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domingo, 1 de junio de 2014

EL ÚLTIMO REY DE BABILONIA.

CURIOSIDADES:


CAÍDA DE BABILONIA A MANOS DE CIRO

 El destino de Nabónido, el último rey de Babilonia, empezó a fraguarse lejos de la gran capital mesopotámica, en Harrán, una ciudad al norte de Siria. De allí procedían probablemente sus padres, sin conexión con la realeza y seguramente de condición modesta. Sobre la madre tenemos información muy precisa gracias a una autobiografía que se le atribuye y que, según las fuentes, escribió cuando tenía 104 años. Sabemos así que se llamaba Adad-guppi, nombre que sugiere que era de origen arameo. Cuando Harrán fue destruida por el rey babilonio Nabopolasar y sus aliados medos en el año 609 a.C., ella y su marido marcharon a Babilonia, tal vez como cautivos. Una vez en la capital entraron a formar parte del personal de la corte, aunque su rango no era elevado. Adad-guppi explica asimismo que presentó a su hijo Nabónido en la corte babilonia y que éste sirvió al rey Nabucodonosor, aunque no sabemos qué cargó ocupó.
Nabónido sin duda adquirió con el tiempo una posición destacada en el palacio real. Y, de este modo, cuando ya era un hombre de edad avanzada –como se deduce del hecho de que tenía un hijo ya mayor, al que nombraría regente al conquistar el trono–, intervino directamente en la crisis política que se abrió en Babilonia a partir de la muerte de Nabucodonosor II, en el año 562 a.C.
Los seis años siguientes fueron para Babilonia un período convulso, en el que se sucedieron hasta tres reyes, dos de los cuales fueron asesinados. El último acto de la crisis
se inició con el ascenso al trono en 556 a.C. de Labashi-Marduk, hijo del rey  Neriglisar. Seguramente el nuevo monarca era aún un niño, por lo que nada pudo hacer frente a una conspiración de palacio que apenas dos meses después lo derrocó y acabó con su vida. Según el historiador Beroso, «la debilidad del rey se hizo aparente de muchas maneras» y fueron sus «amigos» quienes lo asesinaron.

