullerias en una magnifica carroza arrastrada por
nueve caballos grises, y sobre la imperial se destacaba una tiara de oro con
los otros atributos del Papado. Un eclesiástico montado en una mula llevaba la
cruz bermeja, delante de su Santidad.
EL CARRUAJE IMPERIAL QUE LLEVA A JOSEFINA Y A NAPOLEON AL LUGAR DE LA CORONACION |
Su
santidad ha llegado a Nuestra Señora a las diez y media, precedido de los
cardenales, de los arzobispos y obispos de Francia, del capítulo de Nuestra
Señora y los párrocos de Paris. A su entrada, la música, dirigida por M. Le
Sueur ha ejecutado el versículo Tu es Petrus. Se han cantado tercias. Ha habido
un intervalo de más de una hora entre la llegada del Papa y la del Emperador.
Durante ese tiempo Su Santidad ha permanecido en el trono en la actitud de un pontífice
que medita profundamente en las cosas del cielo y en pro del bienestar de la
tierra.
A
las once en punto, las salvas de artillería han anunciado la partida de sus
Majestades Imperiales. Iban en un carruaje deslumbrante de oro, arrastrado por
ocho caballos color Isabela ricamente encaparazonado. Sobre la imperial del coche se veía, como en el del
Papa, una corona de oro sostenida por cuatro águilas con las alas desplegadas.
Este carruaje, notable por su elegancia, riqueza y pinturas que lo adornaban,
llamaba la atención tanto como el cortejo, cuya magnificencia es difícil de
describir. Figurémonos siete u ocho mil hombres de caballería del más bello
uniforme, mezclados con grupos de músicos, desfilando entre dos híleras continuas
de infantería de más de media legua de largo; añádase la riqueza y número de
carruajes, la belleza de las cabalgaduras, el concurso de cuatrocientos o
quinientos mil espectadores, y se tendrá una idea imperfecta del golpe de vista
que ofrecía la marcha del cortejo.
El
tiempo era más hermoso de lo que se podía esperar en una estación tenebrosa;
una ligera niebla que reinó por la mañana se disipó, el mismo sol, atravesando
espesas nubes, han iluminado con sus rayos la llegada del Emperador al
arzobispado. Los habitantes de las calles por donde pasaron Sus Majestades
habían decorado la fachada de sus casas con colgaduras, adornos de papel y
algunos con guirnaldas de ramas de tejo, muchas tiendas del barrio de los
Orfebres estaban adornadas con festones de flores artificiales. Su Majestad fue
acogido en todas partes por aclamaciones del pueblo, respondiendo con una
mirada benévola y un saludo afectuoso.
Llegado
al mediodía al arzobispado, el Emperador se ha revestido de los ornamentos
imperiales, y a la una menos cuarto Sus Majestades se han dirigido a la
metrópoli por la galería de madera colgada con tapices que conduce del
arzobispado a un portal de carpintería construido en el vestíbulo y
representando el de San Pedro de Roma. Llegados Sus Majestades ante el altar.
Su Santidad ha entonado el Veni Creator. La unción real y las demás ceremonias
han tenido lugar en la forma anunciada. Con la más bella música se han
ejecutado, durante ella, los motetes correspondientes. Antes del gradual, Sus
Majestades han atravesado la nave con todo el cortejo imperial y han ido a
sentarse en el trono. Su Santidad ha subido después, con todo el aparato de su
dignidad. Es imposible describir el efecto de una reunión de tantas grandezas.
Cuando Su Santidad hubo entronizado al Emperador y dijo las palabras Vivat imperator in aeternum, las bóvedas
de la iglesia de la iglesia han retumbado con los gritos de “¡Viva el
Emperador! ¡Viva la emperatriz!”.
OBRA DE DAVID, MUSEO DEL LOUVRE LA CORONACION NAPOLEON I |
Sus
Majestades Imperiales han ido por segunda vez al altar, para las ofrendas.
Después de la misa, que han terminado a las tres, su Excelencia monseñor el
cardenal Fesch, Gran Limosnero de Francia, presentando al Emperador el libro de
los Evangelios, Su Majestad ha pronunciado el juramento imperial desde el
trono, con una voz tan firme y distinta, que sus palabras han sido oídas por
todos los asistentes, sobre todo aquellas en que promete emplear todo su poder “por
la dicha y gloria de los franceses”. Desde ese instante se han renovado los
gritos de “¡Viva el Emperador!”. Se ha cantado el Todéum. Sus Majestades han
salido de la iglesia con el mismo aparato con que entraron. El Papa ha
permanecido cosa de un cuarto de hora, orando, después de la salida de sus
Majestades y cuando su Santidad se ha levantado para marcharse, una aclamación
universal de “¡Viva el Padre Santo!” le ha acompañado desde el coro hasta la puerta de la iglesia.
En el arzobispado, Su Santidad ha recibido a besarle los pies al clero de París
que había asistido a la ceremonia. El cortejo de Sus Majestades ha entrado en
la calle de San Dionisio a las cuatro y cuarto y ha llegado al castillo de las
Tullerias a las seis y media. La carroza del Papa seguía a la del Emperador a
doce minutos de distancia.
Por
la noche, iluminaciones en todo París. Las de los edificios públicos,
bulevares, jardín de las Tullerias y de Los Campos Elíseos era más brillantes
que no habían sido nunca.
La
segunda jornada de las fiestas de la coronación no podía tener este mismo
carácter de grandeza, pero ha tenido la que propiamente le correspondía, la de
un festejo público. El movimiento de un pueblo que corría de diversión en diversión
había sucedido a la pompa de las solemnidades; el traje de la calle al traje de
parada, los juegos populares a las ceremonias; y en vez de los brillantes
cortejos de la víspera, se veía una población invadiendo las aceras, plazas
públicas, paseos y bulevares, donde se habían preparado toda especie de
atracciones.
fuente: JOURNAL DES DEBATS
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