CURIOSIDADES:
En
el corriente mes de septiembre se cumplen quince años que contemplé por ver
primera las aguas de la mar victoriana y lanzando a ellas mi bote navegué a lo
largo de sus orillas, inspeccioné sus bahías y sus desembarcaderos y tracé un
diseño de sus contornos. Seis meses más tarde dos periódicos, el Daily
Telegraph y el New York Herad noticiaban a sus lectores, por la insignificante
suma de un penique, que acababa de explorarse en Africa el mayor de los Nyanzas
y que al norte de este lago había un monarca que reinaba sobre tres millones de
negros cansados de vivr en las tinieblas y pidiendo la luz a voz en cuello.
Algunos hombres de bien oyeron la súplica y enviaron al rey unos misioneros,
que con ímproba labor instruyeron a él y a su pueblo. Al principio, la
predicación dio escaso resultado, pero como la semilla había caído en terreno
fértil, echó raíces y flores, y a pesar de la cizaña, los cardos y las malas
hierbas que crecen el el suelo virgen, produjo abundante cosecha.
HENRY MORTON STANLEY |
La
mañana de nuestra partida hacia el litoral no pude menos que recordar que allá
en el Congo, a mil cuatrocientas millas del Océano Atlántico, había tenido yo
la suerte de arrojar los primeros vapores a las olas de aquel río caudaloso y
de fundar en sus riberas unas estaciones que en 1887 no habían ayudado muy eficazmente
en nuestra expedición y ofrecido fraternal hospitalidad, como lo había hecho
dos años más tarde aquella misión de la cual entonces me despedía. Este
recuerdo me trajo a la memoria aquella metáfora del Eclesiastés: “arroja tu pan
a la superficie de las aguas y andando el tiempo lo volverás a encontrar”.
No
pretendo extenderme en la descripción de las comarcas situadas entre el lago
Victoria y Bagamoyo. Lo hice ya en otra parte y fuera excusado repetirlo. El
aspecto de la región de Guengué, que desde nuestra partida aparecía cada más
hermosa, hizo exclamar a la gente de color que los misioneros habían estado muy
poco acertados al elegir el Usambiro por residencia. No echaban de ver que
cuando más populosos eran los distritos del Usukuma y el Unyamuezi, más
inhabitables eran para los pobres misioneros. Los insoportables impuestos y las
desmedidas exigencias de los gobernantes, siempre groseros e inexorables,
habían acabado por hacer imposible la permanencia de las misiones en el país,
como no se conformasen con perecer de hambre.
En
prueba de ello basta citar lo que nos pasó cuando llegamos a Ikoma el día 20
del expresado mes de septiembre. En Guengué y en Kungú ya nos habíamos
preparado para continuar pacíficamente la jornada. A cada paso encontrábamos
provocadoras muchedumbres que nos saludaban danzando y profieriendo gritos de
guerra. Esto no nos daba cuidado, pero de pronto un maldito chiquillo empezó un
fuego graneado de invectivas que acaloró muy pronto los ánimos. Los insultos de
los naturales reducianse en suma a acusarnos de canibalismo, del cual creían
ver una prueba en las cicatrices de los sudaneses, y gritaban como unos
energúmenos que no querían antropófagos en sus tierra. Apresúreme a mandar que
se formase el campamento, aunque la maleza era muy escasa y la hierba más todavía.
Mientras estaba dando disposiciones para ello se me presentó un sirviente egipcio
hecho una lástima; tenía el brazo atravesado por una flecha y la cabeza rajada de un hachazo, y habían le
arrebatado los vestidos, la carabina y su provisión de ropas. Bastábame abrir
la boca para que fuese inmediatamente vengado, pero tuve que devorar esta y
otras injusticias porque quería llegar a todo trance al día siguiente a Ikoma,
capital del distrito y cuatro veces más populosa todavía.
EN EL CONGO 1890 |
Nuestra
tarea en Ikoma era muy sencilla, Mr., Mackay nos había dicho que en aquella
estación encontraríamos a un inglés llamado míster Stokes, tratante en marfil y
amigo del jefe Malissa, que había almacenado una gran cantidad de provisiones
europeas y deseaba deshacerse de ellas. Las galletas, la manteca, los jamones,
el tocino que a él le sobraban nos vendrían de perlas a los diez europeos que
íbamos en la caravana con más hambre que piernas. Mr. Mackay nos proporcionó
dos guías zanzibaritas, para llegar hasta el posesor de estas provisiones, que
deseábamos adquirir a toda costa. Yo alimentaba la esperanza de que siendo
Malissa amigo de Stokes nos rogaría que no hiciésemos caso de la algarada
atribuyéndola a ligereza de la juventud.
