REPRESENTACIÓN DE LA CIUDAD DE VENECIA |
Existen pocas ciudades como Venecia en cuyos orígenes se entremezclen tan intensamente hechos reales, historias fantásticas y mitos creados artificialmente. De éstos, el más generalizado es el de su origen salvaje, la idea de que Venecia surgió de la nada, en un islote en medio de una laguna inhóspita donde hombres y mujeres habían buscado refugio frente a las invasiones de los pueblos bárbaros a partir del siglo V. Un relato tardío, elaborado en torno a 1400, situaba la fundación de Venecia en 421, once años después de la toma de Roma por el visigodo Alarico, e incluso determinaba el día, el 21 de marzo. El relato se basa, sin embargo, en un documento falsificado. En cambio, es cierto que en 452, al producirse la invasión de los hunos, fugitivos de tierra adentro se asentaron ya en la laguna veneciana. Pero esas gentes no descubrieron territorios desconocidos, sino que aquella zona pantanosa se trataba de un área bien integrada en el sistema administrativo del Imperio romano.
Lo que buscaban estos primeros inmigrantes era un refugio temporal a la espera de regresar a sus tierras de origen, pero se lo impidieron las posteriores invasiones, especialmente la de los lombardos, que ocuparon todo el norte de Italia a partir del año 568. Con ello, su estancia en la laguna se hizo permanente. En los siglos V y VI, la laguna acogió una serie de asentamientos marginales, pueblos de pescadores y construcciones fortificadas.
La vida de los habitantes de la laguna en estos años es vivamente evocada en una carta que Casiodoro, el principal ministro del rey ostrogodo Teodorico, les dirigió en 523 en un intento de asegurarse su lealtad: «Vivís como las aves marinas –les decía–, en hogares dispersos. La solidez del terreno sobre el que os asentáis sólo se sustenta sobre acacias y mimbreras, a pesar de lo cual no dudáis en enfrentar vuestro frágil baluarte a la saña del océano. Vuestras gentes cuentan con una inmensa riqueza en la pesca, suficiente para abastecerlas a todas. No hacéis distinciones entre ricos y pobres; vuestros alimentos son los mismos, y vuestras casas parecidas entre sí. Toda vuestra energía va a parar a vuestras salinas; en ellas reside vuestra prosperidad y capacidad para adquirir aquellas cosas de las que carecéis». Y al final Casiodoro les pedía: «Mostraos diligentes en la reparación de esas embarcaciones que, cual si se tratara de caballos, mantenéis amarradas junto a las puertas de vuestros hogares…».
A mediados del siglo VI, la laguna quedó incorporada al Imperio bizantino, como parte de la provincia llamada Venetia. Su centro político y administrativo se situó inicialmente tierra adentro: primero en Oderzo y, cuando ésta fue conquistada por los lombardos, en 639, en Cittanova-Eraclea, en los márgenes de la laguna. A partir del año 742, la capital provincial fue Malamocco, un asentamiento en el Lido, la isla alargada que delimita la laguna frente al mar Adriático. Desde finales del siglo VII, el gobierno, ejercido anteriormente por un funcionario bizantino, quedó en manos de un dux o dogo elegido por la población local. Por lo demás, aumentaba el asentamiento de gentes en las islas de la laguna y se iba organizando mediante un sistema estructurado, aunque todavía sin verdaderas ciudades.
Fue a principios del siglo IX cuando una serie de acontecimientos alumbraron la ciudad de Venecia propiamente dicha. Por un lado, dentro del gran conflicto que estalló entonces entre el Imperio bizantino y el de Carlomagno, Pipino, hijo del emperador franco, intentó conquistar la zona en 810, pero su ataque fue rechazado por los venecianos. Más tarde se creó la leyenda de que las tropas de Carlomagno habían sido derrotadas por los «libres» vénetos en una gran batalla que nunca se libró, pero es innegable que desde entonces los venecianos permanecieron dentro de la órbita bizantina, algo que marcó profundamente todas sus manifestaciones artísticas. Al mismo tiempo, el estar tan lejos de Constantinopla les daba un margen muy amplio de autonomía, hasta el punto de que surgió entre ellos una corriente republicana, enfrentada a los dirigentes partidarios de Bizancio que ejercían el poder.
El conflicto con Pipino tuvo otra consecuencia relevante. La campaña había demostrado que Malamocco estaba demasiado expuesta a un ataque marítimo, por lo que se decidió trasladar la capital a una isla del centro de la laguna, Rialto, cuya ruta sólo conocían las gentes del lugar y que se hallaba más protegida dada la dificultad de llegar a ella a través de los canales.
