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martes, 18 de noviembre de 2014

AVENTURAS DE CABEZA DE VACA POR TEXAS

 CURIOSIDADES:



A continuación se ofrece un fragmento de las memorias de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, de sus correrías a través de tierras desconocidas plagadas de indios, en el que él junto a sus tres compañeros de exploración; Andrés Dorantes, el médico Alonso del Castillo y el negro Estebanillo, tuvieron que hacer de médicos de las tribus que veían en ellos algo sobrenatural, yendo y viniendo desnudos y siempre hambrientos.

Aquella misma noche que llegamos vinieron unos indios de Castillo y dijénrole que estaban muy malos de la cabeza, rogándole que los curase: y después que los hubo santiguado y encomendado a Dios, en aquel punto los indios dijeron que todo el mal se les había quitado; y fueron a sus casas y trajeron muchas tunas y un pedazo de carne de venado, cosa que no sabíamos qué cosa era; y como esto entre ellos se publicó, vinieron otros muchos enfermos en aquella noche a que los sanase, y cada uno traía un pedazo de venado; y tantos eran, que no sabíamos dónde poner la carne.


ALVAR NUÑEZ CABEZA DE VACA


Dimos muchas gracias a Dios, porque cada día iba cresciendo su misericordia y mercedes; y después que se acabaron las curas comenzaron a bailar y hacer sus areitos y fiestas, hasta otro día que el sol salió, y duró la fiesta tres días por haber nosotros venidos, y al cabo de ellos les preguntamos por la tierra de adelante y por la gente que en ella hallaríamos, y los mantenimientos que en ella había. Respondiéronnos que por toda aquella tierra había muchas tunas, mas que ya eran acabadas, y en ninguna gente había, porque todos eran idos a sus casas, con haber ya cogido las tunas; y que la tierra era muy fría y en ella había muy pocos cuerdos. Nosotros, viendo esto, que ya el invierno y tiempo frío entraba, acordamos de pasarlo con estos. Al cabo de cinco días que allí habíamos llegado se partieron a buscar otras tunas adonde había otra gente de otras naciones y lenguas, y andadas cinco jornadas con muy grande hambre, porque en el camino no había tunas ni otra fruta ninguna, allegamos a un río, donde asentamos nuestras casas, y después de asentadas fuimos a buscar una fruta de unos árboles, que es como hieros, y como por toda esta tierra no hay caminos, yo me detuve más en buscarla; la gente se volvió y yo me quedé solo, y viniendo a buscarlos aquella noche me perdí, y plugo a Dios que hallé un árbol ardiendo, y al fuego de él pasé aquel frío aquella noche, y a la mañana yo me cargué de leña y tomé dos tizones, y volví a buscarlos, y anduve de esta manera cinco días, siempre con mi lumbre y carga de leña, porque si el fuego se me matase en parte donde no tuviese leña, como en otra muchas partes no había, tuviese que hacer otros tizones y no me quedase sin lumbre porque para el frío yo no tenía otro remedio, por andar desnudo como nascí; y para las noches yo tenía este remedio, que me iba a las matas del monte, que estaba cerca de los ríos, y en la tierra hacia un hoyo9, y en él echaba mucha leña, que se cría en muchos árboles, de que por allí hay muy gran cantidad, y juntaba mucha leña de la que estaba caída y seca de los árboles, y al derredor de aquel hoyo hacía cuatro fuegos en cruz y yo tenía cargo y cuidado de rehacer el fuego de rato en rato y hacía unas gravillas de paja larga que por allí hay, con que me cubría en aquel hoyo, y de esta manera me amparaba del frío de las noches; y cada una de ellas el fuego cayó en la paja que yo estaba cubierto y estando yo durmiendo en el hoyo, comenzó a arder muy recio, y por mucha priesa que yo me di a salir todavía saqué señal en los cabellos del peligro en que había estado.