Alzábase
ante nosotros, en el centro de una llanura que cubrían ha pocos siglos las
aguas del lago Victoria, una colina que tres o cuatro siglos atrás debió de ser
una isla montañosa y de la cual ha sido barrida desde hace mucho tiempo el
último puñado de tierra. Hoy nos queda de ella sino el esqueleto, consistente
en una cordillera de cenicienta ecnesia y en una infinidad de enormes peñascos
diseminados en todas direcciones. A la sombra de ellos vive una población de
unoas cinco mil almas. A la distancia de un tiro de fusil y a la que alcanza el
sonido del cuerno y el de la voz humana, veíanse una infinidad de lugarejos o
grupos de chozas rodados de vallas formadas por los euforbios. En la parte
occidental de la llanura pacían muchos bueyes, carneros y cabras, legando a
contar en aquella parte treinta y tres rebaños, de donde dedujimos que el Ikoma
era un distrito próspero y bien defendido por sus muchos habitantes y sus
inexpugnables fortalezas naturales.
HOY EN DÍA TODAVÍA EXISTEN POBLADOS COMO FUERON VISTOS POR STANLEY |
A
medida que íbamos acercándonos salían a recibirnos unas gozosas bandadas de
chiquillos y de muchachas de tez reluciente y vigorosa musculatura, riendo y
danzando con todo el abandono y jovialidad de la juventud. Así subimos una
suave pendiente entre dos hileras de rocas descomunales que se elevaban a doscientos
pies encima de nosotros, estrechándose un pco a la entrada de la aldea
principal. De improviso vemos salir de ela una multitud de guerreros de
flotantes vestiduras y relucientes lanzas, y cubiertas las cabezas de pintadas
plumas, arremetiendo contra nosotros con infernal gritería. Entendimos que nos
intimidaban la orden de retroceder. Respondiéndoles nuestros guías que éramos
una pacifica caravana de amigos de Stokes y de Malissa, pero no hubo medio de
hacerse oir ni de lograr que parasen sus gritos y amenazas. Acérqueme para ver
si conseguía dominar el tumulto y veme amenazado en el acto por una multitud de
lanzas. Un indígena asió mi carabina, mas dos zanzibaritas acudieron en mi
auxilio obligándole a soltarla. Tendíeronse los arcos, enristrándose las lanzas
y dos de los nuestros fueron heridos. No tuvimos otro remedio que cargar a
aquella desatinada muchedumbre. En esta embestida cayeron diez de los agresores
y fue hecho prisionero un monangua. Tras esta refriega no había que pensar en
tratos ni negociaciones, y como todas las alturas iban cubriéndose de indígenas
armadas de arcos y fusiles, procuramos alejarnos lo más pronto posible de la
aldea a fin de preparar nuestro campamento de modo que no pudiese acabar con nosotros
aquella multitud desaforada.
A
poca distancia de la peñascosa colina sobre cuyos diseminados pedruscos
descollaban unos monolitos parecidos a colosales menhires, había un estanque
muy bien situado para nuestro propósito. Completamos el recinto amontonado en
torno los fardos y las cajas que llevábamos, y nos pusimos a la expectativa.
Desde
el campamento veíase el antiguo lecho del lago extendiéndose hasta una
distancia de muchas millas y a cada media milla un grupo de chozas rodado de su
correspondiente cerca. Cubría el llano una alfombra de hierba menuda como el
musgo. La caravana se había apoderado de un rebaño de bueyes que mandé soltar.
Entonces pregunté a nuestro prisionero por qué nos habían recibido los suyos
tan ferozmente, a lo cual no pudo o no quiso contestarme. Vestile de pies a
cabeza y le devolví la libertad encargándole que díjese a Malissa que éramos
unos blancos amigos de Stokes, en cuya caravana había muchos portadores uasukumas
y que no tenían ninguna intención hostil, sino el firme propósito de hacer lo
humanamente posible para llegar cuanto antes a la costa. Escoltáronle hasta un
cuarto de milla de la aldea, fuese y no volví a parecer.
En
cambio renovarónse varias veces aquel día las tentativas de ataque hasta que a
las cuatro de la tarde vimos avanzar por el este, el norte y el sur tres grupos
muy numerosos hacía el campamento. En vista de ello mandé preparar la
ametralladora.
Los
uasukumas iban acercándose con suma precaución y hasta, al parecer, de mala
gana. Al frente del grupo procedente del sur iban algunos tiradores que vinieron
pavonearse a trescientas yardas del campamento.
