CURIOSIDADES:
A
continuación se ofrece un fragmento de las memorias de Alvar Nuñez Cabeza de
Vaca, de sus correrías a través de tierras desconocidas plagadas de indios, en
el que él junto a sus tres compañeros de exploración; Andrés Dorantes, el
médico Alonso del Castillo y el negro Estebanillo, tuvieron que hacer de
médicos de las tribus que veían en ellos algo sobrenatural, yendo y viniendo
desnudos y siempre hambrientos.
Aquella
misma noche que llegamos vinieron unos indios de Castillo y dijénrole que
estaban muy malos de la cabeza, rogándole que los curase: y después que los
hubo santiguado y encomendado a Dios, en aquel punto los indios dijeron que
todo el mal se les había quitado; y fueron a sus casas y trajeron muchas tunas
y un pedazo de carne de venado, cosa que no sabíamos qué cosa era; y como esto
entre ellos se publicó, vinieron otros muchos enfermos en aquella noche a que
los sanase, y cada uno traía un pedazo de venado; y tantos eran, que no
sabíamos dónde poner la carne.
ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA |
Dimos
muchas gracias a Dios, porque cada día iba cresciendo su misericordia y
mercedes; y después que se acabaron las curas comenzaron a bailar y hacer sus
areitos y fiestas, hasta otro día que el sol salió, y duró la fiesta tres días
por haber nosotros venidos, y al cabo de ellos les preguntamos por la tierra de
adelante y por la gente que en ella hallaríamos, y los mantenimientos que en
ella había. Respondiéronnos que por toda aquella tierra había muchas tunas, mas
que ya eran acabadas, y en ninguna gente había, porque todos eran idos a sus
casas, con haber ya cogido las tunas; y que la tierra era muy fría y en ella
había muy pocos cuerdos. Nosotros, viendo esto, que ya el invierno y tiempo
frío entraba, acordamos de pasarlo con estos. Al cabo de cinco días que allí
habíamos llegado se partieron a buscar otras tunas adonde había otra gente de
otras naciones y lenguas, y andadas cinco jornadas con muy grande hambre,
porque en el camino no había tunas ni otra fruta ninguna, allegamos a un río,
donde asentamos nuestras casas, y después de asentadas fuimos a buscar una
fruta de unos árboles, que es como hieros, y como por toda esta tierra no hay
caminos, yo me detuve más en buscarla; la gente se volvió y yo me quedé solo, y
viniendo a buscarlos aquella noche me perdí, y plugo a Dios que hallé un árbol
ardiendo, y al fuego de él pasé aquel frío aquella noche, y a la mañana yo me
cargué de leña y tomé dos tizones, y volví a buscarlos, y anduve de esta manera
cinco días, siempre con mi lumbre y carga de leña, porque si el fuego se me
matase en parte donde no tuviese leña, como en otra muchas partes no había,
tuviese que hacer otros tizones y no me quedase sin lumbre porque para el frío
yo no tenía otro remedio, por andar desnudo como nascí; y para las noches yo
tenía este remedio, que me iba a las matas del monte, que estaba cerca de los
ríos, y en la tierra hacia un hoyo9, y en él echaba mucha leña, que se cría en
muchos árboles, de que por allí hay muy gran cantidad, y juntaba mucha leña de
la que estaba caída y seca de los árboles, y al derredor de aquel hoyo hacía
cuatro fuegos en cruz y yo tenía cargo y cuidado de rehacer el fuego de rato en
rato y hacía unas gravillas de paja larga que por allí hay, con que me cubría
en aquel hoyo, y de esta manera me amparaba del frío de las noches; y cada una
de ellas el fuego cayó en la paja que yo estaba cubierto y estando yo durmiendo
en el hoyo, comenzó a arder muy recio, y por mucha priesa que yo me di a salir todavía
saqué señal en los cabellos del peligro en que había estado.