En todo ese tiempo no comí bocado ni hallé cosa que pudiese comer, y como traía los pies descalzos, corrióme de ellos mucha sangre, y Dios usó conmigo de misericordia, que en todo este tiempo no ventó el norte, porque de otra manera ningún remedio había yo de vivir; y al cabo de cinco día llegué a una ribera de un río, donde yo hallé a mis indios, que ellos y los cristianos me contaban ya por muerto y siempre creían que alguna víbora me había mordido. Todos hubieron gran placer en verme, principalmente los cristianos y me dijeron que hasta entonces habían caminado con mucha hambre, y que esta era la causa que no me habían buscado; y aquella noche me dieron de las tunas que tenían, y otro día partimos de allí y fuimos donde hallamos muchas tunas, con que todos satisfacieron su gran hambre, y nosotros dimos muchas gracias a Nuestro Señor porque nunca nos faltaba su remedio.

Otro día de mañana vinieron allí muchos indios y traían cinco enfermos que estaban tollidos y muy malos, y venían en busca de Castillo que los curase y cada uno de los enfermos ofresció su arco y flechas, y él los rescibió, y a puesta del sol los santiguó y encomendó a Dios Nuestro Señor, y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enviase salud, pues el via que no había otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida; y él lo hizo tan misericordiosamente, que venida la mañana todos amanenescieron tan buenos y sanos, y se fueron tan recios como si nunca hobieran tenido mal alguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración y a nosotros despertó que diésemos muchas gracias a Nuestro Señor, a que más enteramente conosciésemos su bondad y tuviésemos firme esperanza que nos había de liberar y traer donde le pudiésemos servir; y de mi sé decir que siempre tuve esperanza en su misericordia que me había de sacar de aquella cautividad y así que lo hablé siempre a mis compañeros.

Como los indios fueron idos y llevaron sus indios sanos, partimos donde estaban comiendo tunas, y y estos se llaman cutalches y maliacones, que son otras lenguas, y junto a ellos, había otros que se llamaban coayos y susolas, y de otra parte otros llamados atayos, y estos tenían guerra con los susolas, con quién se flechaban cada día; y como por toda la tierra no se hablase sino en los misterios que Dios Nuestro Señor con nosotros obrara, venían de muchas partes a buscarnos para que los curásemos; y a cabo de dos días que allí llegaron, vinieron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a Castillo que fuese a curar a un herido y otros enfermos, y dijeron que entre ellos quedaba uno que estaba muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente cuando las curas eran muy temerosas y peligrosas, y creía que sus pecados habían de estorbar que no todas las veces suscediese bien el curar.


LA RELACIÓN DE MICHOACÁN, DEL AÑO 1541 DE CÓMO 3 ESPAÑOLES LLEGAN A UN POBLADO INDIO


Los indios me dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me querían bien y se acordaban que les había curado muchas veces, y por aquello nos habían dado nueces y cueros; y esto había pasado cuando yo vine a juntarme con los cristianos, y así, hube de ir con ellos, y fueron conmigo Dorantes y Estabanico, y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían yo vi el enfermo que íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mucha gente al derredor de él llorando y su casa deshecha, que es señal que el dueño está muerto, y, ansí, cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningún pulso, y con todas las señales de muerto, según a mi me paresció y lo mismo dijo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, con que estaba cubierto, y lo mejor que pude supliqué a Nuestro Señor fuese servido de dar salud a aquél y a todos los otros que de ella tenían necesidad; y después de santiado y soplado muchas veces, me trajeron su arco y me lo dieron, y una será de tunas molidas, y leváronme a curar otros muchos que estaban malos de modorra, y me dieron otras dos seras de tunas, las cuales di a nuestros indios que con nosotros habían venido; y hecho esto, nos volvimos a nuestro aposento y nuestros indios, a quién di las tunas, se quedaron allá, y a la noche se volvieron a sus casas y dijeron que aquel que estaba muerto y yo había curando en presencia de ellos, se había levantado bueno y se había paseado y comido, y hablado con ellos, y que todos cuantos había curado quedaban sanos y muy alegres.

