EL JOVEN MUSSOLINI
Benito Mussolini nació en Varano
Dei Costa, Predappio, un 29 de Julio de 1883. Fue hijo de un herrero socialista
y de una maestra de escuela muy trabajadora y que llevó el peso económico de
sacar el hogar adelante puesto que el marido estaba metido en diferentes
refriegas políticas que realizando sus labores en la fragua. El nombre de
Benito fue debido a la admiración que profesaba su padre por el presidente
mexicano Benito Juárez. Benito creció en una casa humilde, al cuidado de una madre
culta y laboriosa, y exaltado políticamente por su padre, que le convirtió en
asiduos a los mítines. Benito siendo pequeño ya mostraba parte del carácter que
tendría de mayor, es decir, ya era violento, indisciplinado, reservado y
pendenciero, su forma de ser creó problemas en el vecindario y los centros
educativos por donde pasó pero no le impidió a los 18 años, a pesar de todo,
conseguir el título de maestro.
A los 19 años de edad trabajó en
una ciudad de provincias y destacó por su mala conducta. Ya en sus memorias
escritas durante sus estancias en la cárcel se expresaba en los siguientes
términos “En ese tiempo yo era un bohemio. Yo me dictaba mis propias reglas y
tampoco estas respectaba.”. En esos años jóvenes, en efecto, presentaba una
actuación antisocial: agresiones a rivales sentimentales o políticos, fiestas
con borrachera, escándalos con mujeres casadas, una violación. Estos hechos,
probablemente, causaron que en 1902 escapara a Suiza dónde residió en varias
ciudades: Berna, Ginebra y Lausana trabajando como trabajador manual, profesor
de italiano o peón en la construcción , finalmente, fue escogido como secretario
de la Asociación de ladrilleros y trabajadores manuales de Lausana, dónde pasó
de ganar miseria a un sustento modesto. Con 20 años comenzó a leer cualquier
libro que cayera en sus manos, Spinoza, Kant, Schopenhauer, Nietzche, Blanqui,
Kropotkin, Sorel y Marx, estos últimos cuatro pensadores sociales cuyo
postulados Mussolini nos los compartía prácticamente. De cara a los pocos amigos
que poseía le atribuían por aquél entonces un carácter blasfemo, excitable,
vengativo y neurótico, un falso intelectual, vago, mal vestido, un fanfarrón
que se vanagloriaba de su virilidad.
En esos años va alternando
estancias entre Italia y Suiza, unas veces para escapar del servicio militar
italiano y otras de las policía suiza. Es hecho encarcelar varias veces en la
cárcel por participar en altercados antimilitaristas, antirreligiosos y
anticapitalista, y cuando no está apresado va viviendo de lo que le da el
enseñar idiomas. En 1904 regresa a Italia para ayudar a su madre en la escuela,
aunque no cala en la enseñanza infantil. Su madre muere un año más tarde con lo
que entra en una espiral desenfrenada de tres años de duración; de alcoholismo,
desorden, exaltación política y promiscuidad que le llevó a contraer la sífilis
que casi le lleva al suicidio. En ese tiempo realiza el servicio militar.
Su exaltación política le
llevaron de nuevo a la cárcel en Romagna, pero aquel hombre se estaba dando a
conocer con su quehacer y un periódico de izquierdas le denominó “camarada
Mussolini”, y por primera vez, en la Tribuna de Roma un corresponsal le
calificó como “Gran Duce”. Por aquel entonces escribía y le era publicado
soflamas como esta “Son adoradores del capitalismo burgués; esclavos del
nacionalismo y del patriotismo, a los cuáles hay que atacar sin piedad hasta
que muestren en su auténtica felonía
para con el proletariado. Porque el proletariado tiene que considerarse
antipatriótico por definición y por necesidad y comprender que el nacionalismo
es sólo una máscara, buena únicamente para los amos, y que en la bandera
nacional sólo es, como decía Gustavo Hervé, un trapo plantado en un montón de
estiércol”.