En
todo ese tiempo no comí bocado ni hallé cosa que pudiese comer, y como traía
los pies descalzos, corrióme de ellos mucha sangre, y Dios usó conmigo de misericordia,
que en todo este tiempo no ventó el norte, porque de otra manera ningún remedio
había yo de vivir; y al cabo de cinco día llegué a una ribera de un río, donde
yo hallé a mis indios, que ellos y los cristianos me contaban ya por muerto y
siempre creían que alguna víbora me había mordido. Todos hubieron gran placer
en verme, principalmente los cristianos y me dijeron que hasta entonces habían
caminado con mucha hambre, y que esta era la causa que no me habían buscado; y
aquella noche me dieron de las tunas que tenían, y otro día partimos de allí y fuimos
donde hallamos muchas tunas, con que todos satisfacieron su gran hambre, y
nosotros dimos muchas gracias a Nuestro Señor porque nunca nos faltaba su
remedio.
Otro
día de mañana vinieron allí muchos indios y traían cinco enfermos que estaban
tollidos y muy malos, y venían en busca de Castillo que los curase y cada uno
de los enfermos ofresció su arco y flechas, y él los rescibió, y a puesta del
sol los santiguó y encomendó a Dios Nuestro Señor, y todos le suplicamos con la
mejor manera que podíamos les enviase salud, pues el via que no había otro
remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida;
y él lo hizo tan misericordiosamente, que venida la mañana todos amanenescieron
tan buenos y sanos, y se fueron tan recios como si nunca hobieran tenido mal
alguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración y a nosotros despertó que
diésemos muchas gracias a Nuestro Señor, a que más enteramente conosciésemos su
bondad y tuviésemos firme esperanza que nos había de liberar y traer donde le
pudiésemos servir; y de mi sé decir que siempre tuve esperanza en su
misericordia que me había de sacar de aquella cautividad y así que lo hablé
siempre a mis compañeros.
Como
los indios fueron idos y llevaron sus indios sanos, partimos donde estaban
comiendo tunas, y y estos se llaman cutalches y maliacones, que son otras
lenguas, y junto a ellos, había otros que se llamaban coayos y susolas, y de
otra parte otros llamados atayos, y estos tenían guerra con los susolas, con
quién se flechaban cada día; y como por toda la tierra no se hablase sino en
los misterios que Dios Nuestro Señor con nosotros obrara, venían de muchas
partes a buscarnos para que los curásemos; y a cabo de dos días que allí
llegaron, vinieron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a Castillo
que fuese a curar a un herido y otros enfermos, y dijeron que entre ellos quedaba
uno que estaba muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente
cuando las curas eran muy temerosas y peligrosas, y creía que sus pecados habían
de estorbar que no todas las veces suscediese bien el curar.
LA RELACIÓN DE MICHOACÁN, DEL AÑO 1541 DE CÓMO 3 ESPAÑOLES LLEGAN A UN POBLADO INDIO |
Los
indios me dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me querían bien y se
acordaban que les había curado muchas veces, y por aquello nos habían dado
nueces y cueros; y esto había pasado cuando yo vine a juntarme con los
cristianos, y así, hube de ir con ellos, y fueron conmigo Dorantes y
Estabanico, y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían yo vi el
enfermo que íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mucha gente al
derredor de él llorando y su casa deshecha, que es señal que el dueño está
muerto, y, ansí, cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningún
pulso, y con todas las señales de muerto, según a mi me paresció y lo mismo
dijo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, con que estaba
cubierto, y lo mejor que pude supliqué a Nuestro Señor fuese servido de dar
salud a aquél y a todos los otros que de ella tenían necesidad; y después de
santiado y soplado muchas veces, me trajeron su arco y me lo dieron, y una será
de tunas molidas, y leváronme a curar otros muchos que estaban malos de
modorra, y me dieron otras dos seras de tunas, las cuales di a nuestros indios
que con nosotros habían venido; y hecho esto, nos volvimos a nuestro aposento y
nuestros indios, a quién di las tunas, se quedaron allá, y a la noche se
volvieron a sus casas y dijeron que aquel que estaba muerto y yo había curando
en presencia de ellos, se había levantado bueno y se había paseado y comido, y
hablado con ellos, y que todos cuantos había curado quedaban sanos y muy
alegres.