Esto causó muy gran admiración y espanto, y en toda la tierra no se hablaba de otra cosa. Todos aquellos a quien esta fama llegaba nos venían a buscar para que los curásemos y santiguásemos sus hijos; y cuando los indios que estaban en compañía de los nuestros, que eran los cutalchiches, se hubieron de ir a su tierra, antes que partiesen nos ofrecieron todas las tunas que para su camino tenían, sin que ninguna les quedase, y  diérondonos pedernales tan largos como palmo y medio, con que ellos cortan, y es entre ellos cosa de muy gran estima. Rogáronnos que no s acordásemos de ellos y rogásemos a Dios que siempre estuviesen buenos, y nosotros se lo prometimos , y con esto partieron los más contentos hombres del mundo, habiéndonos dado todo lo mejor que tenían.

Nosotros estuvimos con aquellos indios avavares ocho meses, y esta cuenta hacíamos por las lunas. En todo este tiempo nos venían de muchas partes a buscar, y decían que verdaderamente nosotros éramos hijos del sol. Dorantes y el negro hasta allí no habían curado; mas por la mucha importunidad que teníamos, viniéndonos de muchas partes a buscar, venimos todos a ser médicos, aunque en atrevimiento y osar acometer cualquier cura era yo más señalado que ellos, y ninguno jamás curamos que nos dijese que estaba sano; y tanta confianza tenían que habían de sanar si nosotros los curásemos, que creían que en tanto que allí nosotros estuviésemos ninguno de ellos había de morir.

Estos y los de más atrás nos contaron una cosa muy extraña, y por la cuenta que nos figuraron parescía que había quince o diez y seis años que había acontescido, que decían que por aquella tierra anduvo un hombre que ellos llamaban Mala Cosa, y que era pequeño de cuerpo, y que tenía barbas, aunque nunca claramente le pudieron ver el rostro, y que cuando venía a la casa donde estaban se les levantaban los cabellos y temblaban, y luego parescía a la puerta de la casa un tizón ardiendo; y luego, aquel hombre entraba y tomaba al que quería de ellos, y dábale tres cuchilladas grandes por las ijadas con un pedernal muy agudo, tan ancho como una mano, y dos palmos de luengo, y metía la mano por aquellas cuchilladas y sacaba las tripas, y que cortaba de un tripa poco más o menos de un palmo, y aquello que cortaba echaba en las brasas; y luego le daba tres cuchilladas en el brazo, y a la segunda daba por la sangradura y desconcertábaselo y dende a poco se lo tornaba a concertar y ponía le las manos sobre las heridas y decían nos que luego quedaban sanos, y que muchas veces, cuando bailaban, aparescía entre ellos, en hábito de mujer unas veces y otras como hombre; y cuando él quería, tomaba el bohío o casa y la subía en alto y dende a un poco caía con ella y daba muy gran golpe.

También nos contaron que muchas veces les dieron de comer y que nunca jamás comió; y que le preguntaban dónde venía y que parte tenía su casa, y que les mostró una hendedura de la tierra, y dijo que su casa era allá adelante. De estas cosas que ellos nos decían nos reíamos mucho burlando de ellas, y como ellos vieron que no lo creíamos, trujeron muchos de aquellos que decían que él había tomado, y vimos las señales de las cuchilladas que él había dado en los lugares en la manera que ellos contaban. Nosotros les dijimos que aquél era un malo, y de la mejor manera que pudimos les dábamos a entender que si ellos creyesen en Dios Nuestro Señor y fuesen cristianos como nosotros, no tendrían miedo de aquél, ni él osaría venir a hacelles aquellas cosas, y que tuviesen por cierto que en tanto que nosotros en la tierra estuviésemos él no osaría parescer en ella. De esto se holgaron ellos mucho y perdieron mucha parte del temor que tenían.

Estos indios nos dijeron que habían visto al asturiano y a Figueroa con otros, que adelante en la cosa estaban, a quien nosotros llamábamos de los higos.

