CURIOSIDADES:
Mis
últimos apuntes fueron despachados tan
aprisa que no tuve tiempo de enviar detalles relacionados con ellos. El hecho
es que toda comunicación directa con Inglaterra está detenida, y todos los que
han de enviar cartas dependen enteramente de la irregular partida de busques de
Malta o Nápoles; y para mejorar las cosas, no se avisan de antemano estas
partidas antes de que el humo de la chimenea del vapor advierta que la caldera
está encendida para zarpar.
En
mi carta desde Messina dije que estaba a punto de embarcarme como tripulante de
un buque destinado a Palermo, pues este era el único modo posible de alcanzar a
Garibaldi. Primero pensé intentar juntarme a los revolucionarios por tierra,
pero la plaza estaba tan estrechamente cerca que el hacerlo así me hubiese
llevado a un calabozo de la ciudadela, a dos o tres pies bajo el nivel de la
marea. Recibí la noticia de presentarme en mi barco a las siete de la tarde, y
mientras levaban anclas hice un croquis de la Fortaleza que domina la bahía, la
torre y el estrecho de Messina, aquí de apenas tres millas de anchura.
GARIBALDI ES EL SÍMBOLO DEL RESURGIMIENTO ITALIANO |
Por
la mañana del 24 último, cuando nuestro barco doblaba el cabo Bongerbino pude
percibir distintamente un fuego por la cumbre de los montes que dominan
Palermo. Desde luego, todo el mundo a bordo del Vulture se puso sobre el quien
vive al instante, y un grupo interesado, del que vuestro humilde servidor
formaba parte, se reunió con telescopios y gemelos, a observar, mientras la
tripulación, dejando su trabajo, se disputaba los sitios buenos para mirar
también. Inmediatamente dejamos caer el ancla en la bahía. Muchísima gente vino
a decirnos que había tenido lugar un encuentro entre Garibaldi y las tropas
reales cerca de Monreale, y que deseaban comprarnos cualquiera armas que
tuviéramos para vender. También nos dijeron que a pesar de las precauciones
tomadas por las autoridades, que condenaban a muerte a cualquiera que fuese
hallado con una espada o un mosquete, algunos miles de jóvenes se preparaban a
caer sobre los soldados y a despedazarlos, tan pronto como Garibaldi se lo
ordenase. Sin embargo, la lucha se transformó en un fiasco por parte de los
liberales, pues las humaredas de los fogonazos se retiraban más y más hacía los
montes hasta perderse de vista, y nada decisivo se ganó por ambos lados,
excepto que los napolitanos se irrogaron a sí mismos la victoria, suponiendo
que la columna que se retiraba era el total de ejército patriota. Esta fue una
de las famosas maniobras de Garibaldi, porqué él, entretanto, con el grueso de
sus fuerzas, hizo una marcha de flanco desde Pareo a Misilmeri, dejando al
general napolitano bajo la impresión de que había huido en dirección opuesta.
Desde luego, aquel supuesto triunfo consiguió mucho para la causa del Gobierno;
y me siento inclinado a creer, según lo que ví al desembarcar, que el pueblo
comenzaba a sentirme desaminado ante el relato de la derrota de su héroe. Este
sentimiento, sin embargo, fue pronto disipado por el comité, un consejo
revolucionario secreto con sede en el corazón de Palermo, que tomó activas
medidas para reanimar los ánimos que decaían. A propósito de este comité,
presencié un incidente relacionado con él en mi primera visita a tierra, que me
dio material para escribir.
Podéis
fácilmente, imaginar que los sbirri tenían muchas ganas de descubrir a las
personas que componían este consejo de conspiradores, y que no perdieron
oportunidad de obtener información acerca de sus posibles moradas, nombres y
número. Acababa de pasar por la Porta Felice cuando vi a un inmenso gentío que
venía hacia mí desde el lugar de la Reale Finanze. A su cabeza iba un hombre
corriendo a toda marcha, con numerosas heridas en la cabeza que manaban sangre.
Una de ellas era particularmente horrible, y se extendía desde la sien a la
barbilla, dándole un desagradable aspecto. Iba gritando socorro mientras
corría. El más veloz de sus perseguidores le alcanzó y tuvo tiempo de darle una
serie de cuchilladas, antes de que cayera ante el umbral mismo del consulado
americano, donde unos soldados que pasaban le recogieron y le metieron dentro.
El
sábado, 26 último, hubo una gran movimiento entre los vapores napolitanos
surtos en la bahía. Salieron y permanecieron en el mar, en varias direcciones,
como si tuviesen la misión de interceptar un segundo desembarco en la costa. NO
era este el caso, como después supe. Era que el general Letizia, jefe de la
tropas reales, había sido tan engañado por la fingida retirada de Garibaldi a
las montañas que envió los vapores a perseguirle para que no lograse embarcar
en algún punto de la costa, y también envió un barco a Nápoles con la noticia
de que todo había terminado, y que esperaba enviar pronto al patriota en persona
apara ser torturado en algún oscuro calabozo, como premio de Su Majestad.
Mientras esto sucedía, yo recibí, a cosa de una hora de la partida de los
vapores, a unos ocho millas de distancia, y prometiendo, si me decidía a
esperar un día o dos, hallar algunos medios de que me reuniera con ellos; pero
también se insinuaba en la carta que serían ellos quienes vendrían donde estaba
yo.
