REPRESENTACIÓN DE LA CAÍDA DE TROYA |
En la historia de la guerra de Troya tal como la narra Homero, Eneas aparece como un personaje secundario, eclipsado por héroes más luminosos como el griego Aquiles o el troyano Héctor. Tiempo después, sin embargo, la literatura latina, particularmente el poeta Virgilio, lo convertiría en protagonista de una dramática epopeya con la que quedaron unidos dos grandes momentos de la Antigüedad: la caída de Troya y la fundación de Roma.
Aunque los autores latinos lo consideran troyano, Eneas procedía de otra ciudad de Asia Menor, Dardania, fundada por Dárdano, hijo del dios Zeus. Según la leyenda, Anquises, un descendiente de Dárdano, estaba en una ocasión apacentando el ganado en el monte Ida cuando la diosa Afrodita lo vio y se prendó de él. Eneas, el fruto de sus amores, se casó más tarde con Creúsa, la hija del rey Príamo, y ésa fue la razón de que, cuando los griegos de Agamenón y Aquiles pusieron sitio a Troya, Eneas acudiera a defender la ciudad al frente de los dardanios.
Eneas tuvo una participación activa y constante en los diferentes combates que se mantuvieron en la costa de Troya, a pesar de que se quejaba de la poca estima de Príamo. La Ilíada cuenta cómo Eneas resultó herido por una inmensa piedra que le lanzó el griego Diomedes. Afrodita acudió en ayuda de su hijo, pero, poco avezada en las lides guerreras, también resultó herida. Sólo gracias a Apolo, que logró por tres veces detener al gigantesco Diomedes, Eneas pudo salvar su vida. En otra ocasión, el dardanio se propuso rescatar el cadáver de su cuñado Alcátoo, atemorizando para ello a varios guerreros griegos, como Idomeneo.
El duelo más destacado que libró Eneas en Troya fue contra el mismísimo Aquiles. Según cuenta Homero, cuando el héroe griego decidió regresar al combate para saciar su sed de venganza contra el príncipe troyano Héctor, Apolo lanzó a Eneas contra él. No era la primera vez que ambos se encontraban cara a cara, pues tiempo atrás el terrible caudillo griego había llegado hasta el monte Ida, donde Eneas pastoreaba a sus rebaños, con el fin de robarle. Así, cuando Aquiles vio a Eneas de nuevo ante él, le preguntó amenazante si su afán de lucha venía motivado por el deseo de ocupar el trono de Príamo y le recordó que ya lo había puesto en fuga anteriormente. Pero Eneas no se arredró y le recordó que ambos eran hijos de diosas. Se entabló el combate, y de seguro Eneas habría perecido a manos de Aquiles si Poseidón no hubiese intervenido envolviéndolo en una nube y llevándoselo en volandas a un lugar seguro. Entonces el dios del mar profetizó que los troyanos sobrevivirían a través de la estirpe de Dárdano; la orgullosa Troya sería destruida, pero Eneas se salvaría para fundar un nuevo pueblo.
Cuando los griegos entraron en Troya y saquearon la ciudad, Eneas se retiró al monte Ida cargando sobre sus hombros a su padre Anquises y llevando de la mano a su hijo Ascanio. En cambio, su esposa Creúsa, que se había quedado rezagada mientras huía de las llamas, murió en el intento. Eneas permaneció un tiempo reinando en el Ida, hasta que dos hijos de Príamo que habían permanecido a salvo durante el sitio se adueñaron de la zona. Entonces Eneas emprendió el largo viaje por el Mediterráneo que Virgilio relató en su Eneida del mismo modo que Homero había relatado el viaje de Ulises en la Odisea; sólo que, en el caso de Eneas, la travesía no fue tanto un regreso como un viaje hacia lo desconocido, hacia la realización de una profecía que cambiaría el curso de la historia.
