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miércoles, 7 de octubre de 2015

RAMON MUNTANER NIÑERO DE UN PEQUEÑO INFANTE

CURIOSIDADES:


Ramon Muntaner escribió una gran crónica donde recogió multitud de episodios de los que fue testigo. De esas se recoge abajo parte del capítulo 269 de la crónica donde se describe el viaje desde Sicilia a Rosellón entre agosto y octubre de 1315. Se sabe que el día 5 de abril del mismo a-ño nació en Catania el fínate don Jaime, hijo del infante Fernando de Mallorca y de Isabel de Sabrán. Su padre el infante don Fernando, que tuvo que volver hacía Grecia pero estimó oportuno llevar al pequeño infante a Perpiñán, donde residían sus abuelos, Jaime II de Mallorca y Esclarmorda de Foix. El traslado se encomendó a Ramón Muntaner. Un hecho importante, tanto en la salida como en la llegada del viaje, se iba a levantar acta notarial que diera fe que el pequeño infante de cuatro meses era en realidad él. Al ser tan pequeño hubiera sido muy fácil una suplantación. Este infante sería Jaime III, el último rey de Mallorca, que morirá defendiendo sus derechos en la batalla de Lluchmajor. 


RAMON MUNTANER ESCRIBIENDO SU CRÓNICA MINIATURA DEL CÓDICE CONSERVADO EN EL ESCORIAL


Verdad es que así que el infante don Fernando de Mallorca hubo partido de Messina, yo fleté una nave de Barcelona que estaba en el puerto de Palermo, que era de Pere Desmont, y la hice ir a Mesina y de aquí a Catania. Y también envié una dama noble, muy buena mujer, natural del Ampurdán, que se llamaba doña Agnés de Adri, que era viuda y había venido a Sicilia en la compañía de doña Isabel de Cabrera, esposa del noble don Bernat de Sarriá; y aquella había tenido 22 hijos, y era muy piadosa y muy buena. Convencí a doña Isabel y a su noble esposo que me la dejaran para que yo le recomendara al señor infante don Jaime, hijo del señor infante don Fernando. Cortésmente me la dejaron; y yo le encargué el cuidado del señor infante, ya que había tenido tantos hijos y era buena y buen y honrado linaje. También disponía yo de una buena mujer que había pertenecido a la casa del señor infante Don Fernando, que había sido enviada por la reina de Mallorca en cuanto supo que aquél se había casado. Luego conseguí dos mujeres más,. Y el infante tenía nodriza buena y de excelente complexión, que era de Catania, la cual lo criaba con mucho afecto. Y además de esta me procuré dos nodrizas más, que metí con sus hijos en la nave, para que, si una se quedaba sin leche, las otras estuvieran prestas, y por esta razón las metí con sus hijos, por si las necesitábamos.

Y así dispuse mi travesía, y armé muy bien la nave; puse en ella ciento veinte hombre de armas, nobles y villanos, y todo cuanto era preciso para alimentarnos y para defendernos. En cuanto tuve la nave preparada en Mesina, llegó de Clarenza de Grecia una barca armada que el señor infante enviaba al señor rey Federico, haciéndole saber, entre otras cosas, que yo debía salir pronto de Sicilia, lo que yo hice de buen grado. Por tierra me fui a Catania, adonde hice que arribara la nave, desde Mesina, y así, a los pocos días de llegar a Catania se encontró allí la nave, e hice que todos embarcaran.

Y cuando llegó el momento de embarcar al señor infante, Ot de Novelles reunió a todos los caballeros catalanes, aragoneses y latinos que había en Catania, y a todos los honrados ciudadanos, y dijo en presencia de todos ellos:

“Señores, ¿reconocéis en este al infante don Jaime, hijo del infante don Fernando y de doña Isabel, su esposa?”.

Y todos respondieron que sí, que habían estado presentes en su bautizo y después lo había visto y reconocido constantemente: “Estamos seguros que es él”.

Y sobre esto Ot levantó escritura pública; y después repitió aquellas mismas palabras, le respondieron igualmente, e hizo hacer otra escritura. Luego lo puso en mis brazos y en mis manos; y quiso tener de mí otra escritura en la que yo lo declaraba libre del juramento y del homenaje que me había hecho y en la que se reconocía haber recibido al infante.

Esto acabado, llevándolo en brazos lo saqué de la ciudad, con más de dos mil personas que me seguían, y lo entré en la nave. Todos le hicieron la señal de la Cruz y lo bendijeron. Aquel día llegó a Catania un portero del señor rey que, de su parte, trajo al señor infante dos pares de vestidos de ropa de oro con pieles.

Y así zarpamos de Catania el primero de agosto del año mil trescientos quince. Así que llegué a Trápani recibí una carta en la que se me decía que me guardara de cuatro galeras que el rey Roberto de Nápoles había armado contra mí, con intención de apoderarse del infante, pues suponía que si se hacía con él recuperaría la ciudad de Clarenza. En cuánto lo supe reforcé más la nave poniendo en ella más armas, más gente y otras muchas cosas.

Zarpamos de Trápani y el tiempo fue tal que hasta el día de Todos los Santos no tocamos tierra de Cataluña. Os aseguro que durante aquellos noventa y un día ni el infante, ni yo ni ninguna de las mujeres salimos a tierra. En la isla de San Pedro se nos unieron 24 naves de catalanes y genoveses, y navegamos juntos porque todos íbamos hacia poniente. Y tuvimos tal temporal que siete de ellas se perdieron, y nosotros y las demás estuvimos a punto de perecer. Pero quiso Dios que el día de Todos los Santos llegáramos al puerto de Salou. El mar nunca causó ningún trastorno ni al infante ni a mí, y no dejé de mis brazos mientras duró el temporal, ni de día ni de noche, y yo lo tenía que sostener cuando mamaba, porque la nodriza no podía sentarse de tan mareada como estaba, y lo mismo les ocurría a las otras mujeres.