MARCHA DE EXPEDICIÓN DEL UNYORO |
Ya
habíamos muerto a alguno de ellos cuando de pronto les arrojó la ametralladora
un chorro de proyectiles que no bajaba de ciento cincuenta cartuchos. No fue
herido ninguno de los naturales,; pero el extraordinario alcance del arma y la
lluvia de balas que vomitaba, fueron bastantes para que los más atrevidos
echasen a correr. Envié una compañía a cerrar el paso a los que venían del este
y otra a detener a los que avanzaban por la parte del norte, y los uasukumas
volvieron más que de prisa a sus madrigueras. Solo un indígena había muerto en
aquella escaramuza, en la cual tomaron parte probablemente dos mil guerreros.
No
teníamos tiempo para entretenernos en pelear con los uasukumas; por
consiguiente,. Al otro día, que era el 21, continuamos la marcha hacia la
costa, bastante pesarosos, lo confieso, de tener que renunciar al jamón y al
tocino que contábamos adquirir en aquella aldea que tan inhospitalaria se nos había
mostrado. Malissa había perdido también, por su parte, los presentes que le
destinaba.
No
bien emprendimos la marcha, toda la población de Urima echó a andar en pos de
nosotros. A las ocho de la mañana empezó a atacarnos. Aquel día no tuvimos
necesidad de recomendar a los egipcios que no se dispersasen. Marchaban
formando un grupo compacto en pos de dos compañías y seguidos de la
retaguardia, compuesta de los sudaneses de Bonny y de la compañía de Shukri
Agha. Los uasukumas no podía causarnos de esta manera ningún daño, aunque
hubiesen sido en número triplicado; sin embargo, no cesaban de perseguirnos,
haciendo ademán de atacarnos por el flanco y por la retaguardia. Así llegamos al
mediodía a Muanza, al borde de una torrentera que llaman el Nullah del Jordán,
ancha de cuarenta yardas, que atraviese el antiguo depósito lacustre, y de la
cual sacan agua, abriendo hoyos en su arenosos lecho.
Viendo
que los naturales continuaban persiguiendo a la caravana, quise probar un
último esfuerzo para apaciguarlos, enviándoles en calidad de parlamentario el
jefe de los guías uasukumas, Poli-Poli, apodo que literalmente traducido quiere
decir: “¡Calma, calma!”.
A
fuerza de gritar y de llamarles, logró que un monagua y cuatro de los suyos
entrasen en el campamento, donde fueron muy bien recibidos, porque todos veían
en su aparición un presagio de paz. Cambiamos, al vernos, amistosas palabras; regalé
a todas hermosas ropas y di permiso a los demás para acercarse. Apenas acababan
de salir de mi tienda el monagua y sus cuatro compañeros, muy satisfechos, en
apariencia, cuando oí una descarga que me pareció tirada por cincuenta fusiles.
Salí corriendo, y vi que el enemigo se nos había echado alevosamente encima,
traspasando de una lanzada a uno de los nuestros; las cabras huian en todas
direcciones, porque los uasukumas pretendían apoderase de ellas, y el cauce de
la Nullah habíase llenado de enemigos que saltaban y corrían como unos poseídos.
Siete indígenas fueron muertos dentro de un radio de diez yardas alrededor del
campamento, el traidor monagua fue herido de un balazo en la espalda y huyó
tirando la tela que le habíamos regalado. También recobramos las cabras que se
habían dispersado durante la refriega. Si sen consideran las circunstancias de
este episodio, bien puedo decir que de buena escapamos.
EL ENCUENTRO ENTRE STANLEY Y EMIN PASHA EN KAVALLI EN EL LAGO ALBERT, NYASALAND 1888 |
Al
día siguiente, partíamos a la hora acostumbrada, no cesando de encontrar a
derecha e izquierda del camino aldeas y más aldeas, cuyos habitantes salían de
ellas con los fusiles cargados, formando apretadas columnas que a veces tenían
dos millas, y tirando sin tregua contra nosotros. Así fueron acompañándonos por
espacio de tres horas, hasta que al entrar en el distrito de Mamara hicieron
una tentativa de ataque, profiriendo desaforados gruitos de guerra. Dejamos las
cargas en el suelo, arremetimos a ellos y les vimos huir como alma que lleva el
diablo, pero en cuanto proseguimos la marcha, volvieron a seguirnos hasta el territorio
de Seké, de modo que hicieron inútilmente una fatigosa jornada de seis horas.
El
día 23 fuimos del Seké septentrional al Seké Kuikuru o Seké el mayor, siempre
seguidos por una hostil muchedumbre. Harto comprendía que una insignificante
demostración no podía producir grande efecto en el ánimo de aquellos energúmenos,
y por lo tanto, me abstuve de exacerbar su cólera, no deteniendo la caravana
sino algunos minutos para rechazar un ataque.
FUENTE_HENRY M. STANLEY "In darknest Africa"
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