MOMIA DE LA DAMA DE DAI |
A orillas del río Xiang, afluente del Yangtsé, se alza Chang-sha, capital de la provincia china de Hunan. Ciudad de larga historia, que se remonta al reino de Chu (1030-223 a.C.), durante la segunda guerra mundial sufrió la destrucción de la mayor parte de los edificios históricos a causa de los combates contra las fuerzas japonesas. Ante semejante desastre nada hacía presagiar que treinta años después se hiciera allí uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de China: las tumbas de Mawangdui.
Mawangdui proviene del término Ma’andui, que significa «silla de montar», y es el nombre de dos montículos con dicha forma situados al este de Changsha. Tradicionalmente se creía que estos montículos eran las tumbas de unas concubinas imperiales de la dinastía Han del Oeste (206 a.C.-9 d.C.), mientras que en los mapas históricos aparecían mencionados como la tumba de Ma Yin, gobernador del reino de Chu en el siglo X.
En 1971, durante unas obras para construir un hospital, el ejército hizo allí varias perforaciones. Cuando los soldados estaban en plena tarea, de uno de los agujeros comenzó a manar gas de un penetrante olor acre; algunos trabajadores prendieron fuego cerca y vieron cómo aparecía una llama azul.
Este curioso episodio llegó a oídos de Hou Liang, un arqueólogo del Museo de Hunan, que acudió a la zona para inspeccionar el agujero. Como arqueólogo estaba familiarizado con el fenómeno, puesto que la descomposición de la materia orgánica en el interior de una tumba libera gases tóxicos. Hou Liang intentó capturar una muestra del gas en una bolsa de oxígeno, pero para entonces ya se había agotado.
En 1972, Hou Liang emprendió una excavación, sospechando que lo que se había encontrado allí era una tumba. Pronto descubrió un túnel vertical que confirmó su intuición, pero que le hizo temer que hubiera sido construido por saqueadores, aunque comprobó enseguida que los ladrones habían abandonado su propósito tras haber excavado 17 metros. Un poco más adelante los arqueólogos dieron con una tierra blanca compactada: era el recubrimiento exterior de la tumba.
El enterramiento consistía en un pozo vertical de 20 metros de profundidad, con varios niveles escalonados y con grandes vigas de madera de ciprés cubriéndolo. Tras extraer la tierra blanca apareció un estrato compuesto por una capa de carbón de 37 a 47 cm y debajo se encontró una alfombra de bambú que cubría el enterramiento.
En los meses siguientes, se retiraron las vigas para poder acceder a la cámara funeraria. La primera sorpresa llegó al descubrir arcos y cestas de bambú que aún conservaban un tono verde-amarillento, como si los hubieran trenzado hacía poco. Luego se halló un elegante cuenco de laca con tapa; al abrirla, los arqueólogos pudieron ver que en su interior había unas raíces de flor de loto flotando en el agua. El excepcional estado de conservación del ajuar funerario no hizo sino aumentar la expectación sobre el contenido del sarcófago.
Cuatro ataúdes contenían el cadáver. El último estaba envuelto en una tela de seda en forma de T de dos metros, con decoraciones del mundo celestial, el mundo de los hombres y el inframundo. Al abrirlo, los arqueólogos vieron que el cuerpo se hallaba bajo varias capas de tela, así que decidieron llevar los ataúdes al museo de Hunan y seguir allí la investigación.
Una vez en el museo, se procedió a desenvolver el cuerpo. Cuando se llegó a la última capa de tela, se pudo palpar algo blando bajo ella. No se trataba de una momia, como las que se habían encontrado en la cuenca del Tarim, en el desierto de Taklamakán, sino del cuerpo de una mujer tan increíblemente bien conservado que la piel seguía siendo amarillenta y elástica, y algunas articulaciones aún eran flexibles.
REPRESENTACIÓN DE LA CÁMARA FUNERARIA |
Los estudios revelaron que la difunta era Xin Zhui, la esposa del marqués de Dai, gobernador de la región, a la cual los arqueólogos bautizaron como la Dama de Dai. Las excavaciones llevadas a cabo entre 1971 y 1974 descubrieron otras dos tumbas, aunque éstas sí habían sido saqueadas. Una de ellas pertenecía al propio marqués de Dai, y la otra era la sepultura de un individuo joven, de unos treinta años, tal vez el hijo de ambos. Los cuerpos fueron enterrados entre 186 y 165 a.C., durante la dinastía Han del Oeste, por lo que los restos de la Dama tenían más de dos mil años.
Este descubrimiento sin precedentes llevó a los arqueólogos a preguntarse cómo era posible que la Dama de Dai se hubiera conservado tan bien después de tanto tiempo. Los estudios preliminares especularon con la función de un líquido hallado bajo el cuerpo, que se pensó que podría haber sido usado para detener la descomposición, pero los resultados no fueron concluyentes. Los investigadores creen que el de la Dama de Dai es un caso excepcional, en el que la magnífica conservación del cuerpo se debe a que la profundidad de la tumba y la construcción de un espacio carente de oxígeno preservaron a la Dama y a su ajuar del implacable paso del tiempo.
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