RECONSTRUCCIÓN DEL ROSTRO DE RICARDO III |
Ricardo III, el último rey inglés muerto en el fragor del combate, acabó sucumbiendo a dos heridas en la cabeza mientras luchaba ya apeado de su caballo y sin portar un casco protector. Los libros de historia recogen profusamente el desenlace de aquella batalla de Bosworth que en 1485 sentenció a la dinastía de Plantagenet, pero tal precisión sobre las lesiones infligidas al monarca con armamento medieval sólo ha salido a la luz esta misma semana como resultado de los nuevos análisis practicados a sus restos, que fueron localizados hace dos años en el subsuelo de un aparcamiento público de Leicester.
La recreación, que se dice fidedigna, de unos hechos acontecidos hace más de cinco siglos ha sido posible gracias a aquel publicitado hallazgo en la misma ciudad del centro de Inglaterra donde Ricardo fue enterrado sin pompa alguna y condenado al olvido, bajo las consignas de su rival y sucesor, Enrique VII. Los avances en las técnicas forenses aplicados en escrutar su osamenta han descubierto que el rey retratado por William Shakespeare como un villano ambicioso y cruel sufrió al menos once heridas, de las que dos detectadas en el cráneo resultaron fatales. Una tercera en la zona de la pelvis también presenta “el potencial de causar una muerte rápida”, detalla Sarah Hainsworth, autora del estudio publicado en la edición digital de la revista The Lancet, pero los investigadores han concluido que fue provocada por un puñal sobre el cuerpo ya inerte del monarca.
La punta afilada de una espada o de otra arma de la infantería de la época medieval, como una alabarda, fue la responsable de las heridas mortales en la cabeza, según el equipo de científicos que denota la ausencia de otras lesiones en brazos y manos como indicación de que la víctima portaba la armadura, aunque no el casco, en el momento del deceso. Apoyándose en “algunos relatos neocontemporáneos”, el patólogo Guy Rutty se ha permitido dibujar una escena en la que “el rey abandona su caballo cuando este queda atrapado en el lodazal y acaba muriendo durante la lucha (a pie) con sus enemigos”.
“Un caballo, un caballo. ¡Mi reino por un caballo!”, clama Ricardo III en la obra homónima de Shakespeare que parece adaptarse como un guante a la tesis del experto de la Universidad de Leicester. Los parecidos, sin embargo, acaban aquí porque el monarca, que cojeaba y presentaba un físico deformado por la joroba en la versión teatral del Bardo, fue en realidad un hombre de atractiva planta, a tenor de anteriores análisis practicados a sus restos. El rey portador de la corona sólo entre 1483 y 1485 sufría de una escoliosis (desviación lateral de la columna vertebral) que no delataba su esbeltez, y en nuestros días presenta un nuevo y apuesto rostro reconstruido en tres dimensiones.
Nunca se ha hablado tanto de Ricardo III en Inglaterra como a lo largo de los dos últimos años, desde que los científicos confirmaran “más allá de la duda razonable” que el esqueleto y el cráneo desenterrados en Leicester en 2012 correspondían a los del antiguo soberano. Fue decisivo en ese veredicto el cotejo de su ADN con el de uno de sus descendientes vivos, identificado en la persona de un carpintero canadiense que reside en el Reino Unido, Michael Ibsen. Y al recobrado protagonismo del rey ha sucedido un pulso entre las ciudades de Leicester y York (cuyo nombre está ligado a la dinastía de Ricardo), ganado por la primera como última depositaria de unos restos que serán enterrados el próximo marzo en su catedral con una ceremonia finalmente “apropiada, digna y memorable”.
FUENTE-El País.com
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