CURIOSIDADES:
Corre
el sábado 11 de julio de 1789. Destitución de M. Necker, M. De Luzerne, M. de
Montmorin y de…, sustituidos por M. de Breteuil, jefe del Consejo Real de las
Finanzas; M. Ridaud de la Tour, controlador general; M. D’ Amécourt y Lambert,
admitidos al consejo, M. de Broglie, ministro de la Guerra; De la Porte,
ministro de la Marina; Foulon, para lo contencioso de la guerra. Esta nueva se
publicó en Paris el domingo 12, a mediodía, y esparció una consternación
general.
Se
decía que el duque de Orleans estaba detenido, como varios miembros de la
asamblea nacional. A las tres de la tarde, los bustos decorados de Orleans y de
Necker fueron llevados en triunfo. Gran afluencia del pueblo. Los oradores del
Palais Royal arengaron al público. El Palais Royal estaba lleno. A las cuatro
se gritaba a las armas. La vigilancia se vio obligada a acompañar a ambos
bustos.
LA ARENGA SURTE SU EFECTO ANTE EL PÚBLICO |
En
un instante, el pueblo compareció y se reunió en tumulto, armado de espadas y
fusiles. Los gritos de “viva el Tercer Estado, el duque de Orleans y Necker” se
esparcían por todos lados. Los paseantes eran enrolados. A las cinco se decidió
que se atacaría a las tropas del rey acampadas en el Campo de Marte, Campos Eliseos
y Barrière Blanche. Las guardias francesas abandonaron sus banderas para
pasarse al pueblo. Los soldados de Vintimille, Provenza… se pasaron también.
Fueron atacados los dragones del Real; hubo desmontados, muertos, y sus
caballos fueron conducidos al Palais Royal, convertido en punto central adonde
todo confluía; en adelante fue plaza de armas.
El
regimiento Real Alemán rechazaba los parisienses hacía la plaza de Luis XV y su
coronel el príncipe de Lambesc dio varios tajos a algunos ciudadanos sin armas
y los rechazó hacia las Tullerias.
La
noche hizo volver a la ciudad a los parisienses; hubo varias escaramuzas y
algunos jinetes del Royal Cravate fueron muertos en una encuentro en el bulevar
a medianoche, a la una. La noche fue muy turbulenta, solo se oía gritar “Viva
el tercer Estado” y “ y a las armas”.
Se
sometía a tributo a los transeúntes a mano armada exigiéndoles dinero. El día
nos mostró muy agitado al pueblo; todas las casas de los arcabuceros fueron
forzadas; se tomaron todas las armas; se marchó después a ocupar la casa de los
Lazaristas; se encontraron armas y muchos comestibles, sobre todo harinas e
incluso dinero; todo fue llevado al Ayuntamiento, el pueblo pegó fuego a uno de
los departamentos y lo abrasó.
DESORDENES DEL 12 DE JULIO EN EL JARDÍN DE LAS TULLERIAS |
Todo
el lunes fue empleado a buscar armas; hubo una orden del Ayuntamiento de
reunirse en todos los distritos y en las iglesias; los ciudadanos fueron allí;
unos oradores subieron al púlpito y hablaron contra los abusos, invitando a
todos los ciudadanos a inscribirse y armase.
Al
anochecer, el Palais Royal estaba lleno de gente. No se hablaba ni discutía más
que de recobrar la libertad, de atacar a todos los enemigos del Estado. El
populacho decidió ir a devastar las casas de algunos grandes; comrrieron a la
de M. De Breteuil, cogieron las armas de ella y rompieron todo lo que hallaron.
De allí fueron a abrir las Tullerias; era entonces alrededor de medianoche. Los
suizos, aunque el comandante se lo hubiese prohibido, abrieron la puerta del
primer golpe; ante la menor resistencia, la hubiesen hundido.
Fueron
a casa del príncipe de Lambesc; rompieron todo lo que había y por advertencia
de algunos, no incendiaron su casa porque de ella se podía comunicar el fuego
al barrio. Fueron también a casa de otros personajes, que habían tomado la
precaución de salir de sus viviendas.
Por
la noche hubo patrullas; se designaron puestos. Cada barrio se guardaba; todos
los ciudadanos estaban sobre las armas y en la calle; cada calle ofrecía un
cuerpo de guardía y se sucedían las patrullas. Se practicaron cortes en las
avenidas, e incluso algunas barricadas que fueron perfeccionadas al día siguiente
y donde se colocaron cañones.