ENTRADA DE GARIBALDI EN PALERMO |
A
eso de las tres y media del domingo por la mañana, me despertó una rápida
descarga de mosquetería, toques de campanas de iglesia, y fuertes vítores
lanzados por miles de pulmones. Saltar de la cama y vestirme fue cosa de cinco
minutos. Garibaldi con sus hombres estaba luchando por abrirse paso por la
Porta de Santo Antonino, mientras los oficiales napolitanos, sorprendidos por
la súbita aparición del hombre a quien creían lejano y fugitivo, galopaban aquí
y allá, dando órdenes confusas a las tropas que habían reunido y dando
contraórdenes casi inmediatas. La primera precaución tomada por los militares
fue colocar, a intervalos, centinelas a lo largo de ambos lados de las calles y
a la entrada de cada encrucijada, con orden de disparar sobre quienquiera que
se asomase a las ventanas o a las puertas de las casas. Se habían traído dos
cañones. Barren con ellos la Strada Nuova de la Via Toledo a la Porta de Santo
Antonino. Cada balcón de esta calle se ha convertido en una fortaleza; los
ciudadanos a quienes se suponía desarmados están haciendo un buen servicio
contra las aterrorizadas tropas; mientras la pequeña columna de libertadores está
adelantando con seguridad, tomando ventaja al avanzar sobre todos los lugares
que ofrecen refugio. Los hombres que echaron a los austríacos de cómo y Varese
conocen el valor de cada onza de plomo y no hay uno solo de sus proyectiles que
no tenga ya su blanco cuando sale del cañón de sus fusiles. “¡hurra!. El
Toledo, centro de la ciudad, es conquistado, y se levanta una fuerte barricada
entre la Porta Nuova y la Porta Felice. La anterior, con la Piazza Reale y el
Palacio, está en poder de las tropas que se están reuniendo allí en fuertes
cuerpos y reuniendo armas. El fortín ha comenzado a bombardear aquella parte de
la ciudad que está en poder de Garibaldi. Ningún lugar en que uno se refugie es
seguro; fuertes explosiones seguidas de nubes de polvo de las casas que se
derrumban se suceden una a otra sin intervalo. Mujeres y niños corren gritando
por las calles mientras aquí y allá bandas organizadas de labradores se llevan
a los muertos y heridos de entre los montones de humeantes ruinas.
En
verdad, Letizia, el general napolitano, debería ser felicitado por su viril y
valiente modo de pelear; es una gran hazaña matar inofensivas viejas y niños
pequeños. En una casa derribada vi transportar los cuerpos de una familia entera,
desde los sesenta años a los seis meses. Pero el fuego va aumentando en Vía
Toledo; algunas piezas de campaña han sido puestas en acción en Porta Nuova, que
barren la calle de extremo a extremo. Sin embargo, se ha levantado una
barricada en la Porta Felice, y en ella uno de los oficiales de Garibaldi
planta una bandera italiana entre una lluvia de disparos y metralla que le deja
intacto, asombrosamente. Todos los campanarios de la vecindad están tocando
como señal de que todos los que tengan armas deben congregarse en el lugar, y
pronto la barricada cuenta con una hueste de defensores. Mientras tanto, las
propias gentes de Garibaldi y los squadri, montañeses sicilianos, han tomado a
las tropas de flanco desde algunas calles estratégicas, y en conjunción con los
de la barricada de Porta Felice, les hacen retroceder hasta la Piazza Reale. Ya
es de noche, y la escena en la Toledo hace baldío todo intento de descripción.
Un buque de guerra napolitano ha tomado posición de combate en un muelle, y
está lanzando obuses de trece pulgadas en las aceras. Brotan llamas en todas
direcciones y las paredes se derrumban con estrépito por las estrechas
encrucijadas, mientras los ayes y gemidos de los heridos, que son transportados
a posiciones más abrigadas, combinados con los vitores de los soldados
patriotas a medida que hacen retroceder a los otros, paso a paso, hacia el
Palacio Real, producen algo así como una docena de pandemónium en uno. Toda la
noche continúa la noche interrumpida, y no hay quien duerma, ni mucho ni poco,
aunque no sea de los combatientes, pues en cualquier momento le puede despertar
un obús en su cama.
El
martes, la lucha fue más dura que nunca. Se verificó un ataque sobre el
palacio, y una de sus alas fue ocupada por los asaltantes y defendida por un
tiempo considerable; esta hazaña fue realizada por el joven Garibaldi a la
cabeza de quince hombres, y si no le hubiesen llamado de allí, creo que se
hubiese establecido firmemente en su conquista.
MUESTRA DEL ARROJO Y AVANCE DE GARIBALDI CONTRA LOS REALES |
Cuando
se tiene en cuenta que Garibaldi entró en la ciudad con sólo unos mil hombres
de su propia gente, de quienes dependía, el resultado logrado es sorprendente.
Está
a punto de salir un vapor para Nápoles y debo enviar esto inmediatamente. Solo
añadiré que hemos tenido un armisticio desde el miércoles por la tarde, que
expirará mañana domingo, 3 de junio a las doce. Fue el general napolitano quien
lo pidió, y ha ido a Nápoles por instrucciones para saber qué hacer.
Esto
forma parte de la sorprendente campaña que realizó Garibaldi por Sicilia para
incorporar a esta al reino del Piamonte, el unificador de Italia cuando el 2 de
junio de 1860, el periodista inglés Frank Vizetelly, fue testigo de la entrada
de Garibaldi en Palermo.
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