En cuanto llegamos a Salou el arzobispo de Tarragona, por medio de Don Pere de Rocabertí, nos envió las acémilas que necesitábamos y nos hizo albergar en casa de Guanenchs. Luego, en cortas jornadas, legamos a Barcelona, donde encontramos al señor rey de Aragón, que acogió muy bien al señor infante, lo quiso ver, lo acarició y lo bendijo. Luego seguimos nuestro camino con lluvias y mal tiempo; pero yo había hecho hacer unas andas en las que cómodamente iban el infante y la nodriza; llevaba una cubierta de lienzo encerado y encima una tela bermeja; y había veinte hombres que se turnaban en llevar las andas en las espaldas.

En ir de Tarragona a Perpiñán invertimos 23 días. En Báscara encontramos a fray Ramón Saguardia con diez jinetes que la reina de Mallorca había enviado para que acompasen al señor infante; no se separaron de nosotros, junto con cuatro porteros del señor rey, hasta que estuvimos en Perpiñán.
Cuando llegamos al Voló, al atravesar el rio Tech, todos los hombres de la villa salieron, se cargaron las andas en las espaldas y llevaron al señor infante a la otra orilla.

Aquella noche los cónsules y gran número de prohombres de Perpiñán, y todos los caballeros que había en la ciudad, estuvieron con  nosotros; y hubiera habido muchos más, pero el señor rey de Mallorca estaba en Francia. Y así entramos en Perpiñán con gran honor, y nos dirigimos al castillo, donde estaba la reina, madre del señor rey de Mallorca, y del señor infante don Fernando, y la reina esposa del señor rey de Mallorca; y ambas, al vernos subir al castillo, bajaron hasta la capilla.


FACHADA NORTE DEL PALACIO DE LOS REYES DE MALLORCA EN PERPIÑÁN CAPITAL DEL REINO DE MALLORCA


Cuando estuvimos en la puerta del castillo, yo tomé en brazos al señor infante, y con gran alegría lo llevé hasta las reinas, que estaban sentadas juntas. Y Dios nos conceda a todos el mismo gozo que tuvo mi señora la reina su abuela cuando lo vio tan gracioso y bueno, con la cara sonriente y bella, y vestido de ropa de oro, con capa catalana y pellote y con una capucha del mismo paño en la cabeza. Me acerqué a las reinas, me arrodillé y les besé a las dos las manos, e hice que el señor infante besara la de la reina su abuela. Y en cuanto se las hubo besado, ella quiso cogerlo con las manos, pero yo le dije:

“Señora, vuestra gracia y meced no se incomode, porque hasta que me haya aligerado de la carga que tengo no lo tomaréis.”

Y mi señora la reina, sonriendo, dijo que le placia. Y yo seguí: “Señora, ¿Está aquí el lugarteniente del señor rey?”.

“Señor”, dijo ella, “Vedlo aquí”.

Y él se adelantó; y en aquella ocasión era lugarteniente Huguet de Totzó. Pregunté si estaban el baile, el veguer y los cónsules de la villa de Perpiñán; y estaban también los caballeros y todos los hombres honrados que se encontraban en Perpiñán., Y cuando todos estuvieron presentes, hice venir a las damas, nodrizas y caballeros, ya la nodriza de don Fernando. Y ante las damas, las reinas y los demás, les pregunté tres veces.

“¿Este niño que te3ngo en brazos, conocéis que sea el infante don Jaime, primogénito del señor infante don Fernando de Mallorca y de doña Isabel, su esposa?”.

Y todos contestaron que sí. Lo dije tres veces, y  las tres contestaron que sí, y que era cierto lo que yo decía. Cuando hubieron hablado así, dije al escribano que me levantase acta. Y después dije a la reina, madre del señor infante don Fernando:

“Señora, ¿Creéis que este sea el infante don Jaime, hijo del infante don Fernando, hijo vuestro, que engendró en doña Isabel, su esposa?” Y ella respondió: “Sí”.


JAIME III EL PEQUEÑO INFANTE


Y también lo dije tres veces, y a cada una me respondió que me daba por bueno, por leal y por libre, y que me exoneraba de cuanto debía a él y a su hijo. Y de esto también se levantó acta.

Y cuando todo esto se hubo acabado, entregué en buena hora al dicho señor infante don Jaime. Y ella lo tomó y lo besó más de diez veces; y luego lo cogió la reina joven y también lo besó muchas veces; y finalmente lo volvió a coger la reina su abuela y lo entregó a su dama doña Perellona, que estaba cerca.

Y así salimos del castillo y fuimos al albergue donde yo debía residir, o sea a casa de Pere Batlle, y esto pasaba por la mañana. Después de comer volví al castillo y di las cartas que llevaba del señor infante don Fernando a la reina su madre, y las que llevaba para el rey de Mallorca, y les comuniqué los mensajes que se me habían encomendado.

¿Qué os diré? 15 días estuve en Perpiñán,,y todos los días iba dos veces a ver al señor infante, tal era la añoranza que sentí en cuanto me separé de él, que no sabía que me pasaba. Y me hubiera quedado más tiempo, a no ser que Navidad se nos echaba encima; y me despedí de las dos reinas y de todos los de la corte, pagué a los que me habían acompañado, y devolví a doña Agnés de Adri a su casa, cerca de Bañolas. Y la reina se portó muy bien conmigo y con todos los demás.


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