Tras la muerte de Labashi-Marduk, Nabónido fue aclamado como nuevo soberano, quizá sin que él mismo lo buscara. Al menos eso declara en la crónica que encargó en su decimotercer año de reinado: «En mi mente no estaba la idea de ser rey». Sin duda, Nabónido debió de formar parte de la conjura, pero no parece que fuera el líder. Tal vez lo aupó al trono su propio hijo, Belshazzar (conocido también como Baltasar). Así se explicaría que justo después de la proclamación de su padre, Belshazzar ascendiera a un lugar preeminente en la corte y se convirtiera en regente del reino durante el largo período de tiempo en que Nabónido estuvo ausente de la capital.
En cualquier caso, en los inicios de su reinado Nabónido actuó como si quisiera hacerse perdonar la manera en que había llegado al trono. Se esforzó en comportarse como sus predecesores y quiso mostrarse como un rey piadoso y respetuoso con las tradiciones religiosas babilonias. Un ejemplo de este empeño fue la restauración del Ebabbar, el principal templo de la ciudad de Sippar, 60 kilómetros al norte de Babilonia. En tan sólo dos años se excavó el terreno hasta llegar a los cimientos más antiguos del templo y se procedió a la reconstrucción, de manera que en su tercer año de reinado Nabónido pudo dedicar el Ebabbar y presentar una tiara a Shamash, el dios del sol, «según las antiguas costumbres». Durante los trabajos de excavación de los cimientos del templo se descubrió una estatua del rey Sargón de Acad (2333-2278 a.C.), una antigüedad ya en esa época. Nabónido hizo colocar esta estatua en el Ebabbar y ordenó que se le rindiera culto como si fuera la imagen de un dios. Aprovechando seguramente este hallazgo, Nabónido hizo colocar también en el Ebabbar una estatua suya, no para ser adorada sino como un elemento votivo. Este hecho podría interpretarse, una vez más, como ejemplo de la voluntad de Nabónido de relacionar su propia persona con ilustres gobernantes del pasado.
En los momentos iniciales de su reinado, Nabónido también dedicó especial atención al mantenimiento del culto a las principales divinidades de Babilonia, sobre todo a Marduk, el dios patrono de la ciudad. En Sippar restableció las ofrendas en el templo de Marduk y su paredra (esposa) Sarpanitu, e hizo lo propio en Uruk. Una inscripción nos informa de que el monarca restauró también el templo de Ishtar de Acad, en la ciudad de Agadé.
En el cuarto año de su reinado, Nabónido tomó una sorprendente decisión: abandonó la capital, Babilonia, dejando a su hijo Belshazzar a cargo del reino, y se estableció en el oasis de Teima, en el desierto de Arabia. Ordenó rodear esta ciudad de una muralla y se hizo construir un palacio. El traslado tal vez estuvo relacionado con la amenaza creciente que ejercía sobre Babilonia el emergente Imperio persa, dirigido desde 559 a.C. por un belicoso monarca, Ciro II. Temiendo que los persas ocuparan Siria y cortaran las rutas comerciales de Babilonia hacia el norte, Nabónido tal vez quería explorar un acceso alternativo al mar a través del norte de Arabia, una zona económicamente muy próspera en esa época.
Tras diez años en Teima, Nabónido regresó a Babilonia, quizá porque su presencia en la capital era necesaria para hacer frente a la amenaza de Ciro, o bien porque decidió asumir directamente el poder ante las discrepancias que tal vez surgieron con su hijo Belshazzar. Cabe señalar igualmente que en esos años se había producido en Babilonia una hambruna.
En cualquier caso, fue a su regreso de Teima cuando el monarca decidió llevar a la práctica un proyecto que sin duda acariciaba desde hacía años y que tendría consecuencias dramáticas para el Imperio babilónico: el de promover a lo más alto del panteón al dios lunar Sin, una divinidad que había caído en el olvido en la ciudad, pero a la que el monarca se sentía muy ligado seguramente por el ejemplo de su madre, gran devota de Sin.
Nabónido ordenó convertir varios templos en santuarios dedicados a Sin. La decisión se dio a conocer en todos los rincones del Imperio mediante la erección de estelas en las que se explicaba el lugar de privilegio que a partir de entonces ocuparía el dios lunar, y se argüía que la medida del rey le había sido inspirada directamente por el dios mediante una señal o signo; era, decía, la «obra de Sin» (epišti Sîn en acadio). Nabónido dedicó una especial atención a los templos de Sin en Harrán y en Ur, y en esta última ciudad consagró incluso a su hija, En-nigaldi-Nanna, como gran sacerdotisa del dios, emulando a Sargón de Acad, que había hecho lo propio con su hija Enheduanna. Los trabajos de reconstrucción fueron conmemorados en la autobiografía de la madre de Nabónido, en la que ésta vinculaba directamente el poder del monarca con la protección del dios: «Sin, el rey de los dioses, me miró. Él llamó a Nabónido, mi único hijo, mi vástago, a la realeza. Él personalmente le entregó la realeza de Sumer y Acad, desde la frontera de Egipto y el mar superior, hasta el mar inferior, toda la tierra».
La nueva política religiosa de Nabónido provocó el rechazo de la clase sacerdotal de Babilonia. Ya su marcha al oasis de Teima fue vista como una traición a la ciudad y a sus tradiciones. La ausencia del rey supuso, por ejemplo, que se cancelasen las ceremonias del festival del Año Nuevo, que el monarca debía presidir. Entre ellas estaba la introducción de la estatua de Marduk en su templo, que indicaba el inicio del año, por lo que su suspensión perturbaba el ciclo de cultos en la ciudad. Al regreso de Nabónido a Babilonia la situación se agravó, pues el rey ordenó que hasta el templo de Marduk fuera consagrado a Sin. Los sacerdotes de aquel dios y de otras divinidades cuyos templos habían sido usurpados para el nuevo culto lunar se convirtieron en enemigos acérrimos del rey, al que acusaron de comportamiento impío; su dios Marduk los vengaría, aseguraban.

Esa venganza llegó en el decimoséptimo año del reinado de Nabónido. El rey persa Ciro entró en los dominios de Nabónido en 539 a.C., procedente de los montes Zagros, y derrotó a los babilonios en una sangrienta batalla en la confluencia de los ríos Diyala y Tigris, cerca de Opis. Tras saquear esta ciudad y masacrar a sus habitantes, Ciro se dirigió a Sippar. Entretanto, se desarrolló en Babilonia una conspiración contra Nabónido, que fue hecho prisionero. La ciudad se rindió al general persa Gobryas y poco después Ciro hizo su entrada triunfal en ella. No se sabe a ciencia cierta cuál fue el destino de Nabónido: según una fuente, se le envió al exilio en una remota provincia del Imperio persa, mientras que el historiador griego Jenofonte asegura que el último rey de Babilonia fue asesinado.

FUENTE-Adelina Millet Albà. Departamento de Filología semítica UB. Directora del Instituto del Próximo Oriente Antiguo

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