La
mayor parte de las guardias francesas se habían pasado al pueblo y se tenía la
seguridad de que las guardias suizas no actuarían contra los parisienses. Se
vigiló aquella noche porque se temía un ataque de las tropas del rey; se había
establecido un comité permanente de los electores en el Ayuntamiento, que daba
órdenes necesarias para el ataque y la defensa, y se fijaban en pasquines. Lo
presidía el preboste de los mercaderes.
Al
día siguiente, martes, marcharon contra el edificio de los Inválidos; instaron
al gobernador que entregase el lugar, pero este tomó medidas de defensa; pero
cuando el pueblo, más de veinte mil hombres, se disponía a franquear el foso,
hizo abrir las puertas y los sótanos de armas, donde había más de veinte mil
fusiles. Se hizo decir a todos los ciudadanos que fuesen a armarse, y Paris
corrió en multitud a ello, se apoderaron de cañones, harinas, municiones de
toda especie que fueron transportadas en triunfo y al son de los tambores a
Paris. Las harinas fueron depositadas en la Halle. Cosa singular: tres
regimientos en el Campo de Marte (suizos, húsares y dragones), no hicieron
ningún movimiento.
Poco
después se pretendió que el campamento quería rendirse y que esperaba ser
atacado para tomar partido. A las ocho se quería marchar sobre Versalles, pero
otro ataque importante ocupaba entonces la atención de todo Paris; La Bastilla,
ese monumento del despotismo, estaba siendo atacado. Comenzaron por intimar al
gobernador, señor de Launay, que rindiese la fortaleza; los delegados fueron
introducidos entre ambos puentes levadizos, y en el acto, el gobernador hizo
alzar los puentes, cerrar las puertas e hizo fuego sobre los diputados, que
fueron muertos todos en un instante. Entonces el pueblo, furioso, sin reconocer
obstáculo ni peligro, atacó el fuerte, colocó un cañón a cada puerta, rompió
las cadenas del puente levadizo y entró en multitud en el primer patio a pesar
del fuego de la plaza; reptió la misma maniobra en el segundo puente levadizo,
entró en el fuerte acuchillando a diestro y siniestro; el gobernador se retiró
a una de las torres; el lugarteniente del rey había sido muerto con las armas
en la mano; los cincuenta o más inválidos que defendían el fuerte estaban
muertos o fuera de situación de sostenerse contra los diez mil hombres que se
hallaban en el fuerte o quizá los cien mil más que lo rodeaban. Se rindieron;
el gobernador y otros dos oficiales fueron capturados; se habían puesto
banderas en las torres y los prisioneros llevados al Ayuntamiento a bastonazos,
entre todos los insultos del pueblo que gritaba: “¡Ahorcados!”.
Llegando
al Ayuntamiento, el señor de Launay fue acribillado; uno de sus oficiales
sufrió la misma suerte al llegar a la plaza de Gréve; frente al Ayuntamiento,
dos inválidos fueron ahorcados en el travesaño de un fanal y les arrancaron el
corazón en el acto. Se supo que el seño r de Fiselles, preboste de los
mercaderes, traicionaba la ciudad; el pueblo pidió su persona; en el último
escalón del Ayuntamiento fue acribillado y tendido muerto, en el suelo. Su
cabeza y la de Launay fueron puestas sobre picas y paseadas entre las milicias
parisienses por todas las calles; el carcelero fue colgado, le cortaron las manos
y las iban enseñando por el Palais Roiyal y las calles.
La
noche transcurrió entre temores, todo el mundo estaba en pie; los diferentes
pisos de las casas estaban provistos de piedras para lanzar sobre las tropas
del rey. La madrugada del miércoles se tomaron todas las disposiciones
necesarias contra el ataque; y si este no se producía, se preparaban incluso a
marchar sobre Versalles en varias columnas y en número de más de cien mil
hombres.
La
nueva de la toma de la Bastilla fue llevada a Versalles por el vizconde de
Noailles; la Corte se alarmó; aquellas cabezas cortadas que recorrían las
calles sembraban tal temor, que la Asamblea Nacional obtuvo que el rey acudiera
a la Asamblea. En efecto, el rey compareció el miércoles por la mañana, sin
pompa y sin armas, diciéndoles: “el jefe de la nación francesa, afectado por
las desdichas que afligen a la capital, viene a ponerse de acuerdo con vosotros
para hacerlas cesar y tomar consejo de vosotros”. Se resolvió que el rey
licenciaría sus tropas y destituiría a las perversos ministros que habían
causado los tumultos. Una diputación de unos cien representantes de la Asamblea
Nacional vino a anunciar esta feliz nueva a la capital; pusieron pie en tierra
entrando en la ciudad entre una multitud numerosa y se dirigieron al
Ayuntamiento asegurando que el rey, bueno y justo, olvidaba todo lo pasado. El
señor arzobispo de Paris habló sin ser oído, el señor de Lafayette leyó el
dscurso del rey y sus intenciones paternales; el señor de Lally – Tollendal habló
con mucha energía; dijo que el rey, sin pompa, solo, afligido por las desdichas
de la Capital, había venido a ellos a traer palabras de paz. Añadió que la
Asamblea Nacional había compartido los peligros de los parisienses, pero que
todo debía ser ahora olvidado, y restablecido el orden público.