A la edad de 26 años residió en
casa de su padre durante unas cuántas semanas, que regentaba una pensión junto
a su amante madre de dos hijas. Benito se enamoró de una, Raquel, 10 años más
joven que él. Un día, tras haberla llevado al teatro, la pidió en matrimonio
que fue denegado por sus padres. Herido en su orgullo sacó una pistola y
amenazó con matar a la pequeña y suicidarse a continuación. Se salió con la
suya y se casaron. Su esposa sería conocida como doña Rachele, la mujer que
compartía toda su vida soportando infidelidades, así como las luchas de poder
en el apogeo del fascismo y la derrota del mismo.
EL EXALTADO
MUSSOLINI
Ante la aventura colonialista
del Gobierno Giolitti en Libía y con la excusa de proteger a los italianos allí
afincados para quitársela al imperio otomano, en declive, Mussolini clamaba en
los periódicos frente al gobierno, pero también contra su propio partido que
apoyaba esa política. Así, decidió pasar a la acción, formando grupos que
organizaban mítines, manifestaciones y desórdenes, lo que le llevó a prisión
por quinta vez en su vida. Estuvo cinco meses en ella, y no se apagó sino
continuó imparable y su verbo hizo triunfar a la ala izquierda del socialismo
y, en 1912, esto le aupó a la dirección del diario ¡Avanti! a los 29 años.
Gracias a su dirección el
¡Avanti! pasó de 30.000 a 100.000 ejemplares. Todo el diario era suyo: ideas,
artículos, presentación y títulos. El periodismo no anuló al político ni al
hombre de acción: fracasó en su intento de presentarse como diputado y su
intento revolucionario republicano. Pero en 1914 estalló la Gran Guerra y
Benito se embarcó en una nueva aventura. En un principio en el diario clamaba
“¡Abajo las armas y arriba la humanidad!”. Pero a las pocas semanas cambió de
parecer defendiendo que Italia debía intervenir en el conflicto para evitar la
derrota de Francia, que admiraba, y porque además, una victoria sobre Austria
significaría la devolución del Trentino y Trieste. Y también había otra razón,
la guerra estaba recibiendo apoyo del movimiento sindical con lo que temía
perder influencia si se oponía a la guerra.
Al cambiar de criterio tuvo que
abandonar ¡Avanti! que oficialmente estaba en contra de la intervención en la
guerra. Para su fortuna encontró capital para abrir un nuevo diario Il populo
d’ Italia, que apareció en noviembre de 1914 proclamando lo siguiente “Hay una
palabra que en tiempos normales jamás habría usado, pero me veo obligado a
pronunciarla claramente, con fuerza y con una lealtad sincera: la palabra Guerra”.
Este cambio de pensamiento fue repudiado en el congreso socialista alejándole
del partido y los que eran sus amigos se convirtieron en sus enemigos, pero se
granjeó la simpatía entre el ala derecha socialista, de los sindicalistas,
irredentos y belicistas. El 23 de mayo, Italia declaró la guerra a los Imperios
centrales y Benito estalló de alegría “Todos somos italianos y nada más que
italianos. Ahora el acero tiene que enfrentarse con el acero y un solo grito
sale de nuestros corazones ¡Viva Italia!.
A los 33 años se ofreció
voluntario para ir al frente dónde combatió pero fue devuelto a casa debido en
1917 recibió metralla en las trincheras. Como manifestó más tarde “Mis
sufrimientos fueron indescriptibles. Tuve que soportar veintisiete operaciones
en un mes, todo sin anestesia, salvo dos”. Encantado con su papel de herido y
ex combatiente, siguió apoyándose en muletas, aún cuando ya no las necesitaba.