Esto
causó muy gran admiración y espanto, y en toda la tierra no se hablaba de otra
cosa. Todos aquellos a quien esta fama llegaba nos venían a buscar para que los
curásemos y santiguásemos sus hijos; y cuando los indios que estaban en compañía
de los nuestros, que eran los cutalchiches, se hubieron de ir a su tierra,
antes que partiesen nos ofrecieron todas las tunas que para su camino tenían,
sin que ninguna les quedase, y diérondonos pedernales tan largos como palmo y
medio, con que ellos cortan, y es entre ellos cosa de muy gran estima.
Rogáronnos que no s acordásemos de ellos y rogásemos a Dios que siempre
estuviesen buenos, y nosotros se lo prometimos , y con esto partieron los más
contentos hombres del mundo, habiéndonos dado todo lo mejor que tenían.
Nosotros
estuvimos con aquellos indios avavares ocho meses, y esta cuenta hacíamos por
las lunas. En todo este tiempo nos venían de muchas partes a buscar, y decían
que verdaderamente nosotros éramos hijos del sol. Dorantes y el negro hasta
allí no habían curado; mas por la mucha importunidad que teníamos, viniéndonos
de muchas partes a buscar, venimos todos a ser médicos, aunque en atrevimiento
y osar acometer cualquier cura era yo más señalado que ellos, y ninguno jamás
curamos que nos dijese que estaba sano; y tanta confianza tenían que habían de
sanar si nosotros los curásemos, que creían que en tanto que allí nosotros
estuviésemos ninguno de ellos había de morir.
Estos
y los de más atrás nos contaron una cosa muy extraña, y por la cuenta que nos
figuraron parescía que había quince o diez y seis años que había acontescido,
que decían que por aquella tierra anduvo un hombre que ellos llamaban Mala
Cosa, y que era pequeño de cuerpo, y que tenía barbas, aunque nunca claramente
le pudieron ver el rostro, y que cuando venía a la casa donde estaban se les
levantaban los cabellos y temblaban, y luego parescía a la puerta de la casa un
tizón ardiendo; y luego, aquel hombre entraba y tomaba al que quería de ellos,
y dábale tres cuchilladas grandes por las ijadas con un pedernal muy agudo, tan
ancho como una mano, y dos palmos de luengo, y metía la mano por aquellas
cuchilladas y sacaba las tripas, y que cortaba de un tripa poco más o menos de
un palmo, y aquello que cortaba echaba en las brasas; y luego le daba tres
cuchilladas en el brazo, y a la segunda daba por la sangradura y
desconcertábaselo y dende a poco se lo tornaba a concertar y ponía le las manos
sobre las heridas y decían nos que luego quedaban sanos, y que muchas veces,
cuando bailaban, aparescía entre ellos, en hábito de mujer unas veces y otras
como hombre; y cuando él quería, tomaba el bohío o casa y la subía en alto y
dende a un poco caía con ella y daba muy gran golpe.
También
nos contaron que muchas veces les dieron de comer y que nunca jamás comió; y
que le preguntaban dónde venía y que parte tenía su casa, y que les mostró una
hendedura de la tierra, y dijo que su casa era allá adelante. De estas cosas
que ellos nos decían nos reíamos mucho burlando de ellas, y como ellos vieron
que no lo creíamos, trujeron muchos de aquellos que decían que él había tomado,
y vimos las señales de las cuchilladas que él había dado en los lugares en la
manera que ellos contaban. Nosotros les dijimos que aquél era un malo, y de la
mejor manera que pudimos les dábamos a entender que si ellos creyesen en Dios
Nuestro Señor y fuesen cristianos como nosotros, no tendrían miedo de aquél, ni
él osaría venir a hacelles aquellas cosas, y que tuviesen por cierto que en
tanto que nosotros en la tierra estuviésemos él no osaría parescer en ella. De
esto se holgaron ellos mucho y perdieron mucha parte del temor que tenían.
Estos
indios nos dijeron que habían visto al asturiano y a Figueroa con otros, que adelante
en la cosa estaban, a quien nosotros llamábamos de los higos.
Toda
esta gente no conoscian los tiempos por el sol ni la luna ni tienen cuenta del
mes y año, y más entienden y saben las diferencias de los tiempos cuando las
frutas vienen a madurar, y en tiempo que muere el pescado y el aparescer de las
estrellas, en que son muy diestros y ejercitados.
