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domingo, 29 de junio de 2014

COMALCALCO UNA CIUDAD MAYA EN LA SELVA DE MÉXICO.

CURIOSIDADES:


CIUDAD DE COMALCALCO


En 1850, el francés Desiré Charnay llegó a Estados Unidos para dar clases en un colegio de señoritas bien. Tenía 22 años y acababa de terminar sus estudios. Un día cayó en sus manos el libro Vistas de los Monumentos Antiguos de Centro América, Chiapas y Yucatán, de Stephens y Catherwood, dos aventureros que habían viajado por Chiapas y Yucatán. Fascinado por sus dibujos de las ruinas mayas, Charnay decidió emularlos. Regresó a Francia para proveerse de material fotográfico y de los fondos necesarios. En 1857,  ya en tierras mexicanas, fotografió los lugares más emblemáticos de Ciudad de México y alrededores. De nuevo en Francia, publicó el libro Álbum fotográfico mexicano y organizó una exitosa exposición en la que se mostraban las ruinas y los tipos humanos de aquellas tierras lejanas y exóticas.
Tras viajar por Madagascar, África y Australia, Charnay volvió a México en 1880 como miembro de una comisión científica y recorrió varias ciudades de Yucatán. Cinco años después publicó en París el relato de sus viajes, Las antiguas ciudades del Nuevo Mundo; en el capítulo doce de este libro narró cómo descubrió una extraordinaria ciudad maya situada junto a un pueblo de Tabasco llamado Comalcalco.
El viaje hasta el lugar fue en sí mismo una odisea, con caminos intransitables, puentes colgantes, fondas húmedas, tormentas y vendavales… A su llegada, Charnay causó sensación con su cámara fotográfica; «todos vienen a pedirnos su retrato. El tendero se regocija pues eso le trae ventas, e hicieron falta dos días de rechazos para despedir a nuestros visitantes inoportunos».
En Comalcalco, Charnay trabó relación con el médico y algunos hacendados, que le invitaron a cenar. Fueron ellos quienes le informaron de que cerca había una «multitud de pirámides que los habitantes comparan con una cadena de montañas». Los lugareños sacaban de allí «máscaras, figurillas, restos de cerámica». Pero lo más preocupante era que habían encontrado «una mina inagotable de buenos y bellos ladrillos, que servían en la construcción de las casas del pueblo y en el pavimentado de una larga calzada».
Charnay decidió organizar una expedición a las ruinas, a unos cuatro kilómetros del pueblo, en el margen derecho del río Seco. Contrató a un grupo de trabajadores para que se adelantasen y prepararan el campamento, y el 12 de septiembre de 1880 él mismo partió. Mientras cabalgaba no dejaba de pensar en lo que sus anfitriones le habían dicho sobre el abandono y el saqueo del yacimiento. «Estos informes odiosos me trajeron la muerte al alma, ¿qué nos quedaría del palacio, y en qué estado vamos a encontrar las ruinas?». El último trecho del camino lo hizo a pie, resbalando y sujetando a los caballos.
Nada más llegar, Charnay encontró fragmentos de grueso estuco que anunciaban la inminencia de las ruinas. Luego vio unos pequeños puentes de ladrillo, idénticos a los de Palenque. Por fin, al amanecer, avistó los restos de una pirámide, aunque la vegetación era tan densa que el yacimiento se hallaba sumido en la penumbra, ya que los obreros aún no habían desbrozado la zona. Charnay se desesperaba: «Estos señores lo hacen con calma, sin que ninguna observación pueda encender su ánimo. Dan aquí y allá algunos hachazos, se detienen, conversan, encienden un cigarrillo y nos miran riendo admirados de nuestra impaciencia».
El yacimiento era extraordinario. Charnay lo fotografió, levantó un mapa de lo que hoy conocemos como la Gran Acrópolis y anotó todo lo que le pareció relevante sobre las ruinas. Enseguida se dio cuenta de que en Comalcalco no se había empleado como material de construcción la piedra caliza habitual en los yacimientos mayas, sino ladrillo y gruesas capas de mortero de ostión cocido. Observó la gran similitud con Uxmal y Palenque, reconociendo las falsas bóvedas y los tejados a dos aguas. Pero el francés no estaba en condiciones de hacer una investigación arqueológica a fondo: «Cuántos misterios por aclarar. Harán falta muchos años, mucha gente y una salud férrea a los nuevos exploradores; yo acabo de trazar el camino».
A mediados del siglo XX empezaron las excavaciones sistemáticas en Joy Chan, como se llamó antiguamente la ciudad antes de cambiar su nombre por el de Comalcalco, «lugar de la casa de los comales». Esas investigaciones han confirmado que Comalcalco floreció durante
el período clásico (250-900) y que fue un importante núcleo comercial gracias a su situación estratégica. La ciudad ocupaba siete kilómetros cuadrados y en ella se han identificado 432 edificios, entre los que destacan la Gran Acrópolis, la Acrópolis Este y la Plaza Norte. En 2011 se anunció el hallazgo del primer cementerio maya. Especial importancia ha tenido el reciente desciframiento de los textos glíficos hallados en la ciudad; sabemos ahora, por ejemplo, que en 649  d.C., el rey Uux-B’ahlam (Tres Jaguar) fue derrotado por el gobernante de Tortuguero, B’ahlam Ajaw (Rey Jaguar), que contaba con el apoyo de Palenque, y que Comalcalco fue definitivamente abandonada hacia el año 900.  

MASCARA ESCULPIDA EN ESTUCO


FUENTE- Isabel Bueno. Doctora en Historia,

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