EL HOMBRE
PROVIDENCIAL
Antes de que acabara la guerra comenzó
a pensar en un hombre providencial “que debía ser despiadado, tan enérgico que
sea capaz de hacer una limpieza general”. Y se postuló para ese papel. Tras el
fin de las hostilidades, la victoria, la Paz de Versalles y el Tratado de Saint
Germain tuvo material para organizar su guerra particular. En sus diatribas
hallaba responsables para las derrotas, para las victorias retrasadas, para el
escaso reconocimiento dado a Italia en Versalles. En Italia había muchos
descontentos procedentes del socialismo, sindicalismo, ejército, irredentos que
le siguieron y fundaron en 1919, Los Fasci italiani di combatimento,
organización de activistas armados con un escaso apoyo en esos momentos pues en
las elecciones en ese año únicamente obtuvieron 4.000 votos.
En la cúspide de su partido |
Tras este fracaso hubo una
investigación policial en su diario dónde se encontró un numeroso arsenal, por
lo que fue llevado a prisión de nuevo, aunque estuvo poco tiempo. Su momento
llegaría un año después, cuando la inflación, deudas de guerra, huelgas, paro,
desmovilización, el incumplimiento de las promesas por la entrada de Italia en
la guerra llevaron al país al caos. Los Fasci se convirtieron en una fuerza
terrible que se dedicó a apalear sindicalistas, socialistas y huelguistas por
los campos y ciudades de Italia. Muchos propietarios los vieron como una tabla
de salvación para contra el desorden social, se les dio renombre en los medios,
y en los campos y ciudades italianas vivieron una guerra civil que duró dos años
con un balance de cuatro mil muertos.
En 1921 Benito Mussolini funda
el partido nacional fascista y uno de sus seguidores, Corridoni, le bautizó
como Duce. En ese mismo año conseguía una acta de diputado y su partido 35 escaños
gracias a una alianza antisocialista con los liberales. El partido tenía fuerza
y atrevimiento que compensaba la falta de cuadros y de seguidores y su
dispersión ideológica, a veces contradictoria. Se definía opuesto al comunismo
y al socialismo ( de los que rechazaba el materialismo histórico, la lucha de
clases y la dictadura del proletariado), y, también, al liberalismo (reducto
del capitalismo y de las oligarquías tradicionales). Frente a ellos quería
imponer la convivencia del estado autoritario, disciplinado y jerarquizado, con
la democracia y compatibilizarla con una jefatura absoluta, con un Duce “ que
siempre tiene razón”; planteaba la preocupación social, la fundación de un
imperio, la restauración de la grandeza imperial romana y defendía la forja del
hombre nuevo, forjado en el sacrificio y la disciplina al servicio del Estado.
Escribió Mussolini “Somos aristócratas y demócratas, revolucionarios y
reaccionarios, proletarios y antiproletarios, pacifistas y belicistas. Nos
basta con un solo punto de referencia: la nación”. Con semejantes
planteamientos, el partido a mediados de 1922 sumaba trescientos mil afiliados,
fue definiéndose a base de bandazos y presiones. Y cuando llegó al poder, el
régimen evolucionaría a base de decretos y leyes.
Ante la huelga general del
verano de 1922, Mussolini, presionado por sus colaboradores más intolerantes,
Roberto Farinacci, Italo Balbo y Dino Grandi, presentó un ultimátum al
gobierno; sino actuaba contra los huelguistas, las escuadras fascistas se
encargarían de reestablecer el orden. El 24 de octubre se reúnen en Napoles una
concentración de 40.000 fascistas que claman “¡A Roma!”, aún antes que el Duce
hablara. Este impresionado ante lo que veía reclama el poder “O nos entregan el
gobierno o lo tomamos, cayendo sobre Roma”.
Aunque el plan no estaba
preparado a fondo, Mussolini dio orden el día 27, viernes, a sus seguidores que
se pusieran en marcha. Los camisas negras avanzaron hacia la capital, hallando
el camino abierto. Alcanzaron los arrabales la mañana del sábado 28 y al caer
la tarde se habían reunido más de 25.000. En la ciudad existía el temor que se
formaran desmanes, pero habían colocados unos 12.000 soldados equipados con
artillería, ametralladoras y autos blindados que se hubieran impuesto. Su jefe,
el general Badoglio, declaró que solo necesitaba una orden y quince minutos
para dispersar a los camisas negras.