Con
estos siempre fuimos bien tratados, aunque lo que habíamos de comer lo
cavábamos y traíamos nuestras cargas de agua y leña.
Sus
casas y mantenimientos son como las de los pasados, aunque tienen muy mayor
hambre, porque no alcanzan maíz ni bellotas, ni nueces. Anduvimos siempre en
cueros, como ellos, y de noche nos cubríamos con cueros de venado.
De
ocho meses que con ellos estuvimos, los seis padescimos mucha hambre, que
tampoco alcanzan pescado. Y al cabo de este tiempo ya las tunas comenzaban a
madurar, y sin que ellos fuésemos sentidos nos fuimos a otros que adelante
estaban, llamados maliacones; estos estaban una jornada de allí, donde yo y el
negro llegamos. A cabo de tres días envié que trajese a Castillo y a Dorantes,
y venidos, nos partimos todos juntos con los indios, que iban a comer una
frutilla de los árboles, de que se mantienen diez o doce días entretanto las
tunas vienen; y allí se juntaron con estos otros indios que se llamaban
arbadaos, y a estos hallamos muy enfermos y flacos e hinchados; tanto, que no maravillamos
mucho, y los indios con quien habíamos venido se volvieron por el mismo camino;
y nosotros les dijimos que nos queríamos quedar con ellos, de que ellos
mostraron pesar, y así, nos quedamos en el campo con aquellos, cerca de
aquellas casas, y cuando ellos vinieron, juntáronse después de haber hablado
entre sí, y cada uno de ellos tomó el suyo por la mano y nos llevaron a sus
casas.
PRIMERA EXPEDICIÓN DE CABEZA DE VACA |
Con
estos padescimos más hambre que con los otros, porque en todo el día no
comíamos más que dos puños de aquella fruta, la cual estaba verde; tenía tanta
leche, que nos quemaba las bocas, y con tener falta de agua, daba mucha sed a quien
la comía; y como el hambre fuese tanta, nosotros comprámosles dos perros, y a
trueque de ellos les dimos unas redes y otras cosas, y un cuero con que yo me
cubría. Ya he dicho como por toda la tierra anduvimos desnudos, y como no estábamos
acostumbrados a ello, a menadera de serpientes mudábamos los cueros dos veces
en el año, y con el sol y el aire haciansenos en los pechos y en las espaldas
unos empeines muy grandes, de que rescebimos muy gran pena, por razón de las
muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas, y hacían que las cuerdas
se nos metían por los brazos; y la tierra es tan áspera y tan cerrada, que
muchas veces hacíamos leña en montes, que cuando la acabamos de sacar nos
corría por muchas partes sangre, de las espinas y matas con que topábamos, que
nos rompían por donde alcanzaban.
A
veces me acontesció hacer leña donde, después de haberme costado mucha sangre,
no la podía sacar ni a cuestas ni arrastrando. NO tenía, cuando en estos
trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la Pasión de Nuestro Redentor
Jesucristo y en la sangre que por mi derramó y considerar cuánto más sería el tormento
que de las espinas él padesció que no aquel yo entonces sufría.
Contrataba
con estos indios haciéndoles peines, y con arcos y con flechas y con redes.
Hacíamos esteras, que son cosas de que ellos tenía mucha necesidad; y aunque lo saben
hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto qué comer, y cuando
entienden en esto pasan muy gran hambre.
Otras
veces me mandaban raer cueros y ablandarlos, y la mayor prosperidad en que yo
allí me vi era el día que nos daban a raer alguno, porque yo lo raía muy mucho
y comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para dos o tres días.
También nos acontesció con estos y con los que atrás hemos dejado, darnos un
pedazo de carne y comérnoslo así, crudo porque si lo pusiéramos a asar, el
primer indio que llegaba se lo llevaba y comía; parescianos que no era bien
ponerla en esta aventura, y también nosotros no estábamos tales que nos ´dábamos
pena comerlo asado, y no lo podíamos tan bien pasar como crudo.
Esta
es la vida que allí tuvimos, y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los
rescates que por nuestras manos hecimos.
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