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viernes, 26 de septiembre de 2014

LA CORONACIÓN DE NAPOLEON I


 CURIOSIDADES:


Corre el 2 de diciembre de 1804, el papa Pio VII corone a Napoleón como emperador de los franceses, en Nuestra Señora de París. A continuación se ofrece un reportaje sobre las ceremonias del evento.

El ruido del cañón y el tañido de las campanas no ha cesado, desde las seis de la mañana, de anunciar la ceremonia. Apenas había luz del día cuando ya las calles estaban inundadas de un concurso inmenso de espectadores. A las ocho los miembros de las diferentes clases del Estado se han reunido en Nuestra Señora y han sido conducidos por los maestros de ceremonias a los lugares que les estaban destinados. La avenida Bonaparte, enteramente terminada, ha sido atravesada por vez primera por el consejo del cuerpo legislativo. A las nueve, el Papa ha salido de las Tullerias en una magnifica carroza arrastrada por nueve caballos grises, y sobre la imperial se destacaba una tiara de oro con los otros atributos del Papado. Un eclesiástico montado en una mula llevaba la cruz bermeja, delante de su Santidad.




EL CARRUAJE IMPERIAL QUE LLEVA A JOSEFINA Y A NAPOLEON AL LUGAR DE LA CORONACION


Su santidad ha llegado a Nuestra Señora a las diez y media, precedido de los cardenales, de los arzobispos y obispos de Francia, del capítulo de Nuestra Señora y los párrocos de Paris. A su entrada, la música, dirigida por M. Le Sueur ha ejecutado el versículo Tu es Petrus. Se han cantado tercias. Ha habido un intervalo de más de una hora entre la llegada del Papa y la del Emperador. Durante ese tiempo Su Santidad ha permanecido en el trono en la actitud de un pontífice que medita profundamente en las cosas del cielo y en pro del bienestar de la tierra.

A las once en punto, las salvas de artillería han anunciado la partida de sus Majestades Imperiales. Iban en un carruaje deslumbrante de oro, arrastrado por ocho caballos color Isabela ricamente encaparazonado. Sobre  la imperial del coche se veía, como en el del Papa, una corona de oro sostenida por cuatro águilas con las alas desplegadas. Este carruaje, notable por su elegancia, riqueza y pinturas que lo adornaban, llamaba la atención tanto como el cortejo, cuya magnificencia es difícil de describir. Figurémonos siete u ocho mil hombres de caballería del más bello uniforme, mezclados con grupos de músicos, desfilando entre dos híleras continuas de infantería de más de media legua de largo; añádase la riqueza y número de carruajes, la belleza de las cabalgaduras, el concurso de cuatrocientos o quinientos mil espectadores, y se tendrá una idea imperfecta del golpe de vista que ofrecía la marcha del cortejo.

El tiempo era más hermoso de lo que se podía esperar en una estación tenebrosa; una ligera niebla que reinó por la mañana se disipó, el mismo sol, atravesando espesas nubes, han iluminado con sus rayos la llegada del Emperador al arzobispado. Los habitantes de las calles por donde pasaron Sus Majestades habían decorado la fachada de sus casas con colgaduras, adornos de papel y algunos con guirnaldas de ramas de tejo, muchas tiendas del barrio de los Orfebres estaban adornadas con festones de flores artificiales. Su Majestad fue acogido en todas partes por aclamaciones del pueblo, respondiendo con una mirada benévola y un saludo afectuoso.

Llegado al mediodía al arzobispado, el Emperador se ha revestido de los ornamentos imperiales, y a la una menos cuarto Sus Majestades se han dirigido a la metrópoli por la galería de madera colgada con tapices que conduce del arzobispado a un portal de carpintería construido en el vestíbulo y representando el de San Pedro de Roma. Llegados Sus Majestades ante el altar. Su Santidad ha entonado el Veni Creator. La unción real y las demás ceremonias han tenido lugar en la forma anunciada. Con la más bella música se han ejecutado, durante ella, los motetes correspondientes. Antes del gradual, Sus Majestades han atravesado la nave con todo el cortejo imperial y han ido a sentarse en el trono. Su Santidad ha subido después, con todo el aparato de su dignidad. Es imposible describir el efecto de una reunión de tantas grandezas. Cuando Su Santidad hubo entronizado al Emperador y dijo las palabras Vivat imperator in aeternum, las bóvedas de la iglesia de la iglesia han retumbado con los gritos de “¡Viva el Emperador! ¡Viva la emperatriz!”.




OBRA DE DAVID, MUSEO DEL LOUVRE LA CORONACION NAPOLEON I


Sus Majestades Imperiales han ido por segunda vez al altar, para las ofrendas. Después de la misa, que han terminado a las tres, su Excelencia monseñor el cardenal Fesch, Gran Limosnero de Francia, presentando al Emperador el libro de los Evangelios, Su Majestad ha pronunciado el juramento imperial desde el trono, con una voz tan firme y distinta, que sus palabras han sido oídas por todos los asistentes, sobre todo aquellas en que promete emplear todo su poder “por la dicha y gloria de los franceses”. Desde ese instante se han renovado los gritos de “¡Viva el Emperador!”. Se ha cantado el Todéum. Sus Majestades han salido de la iglesia con el mismo aparato con que entraron. El Papa ha permanecido cosa de un cuarto de hora, orando, después de la salida de sus Majestades y cuando su Santidad se ha levantado para marcharse, una aclamación universal de “¡Viva el Padre Santo!” le ha acompañado  desde el coro hasta la puerta de la iglesia. En el arzobispado, Su Santidad ha recibido a besarle los pies al clero de París que había asistido a la ceremonia. El cortejo de Sus Majestades ha entrado en la calle de San Dionisio a las cuatro y cuarto y ha llegado al castillo de las Tullerias a las seis y media. La carroza del Papa seguía a la del Emperador a doce minutos de distancia.

Por la noche, iluminaciones en todo París. Las de los edificios públicos, bulevares, jardín de las Tullerias y de Los Campos Elíseos era más brillantes que no habían sido nunca.

La segunda jornada de las fiestas de la coronación no podía tener este mismo carácter de grandeza, pero ha tenido la que propiamente le correspondía, la de un festejo público. El movimiento de un pueblo que corría de diversión en diversión había sucedido a la pompa de las solemnidades; el traje de la calle al traje de parada, los juegos populares a las ceremonias; y en vez de los brillantes cortejos de la víspera, se veía una población invadiendo las aceras, plazas públicas, paseos y bulevares, donde se habían preparado toda especie de atracciones.


fuente: JOURNAL DES DEBATS




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