Marcha sobre Roma 1922 |
El domingo 29 de octubre, la
concentración ya alcanzaba los 40.000 hombres, pero tenían muchas dudas, pues
Mossolini seguía en Milán, con un ojo en la frontera y otro en Roma. Durante la
tarde del domingo, ante la ausencia de actividad del gobierno y la división del
parlamento, el Rey rehusó resolver la papeleta de los políticos decretando el
estado de excepción, y llamó a Mussolini. Doce horas más tarde, el 30 de
octubre, llegaba éste a Roma, en cuyo alrededores acampaban 70.000 fascistas.
En esos momentos cruciales, el Duce optó por la prudencia y se presentó ante el
Rey, en la mañana del 31 de octubre, con una lista de gobierno aceptable; pedía
los ministerios de interior, exterior, Justicia y Finanzas, el resto se lo
entregaba a liberales y militares.
Desde su asalto al poder hasta
el principio de la década de los treinta, las prioridades de Mussolini fueron
convertir a Italia en un estado fascista: eliminar toda oposición política,
convertir a los diputados y el senado en simples seguidores de sus decisiones,
imponer los cuadros fascistas en la administración municipal, conseguir el
monopolio de prensa, terminar con los sindicatos de clase y declarar ilegales
las huelgas, extender los saludos e himnos fascistas entre otras cuestiones. Para
ello no se detuvieron ante nada, el diputado socialista Mateotti fue asesinado
por criticar el gobierno, hubo continuas detenciones, interrogatorios,
humillaciones, palizas… para los enemigos.
En su primera época de gobierno,
Mussolini trató que Italia se situara en la vanguardia económica e industrial
de Europa por lo que acometió una gran campaña de obras públicas: construcción
de puentes, carreteras, canales, desecación de zonas pantanosas, escuelas,
universidades, hospitales, duplicación de la producción cerealista. Al final de
la década, aunque las cosas no estaban bien hechas, Italia creció y se habían
multiplicado las exportaciones y disminuido las importaciones. Otro de sus
logros fue regularizar las relaciones con el Vaticano, rotas desde 1871, tras
la designación de Roma como la Capital del Estado, y como protesta el papa se
había considerado como prisionero dentro del Vaticano durante cincuenta y ocho
años. “La cuestión romana” finalizó en 1929 con los acuerdos de Letrán, según
los cuáles Pio XI aceptaba la capitalidad romana de Italia y el gobierno
italiano reconocía la independencia del Vaticano y al Papa como su soberano.
Mussolini dirige Italia 1934 mundial de futbol |
En esa primera fase de
consolidación fascista y de desarrollo, Mussolini afirmó que era partidario del
desarme si todos hacían lo mismo. Con que esto no era posible, en la
conferencia internacional de Desarme naval de 1930 exigió para Italia la
paridad con Francia, con lo que la reunión fracasó. El ejército en esa época
era de 330.000 hombres, medianamente equipados, con una marina que se estaba
quedando obsoleta y dónde sólo era moderna la aviación. Bastante escaso para el
potencial de Italia con más de 40 millones de personas. Por eso, el 15 de enero
de 1931, el consejo de ministros decidió iniciar la instrucción militar de
600.000 adolescentes bajo la dirección de los Camisas negras del partido
fascista. El consejo fascista proclamaba “Los pueblos fuertes tienen en tiempos
de paz amigos próximos y lejanos; en caso de guerra, son temidos. Por el
contrario, los pueblos débiles se hallan solos y marginados en la paz y, en
caso de guerra, corren el riesgo de ser aniquilados”.
Mussolini, esquivando el
temporal económico de la gran depresión que llevó a la miseria a más de un
millón de italianos y obligó a emigrar a más del doble junto al malestar político
creado por la falta de libertades y las ineficaces y corruptas administraciones,
se dedicó a incrementar el poder militar, que le daría la victoria en Abisinia,
en 1936, y la anexión de Albania, en 1939. Esto convertía a Victor Manual II en
emperador, pero no podían ocultar las debilidades del fascismo y la corrupción
de los cuadros de mando del régimen que no impedían a Mussolini tener
prestigio.