Los supervivientes se dirigieron a Tracia, al norte del mar Egeo. Al llegar allí, mientras cortaban leña para hacer un sacrificio, Eneas vio cómo de las ramas manaba sangre y al momento una voz le narró la terrible historia de Polidoro, un hijo pequeño de Príamo al que éste había enviado a Tracia al comienzo de la guerra, pero que había sido asesinado por su tutor, Polimestor, para quedarse con su oro. La voz animó al héroe a dejar aquel lugar maldito y seguir su camino cuanto antes.
A continuación Eneas marchó hasta la pequeña isla de Delos, donde un oráculo le anunció que debía dirigirse a la tierra de sus antepasados, pero sin especificarle cuál era ésta. Eneas recordó entonces que Dárdano, el fundador de su ciudad natal, procedía de Creta, por lo que decidió dirigirse hacia allí. En la isla, una terrible peste lo obligó una vez más a partir, pero antes tuvo una visión en la que sus dioses familiares le dijeron que la tierra originaria de Dárdano se hallaba en Italia. El héroe, por tanto, puso rumbo hacia occidente.
Durante el trayecto, una tempestad lo arrojó a las Estrofíades, las islas de las monstruosas Harpías, al oeste de Grecia. Los viajeros se enfrentaron con estos seres, que tenían el aspecto de bellas mujeres aladas, y hasta lograron ponerlas en fuga. No obstante, la harpía Celeno les vaticinó que serían presa del hambre antes de que pudieran levantar los muros de su nueva ciudad. Luego siguieron bordeando la costa griega hasta llegar a Butrinto, en la actual Albania, donde vivía Héleno, otro hijo de Príamo que se había salvado de la destrucción de Troya. Héleno reveló a Eneas que debería asentarse donde encontrara una cerda blanca con treinta lechones, si bien antes debía visitar a la Sibila de Cumas, una sacerdotisa de Apolo que formulaba sus oráculos oculta en una gruta cerca de Nápoles. Todas las señales indicaban, pues, que Italia era la meta del viaje.
EL MÉDICO LÁPIX CURANDO HA ENEAS |
De nuevo en el mar, Eneas decidió evitar el paso por el estrecho de Mesina, situado entre las monstruosas Escila y Caribdis, y prefirió bordear Sicilia por el sur. En la isla falleció su padre Anquises. Al intentar proseguir la travesía, una tempestad lo desvió y lo arrojó a las costas de Cartago. Allí, Afrodita se apareció a su hijo para comunicarle que no sintiera miedo, pues los cartagineses, en especial su reina Dido, les recibirían hospitalariamente. Y, en efecto, por intervención de Afrodita, Dido se enamoró de Eneas y quiso que ambos unieran sus pueblos y linajes. Pero Zeus se opuso y envió a Hermes (Mercurio) para advertir a Eneas de que debía continuar su viaje y cumplir con su destino. El héroe obedeció, para desesperación de Dido, que se suicidó.
De regreso a Sicilia, se celebraron unos grandes juegos funerarios en memoria de Anquises. Las mujeres troyanas, cansadas de tantos pesares, decidieron prender fuego a las naves y poner, así, fin al periplo. Pero Eneas obtuvo de Júpiter que enviara una tempestad para extinguir el fuego. Además, la sombra de Anquises se apareció ante Eneas para comunicarle que debía llegar hasta Cumas y descender a los infiernos. De nuevo, Eneas cumplió fielmente la consigna, y en Cumas logró que la Sibila le abriera las puertas del Hades. Allí se encontró con la sombra de Dido, por lo que supo de las terribles consecuencias de su partida de Cartago, pero también vio a su padre, quien en los Campos Elíseos le reveló el glorioso destino del pueblo que debía fundar en Italia.
Espoleado por sus palabras, Eneas se afanó en llegar hasta la desembocadura del Tíber y, tras remontar el río, puso finalmente los pies en una ciudad llamada Palanteo. Aún corrió más peripecias, hasta su muerte gloriosa y su consagración como héroe, pero aquél había sido el término de su viaje, pues Palanteo se alzaba en lo alto de la colina Palatina, el lugar en el que un descendiente de Eneas, Rómulo, fundaría la ciudad de Roma.
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