EL 14 DE JULIO SE TOMA LA BASTILLA EMBRIÓN DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA |
El
señor duque de Liancourt quiso hablar de paz, de perdón, pero fue interrumpido
por el pueblo, y el vizconde de Noailles respondió que allí donde no había
delito no había perdón, lo cual fue muy aplaudido. Lafayette fue en seguida
proclamado jefe de la milicia parisiense, y el señor de Baillí, alcalde de la
ciudad. El jueves al anochecer una diputación de Versalles anunció que el rey
vendría al día siguiente a Paris; todas las tropas estaban siempre sobre las
armas y reinaba la misma actividad.
El
viernes, el rey partió solo de Versalles acompañado por la burguesía de aquella
localidad, en un único coche, sencillo, solo y sin guardias ni nadie de su familia,
llevaba en su carroza al mariscal de Beauvau, el duque de Villeroy, el conde
D´Estaing y elk duque de Villequier. Hizo su entrada en Paris a través de
hileras de soldados parisienses desde la barrera hasta el Ayuntamiento, y
seguido de unos cien mil hombres armados y de la milicia de a pie y de a
caballo. Gran parte de los diputados caminaban cerca del carruaje del rey como también
los electores de Paris; los granaderos y guardias francesas arrastraban dos
cañones con las mechas encendidas. Cuando el señor de Bailli entregó al rey las
llaves de Paris, en la barrera, le dijo: “Señor, la ciudad de Paris ofreció las
mismas llaves a Enrique Iv después que este hubo conquistado Paris. Hoy, la
ciudad os la ofrece después de haber conquistado a su rey”. Se gritaba durante
su paso: “Viva la nación”. En el Ayuntamiento, el rey consistió en alejar sus
tropas, la destitución de los ministros, en volver a llamar a Necker, en que se
estableciese una milicia parisiense etc...
Volvieron
a conducirle en el mismo orden, bayoneta envainada, a los gritos de “Viva el
rey y la nación”, y le llevaron a la barrera entre las aclamaciones de toda su
capital.
Al
día siguiente, sábado, se supo que los Plignac habían sido alejados, que el
mariscal de Broglie, los ministros, los príncipes, y toda la cábala habían
salido de Versalles para dirigirse, se decía, a Metz. El conde de Artois había
partido de viaje.
Se
expidió al instante un correo a Necker para llamarle y expresarle los votos de
la nación. Se continúa demoliendo la Bastilla, el pueblo ha recibido la orden
de llevar sus armas a los distritos; se ocupan en formar milicias; las
patrullas siguen en su actividad; el consejo o comité permanente gobierna
siempre esta capital. Es en su nombre y por orden suya que todo se ejecuta; el
rey, como si no existiera; el comité regula todos los asuntos.
Todo
parece tranquilo,; se continúan las patrullas; se esparció el lunes la noticia
de que el intendente de Paris estaba detenido en Compiègne. Se detuvo decían,
al señor de Foulon, en un castillo del señor de Santinne. Fue llevado el martes
22 a esta ciudad; entró en el Ayuntamiento por entre el pueblo que pedía su
cabeza. A los gritos y exigencias amenazadores del pueblo, M. Foulon fue
conducido a la plaza del Ayuntamiento y ahorcado a las cuatro de la tarde en el
travesaño de un fanal. Su cabeza fue cortada en seguida y paseada por las
calles en la punta de un palo y con heno en la boca. Dos horas después, el
intendente llegó al Ayuntamiento también. Requerido, y ahorcado en el mismo
farol, se rompió la cuerda y entonces lo remataron a sablazos y bayonetazos; su
cabeza, cortada, fue colocada en una pica; le arrancaron el corazón que fue
llevado por todas las calles de París a la luz de las antorchas; a las oche de
la noche su cuerpo fue arrastrado por las calles por los pies.
Hoy
todo está tranquilo; el pueblo pide, sin embargo, más escarmientos. Se buscan
las cabezas proscritas y todos los malos deben temblar.
FUENTE_PAUL NICOLAS BARRAS 1895
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