EL ÁRBITRO DE
EUROPA
En el 1939, Mussollini llegaría
al cénit de su prestigio y vanagloria. Así, a finales de septiembre, la crisis
de los sudetes estaba a un punto de estallar en el enfrentamiento que mantenían
Alemania y Checoslovaquia, que implicaban a Francia por sus acuerdos con
Checoslovaquia, y a Inglaterra por sus vinculos con Francia. El 28 de
septiembre vencía el ultimátum dado a Checoslovaquia para conceder la autodeterminación
a los sudetes, de población en su mayoria alemana y como Praga no cedia,
Francia trasladó fuerzas a la frontera, mientras Gran Bretaña puso en alerta a
su flota. En ambos bandos habían enemigos a la guerra, entre los dirigentes
nazis tenemos a Göring, que hizo gestiones en Londres para frenar cualquier posible conflicto y
recuerda en ese momento a Mussolini como posible mediador. De acuerdo se
manifiesta el presidente Chamberlain, cuyo embajador en Roma se entrevistó con
Ciani cuatro horas antes de la expiración del ultimátum, al que expresó:
“Chamberlain apela a las buenas relaciones del Duce para que intervenga en
estos momentos en los que debe hacerse algo para salvar la paz y civilización”.
Ciano acudió ante Mussolini, y este ordenó a su embajador en Berlín, Bernardo
Attolico, que expresara a Hitler la conformidad de Italia con sus demandas con
los Sudetes y su apoyo en la crisis, pero al haberse un resquicio de paz
abortara las movilizaciones otras 24 horas. Hitler aceptó y apoyó formar una
cumbre a cuatro (Alemania, Italia, Gran Bretaña y Francia) para solucionar el
conflicto sin armas. Posteriormente, se supo que Göring había apelado a Hitler
para esto, para complacer a Mussolini y evitar su defección del eje.
Saludo entre Chamberlain y Mussolini |
Así, el 29 de Septiembre en
Munich hubo la cumbre donde se decidió un referéndum para la incorporación de
los sudetes a Alemania, que ocuparía gradualmente su terreno. Hitler no cumplió
pero eso es otra historia. Mussolini regresó de Munich y en palabras de Shirer
“temprano, chulo como un gallo” y , Ciano proclamaba que “Desde el Brennero
hasta Roma, desde el Rey a los campesinos, el Duce recibe una acogida como
nunca había visto. Él mismo me dice que semejante fervor sólo se había
producido la noche de la proclamación del Imperio”. En ese año se firma entre
Alemania e Italia lo que se denominó “El pacto de acero”, hubo reuniones desde
finales del 38 para acordar un pacto pero diversos sucesos como la (guerra civil
española, la rotura de pacto sobre los sudetes, o la conquista de Albania por Italia)
lo retrasaron, que rezaba en el artículo
3 “Si en contra de los deseos y esperanzas de las partes contrayentes sucediera
que una de ellas se viera complicada en hostilidades con otro Poder o Poderes,
la otra parte contrayente acudirá en su ayuda con todas las fuerzas militares
de tierra, mar y aire”. En parte, fue debido a las necesidades de Alemania con
Polonia y se dio un año para rearmar el ejército italiano y estuviera preparado
para una larga contienda internacional. Mussolini ansiaba formar un imperio a
costa del francés, aunque temía esta guerra, la deseaba, pues codiciaba las colonias
francesas de Djibuti, Túnez, la isla de Córcega y otros terrenos más allá de
los Alpes. En 1940, la opinión de los cuadros militares, del partido, del rey,
o los industriales era conveniente aprovechar que los vientos de guerra eran
favorables ya que Francia estaba debilitada y derrotada, así como lo que dijo Hitler
a Mussolini, en una entrevista, unos cuántos días antes de la declaración de
guerra de Italia: “Duce, usted sabe cuánto lo admiro, pero es mi deber
advertirle si me entero que Italia me traiciona le envidiará el destino a
Polonia porque al menos los polacos no me traicionaron”. El 10 de Junio de 1940,
Ciano leyó la declaración italiana de guerra a los embajadores de Francia y Gran
Bretaña y les entregó sus pasaportes. Una bravata sin duda alguna. Esa noche el
ministro anotaría en su diario “Mussolini habla desde el balcón del palacio de
Venecia. La noticia de la guerra no sorprende a nadie y no despierta excesivos
entusiasmos. Yo estoy triste, muy triste. Comienza la aventura. ¡Qué dios
proteja a Italia!”