Toda esta gente no conoscian los tiempos por el sol ni la luna ni tienen cuenta del mes y año, y más entienden y saben las diferencias de los tiempos cuando las frutas vienen a madurar, y en tiempo que muere el pescado y el aparescer de las estrellas, en que son muy diestros y ejercitados.

Con estos siempre fuimos bien tratados, aunque lo que habíamos de comer lo cavábamos y traíamos nuestras cargas de agua y leña.

Sus casas y mantenimientos son como las de los pasados, aunque tienen muy mayor hambre, porque no alcanzan maíz ni bellotas, ni nueces. Anduvimos siempre en cueros, como ellos, y de noche nos cubríamos con cueros de venado.

De ocho meses que con ellos estuvimos, los seis padescimos mucha hambre, que tampoco alcanzan pescado. Y al cabo de este tiempo ya las tunas comenzaban a madurar, y sin que ellos fuésemos sentidos nos fuimos a otros que adelante estaban, llamados maliacones; estos estaban una jornada de allí, donde yo y el negro llegamos. A cabo de tres días envié que trajese a Castillo y a Dorantes, y venidos, nos partimos todos juntos con los indios, que iban a comer una frutilla de los árboles, de que se mantienen diez o doce días entretanto las tunas vienen; y allí se juntaron con estos otros indios que se llamaban arbadaos, y a estos hallamos muy enfermos y flacos e hinchados; tanto, que no maravillamos mucho, y los indios con quien habíamos venido se volvieron por el mismo camino; y nosotros les dijimos que nos queríamos quedar con ellos, de que ellos mostraron pesar, y así, nos quedamos en el campo con aquellos, cerca de aquellas casas, y cuando ellos vinieron, juntáronse después de haber hablado entre sí, y cada uno de ellos tomó el suyo por la mano y nos llevaron a sus casas.


PRIMERA EXPEDICIÓN DE CABEZA DE VACA


Con estos padescimos más hambre que con los otros, porque en todo el día no comíamos más que dos puños de aquella fruta, la cual estaba verde; tenía tanta leche, que nos quemaba las bocas, y con tener falta de agua, daba mucha sed a quien la comía; y como el hambre fuese tanta, nosotros comprámosles dos perros, y a trueque de ellos les dimos unas redes y otras cosas, y un cuero con que yo me cubría. Ya he dicho como por toda la tierra anduvimos desnudos, y como no estábamos acostumbrados a ello, a menadera de serpientes mudábamos los cueros dos veces en el año, y con el sol y el aire haciansenos en los pechos y en las espaldas unos empeines muy grandes, de que rescebimos muy gran pena, por razón de las muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas, y hacían que las cuerdas se nos metían por los brazos; y la tierra es tan áspera y tan cerrada, que muchas veces hacíamos leña en montes, que cuando la acabamos de sacar nos corría por muchas partes sangre, de las espinas y matas con que topábamos, que nos rompían por donde alcanzaban.

A veces me acontesció hacer leña donde, después de haberme costado mucha sangre, no la podía sacar ni a cuestas ni arrastrando. NO tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la Pasión de Nuestro Redentor Jesucristo y en la sangre que por mi derramó y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas él padesció que no aquel yo entonces sufría.

Contrataba con estos indios haciéndoles peines, y con arcos y con flechas y con redes. Hacíamos esteras, que son cosas de que ellos  tenía mucha necesidad; y aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto qué comer, y cuando entienden en esto pasan muy gran hambre.

Otras veces me mandaban raer cueros y ablandarlos, y la mayor prosperidad en que yo allí me vi era el día que nos daban a raer alguno, porque yo lo raía muy mucho y comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para dos o tres días. También nos acontesció con estos y con los que atrás hemos dejado, darnos un pedazo de carne y comérnoslo así, crudo porque si lo pusiéramos a asar, el primer indio que llegaba se lo llevaba y comía; parescianos que no era bien ponerla en esta aventura, y también nosotros no estábamos tales que nos ´dábamos pena comerlo asado, y no lo podíamos tan bien pasar como crudo.

Esta es la vida que allí tuvimos, y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los rescates que por nuestras manos hecimos.


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