El nombre de Rialto deriva de la expresión latina Rivus Altus, que significa «río profundo», y hace referencia al canal más profundo de la laguna que bordeaba la isla: el actual Gran Canal. La isla, de tierras lodosas y muy vulnerable a las inundaciones a causa de su superficie completamente llana, había estado largo tiempo deshabitada, pero en el siglo VIII empezó su colonización. En uno de los islotes que la rodeaban, Olivolo, se erigió entre los años 775 y 776 el más antiguo de los obispados de la laguna, el de Castello, con la iglesia de San Pietro. Tras el traslado a Rialto, el dux situó la sede de gobierno en su propia casa, antecedente del palacio ducal que surgiría siglos después en el mismo emplazamiento.
El último hecho crucial fue la llegada a Venecia, en 828, de las reliquias del apóstol san Marcos, que unos mercaderes venecianos habían traído desde Alejandría. Los restos se convirtieron enseguida en el símbolo religioso, político y militar de las comunidades de la laguna. Inmediatamente, por voluntad del dux, se inició la construcción de la basílica que debía
El pequeño archipiélago que rodeaba Rialto se iba convirtiendo en el corazón del Ducado, y su carácter urbano se iba haciendo más evidente, distinguiéndolo de otros asentamientos menores de la laguna dispersos entre Grado y Cavarzere. Estaba cada vez más poblado, era la sede de los poderes de la provincia y allí se multiplicaban los edificios eclesiásticos. Aun así, sólo a principios del siglo X los venecianos tuvieron conciencia de que estaban creando una nueva ciudad. En 899, la laguna sufrió una nueva amenaza de invasión, esta vez por parte de los húngaros, y para la defensa se construyó una muralla entre Santa Maria del Giglio y la zona de Castello; además, se colocó una enorme cadena en la entrada del Gran Canal para cerrar el paso a las posibles embarcaciones enemigas. Según el cronista Giovanni Diacono, fue entonces cuando «el dux Pietro [Tribuno] comenzó a construir con sus súbditos una ciudad en Rialto». Este pasaje, en el que por primera vez se habla de una ciudad en la laguna, es la partida de nacimiento de Venecia.
El crecimiento urbano descansó en la unión de la isla de Rialto con los núcleos autónomos de las islas que formaban el archipiélago rialtino: Dorsoduro, Spinalunga (actual Giudecca), Luprio y Olivolo (actual Castello). Un documento de la década de 870 explica que «algunos hombres obtuvieron el permiso de cultivar pantanos y de construir casas en la zona oriental [de Rialto]; y así la isla llamada Dorsoduro, por autorización ducal, se hizo idónea para residir en ella». Para habitar entre amplios espacios de aguas saladas y áreas hortícolas era necesario desecar el terreno y asegurar las casas con fundamentos en forma de gruesos pilotes de madera. Durante todo el siglo IX las residencias fueron muy modestas y sencillas, con predominio de la madera, la paja y las cañas de los pantanos. Son muy escasos los documentos (menos de una decena) que hablan de edificios con más de dos plantas y paredes de piedra durante los siglos XI y XII. A finales del siglo XII, los únicos palacios realmente destacables eran el del dux y el del patriarca de Grado.
Curiosamente, durante mucho tiempo no estuvo claro cuál era el nombre de la ciudad. En teoría, Venecia era la provincia y Rialto la ciudad, pero, como escribía un jurista en 1311, «los habitantes de esta ciudad pueden ser llamados indistintamente habitantes de Rialto y venecianos. Y ten presente que los de Chioggia o Murano o los del obispado de Torcello que quieren ir a la ciudad de Rialto no dicen que quieren ir a Rialto, sino a Venecia». Y mientras los notarios venecianos databan sus documentos «en Rialto», los extranjeros lo hacían «en Venecia», aunque unos y otros se referían a la misma ciudad. En cualquier caso, Rialto-Venecia era una ciudad en expansión: era la capital de un Estado cada vez más rico, poderoso y autónomo, incluso comparándolo con la capital bizantina, Constantinopla. Hacia el año Mil, la antigua provincia marginal ya era la primera potencia del alto Adriático; más adelante su papel se expandirá más allá del Adriático, por el Mediterráneo.
Su ascenso culminó en 1204, en la cuarta cruzada capitaneada por los venecianos y que terminó con el saqueo de Constantinopla y la supresión temporal del Imperio bizantino. Éste fue sustituido por un Imperio Latino de Oriente del que Venecia era señora en «una cuarta parte y media» (es decir, en tres octavos). Una Venecia rica y poderosa que adquirió en ese momento una dimensión imperial y cuyas estructuras urbanas también se transformaron. Gracias al saqueo de la conquistada Constantinopla llegaron en abundancia a la laguna materiales preciosos (y para una ciudad de agua, incluso las piedras lo son). Pensemos, por su valor simbólico, en los cuatro caballos de bronce que pasaron del hipódromo de Costantinopla a la fachada de San Marcos. Se abría una nueva etapa para la ciudad, convertida ya en una espléndida metrópoli, dispuesta para nuevas conquistas.
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