Anuncio periodístico en 1940 |
El 11 de junio, no pasó nada:
Francia no estaba para atacar a nadie y Mussolini esperaba al último suspiro
francés para asestar su puñalada trapera. Mussolini, en contra de lo esperado
no cayó sobre Malta, sino que envió tropas a Francia para según sus palabras
“será un paso triunfal, necesito de unos cuántos miles de hombres caídos para
cuando se celebren las conversaciones de paz”, pero se encontró con una defensa
francesa que le causó numerosas bajas y daños materiales. Fueron cinco días de
batalla en una Francia que se rendiría en breve al Poder alemán, el 24 de
junio. Mussolini creyó que estaba a la
par de Alemania y pidió las viejas aspiraciones en Africa, y porciones de
terreno de Francia sureste, Hitler le puso en su lugar y lo único que le dio
fue el uso de los puertos de Etiopia, y 50 kilómetros desmilitarizados entre
Francia e Italia y Túnez y Libia. Por otro lado, Gran Bretaña decidió romper la columna
vertebral de lo mejor de la industria italiana, sus fábricas de aviones y de
automóviles, y bombardeó Génova y Turín. No logró nada aparte de causar una
veintena de heridos, pero puso al descubierto la ineficacia de las defensas
italianas. Viendo esto Mussolini demandó cañones antiaéreos a Hitler El hombre
providencial caminaba al ocaso, herido en su orgullo.
BIBLIOGRAFÍA
Con el correr de las páginas, Bosworth va recreando la vida de este personaje que se empeñó más en crear una imagen de sí mismo que en cultivar su intelecto, a pesar de que presumía de “intelectual”. Fue un hombre de lecturas salteadas, probablemente superficiales y sin formación sistemática. Quizás tomaba aquello que le resultaba útil y lo reinterpretaba a su modo tan particular. Como ocurre siempre con los dictadores, simulan que lo conocen todo y pueden opinar sobre todo. Su propio ego les impide reconocer que el conocimiento humano es limitado, falible, endeble y en las más de las veces, conjetural.
Claretta Petacci, la amante de Benito Mussolini, transcribía cada día en su diario las conversaciones que mantenía con el Duce, en que este le contaba sus intimidades, recordaba su vida o la ponía al corriente de los acontecimientos políticos: la guerra de España (y su indignación contra el idiota de Franco ), la persecuci
La obra sigue en orden cronológico la aventura política del Duce, empezando por un atento análisis de las causas que favorecieron el ascenso del fascismo. El autor comprende que resulta fundamental entender el contexto en el que se fragua este experimento político, los orígenes del régimen. Los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial, la aguda crisis económica, el descontento social, las frustraciones nacionalistas (la vittoria mutilata, en palabras de D’Annunzio) y las movilizaciones (biennio rosso y la “amenaza socialista”) contribuyeron de forma decidida a la rápida difusión del fascismo por la bota itálica. Además, el libro demuestra como la dictadura fascista fue “compleja y contradictoria”, con pocos logros en política nacional y muchos errores. Mussolini, hábil en crear, en apenas dos años, una plataforma “flexible” para alcanzar el poder, tuvo que mediar, buscar el compromiso con la Monarquía, la Iglesia Católica y el ejército italiano, elementos que, a fin de cuentas, impidieron que el régimen fuera “totalitario” como las apariencias sugerían.
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