CURIOSIDADES EXPRESS:
El
primer monarca de la dinastía de los Borbones fue asesinado el 14 de mayo de
1610 en París.
ENRIQUE IV DE FRANCIA |
El
viernes 14, a las cuatro de la tarde, estando el rey en su carroza sin ninguna
guardia en derredor, teniendo consigo solamente a los señores de Epernon,
Montbazon y otros cuatro o cinco, pasaba ante Saint Innocent para dirigirse al
Arsenal, y he aquí que su carroza, por el obstáculo de un carruaje y una
carreta, tuvo que detenerse en la esquina de la calle de la Ferronnerie, frente
a la casa de un notario llamado Pourtrain, lugar en que fue miserablemente
muerto y asesinado por un ser malvado y desesperado llamado Francisco du
Ravaillac, natural de Angulema; el cuál aprovechó esta ocasión para realizar
este desdichado golpe, que acechaba desde largo tiempo habiendo venido para
ello a París, y del que incluso se había avisado a Su Majestad que se guardase,
y él no había hecho caso, mientras el rey atendía a una carta que el señor de
Epernon le leía, el otro, lanzándose sobre él con furia, con su cuchillo que
llevaba en la mano, dio dos puñaladas , una después de otra, en el pecho de Su
Majestad, la segunda de las cuales cayó derecha al corazón cortando su arteria
con lo que quitó al buen rey la respiración y la vida, pues no dijo ya una
palabra más. Viendo lo cuál, M. de Epernon, notando que la sangre le brotaba
por todas partes, le cubrió con una capa; y después de haber reconocido, con
los de su compañía, que estaba muerto, trataron de tranquilizar al pueblo lo
mejor que pudieron, conmovido y aterrado del incidente, diciendo que el rey
solo estaba ligeramente herido y que tuviesen buen ánimo. Hicieron volver
bridas al cochero, y allá fue el pobre príncipe, bañado con su sangre,
sacándolo ya de dentro del carruaje muerto. Sin embargo, un papel que andaba de
mano en mano afirmaba imprudentemente que el arzobispo de Embrún, en el Louvre,
había confesado y exhortado al rey, el cual, muerto y todo, levantó ojos y
manos en alto afirmando que moría como verdadero crisitanoi y buen católico. Lo
cual ha sido ocasión de la prohibición que se ha hecho, a son de trompeta, por
la ciudad, de publicar ni imprimir nada más sobre la muerte del rey. Así cuenta
Pierre de L’ Estoile.
GRABADO HOLANDÉS DE LA ÉPOCA QUE RECREA EL ASESINATO DE ENRIQUE IV DE FRANCIA |
Al
día siguiente de mi coronación, día que quedará siempre en mi memoria como de
perpetua aflicción, sintiéndome incomoda a causa de las fatigas de esta
solemnidad, resolví no solamente no salir del palacio, sino retirarme a mi
gabinete para que nadie viniese a turbar mi reposo, cosa que hice en seguida
que el rey hubo salido. Aún no había transcurrido una hora cuando, estando en mi
gabinete con Mme. De Montpensier, oí en las habitaciones ruido como de gente
que llegaba; hice cerrar la puerta del gabinete para que no viniesen a
molestarme, pero como el ruido aumentaba extraordinariamente, envié a Mme. De Montpensier
a ver que ocurría. Temí hubiese sucedido algún accidente a mi hijo y que
estuviese muerto. Mi temor aumentó cuando vi a Mme. De Montpensier cerrar
súbitamente la puerta y volverse hacia mi pálida de espanto, pues había visto
al rey muerto. Y ella, a todas las preguntas llenas de ansiedad que le dirigía
respecto a mi hijo, sin darme satisfacción se contentaba con decirme:
“Vuestro
hijo no está muerto, no será nada…”
Quise
entonces ver por mi misma la causa de este desorden, abrí la puerta del
gabinete, y al ir a salir de mi cuarto, vi venir de pronto, además de la gente
que allí había, más de doscientas espadas desnudas, y al señor de Praslin, uno
de los cuatro capitanes de la guardia, que volviéndose hacía mí exclamó:
“¡Oh,
señora! ¡Estamos perdidos!”
Y
en este momento, vi al rey sobre la cama, y mientras dudaba de mis propios
ojos, sintiéndome desfallecer, hubiese caído desmayada en tierra si otras
mujeres no me hubiesen sostenido, y me llevaron al diván de mi gabinete. El
señor de Epernon y otros intentaron consolarme diciendo que el rey, aunque
estuviese gravemente herido, no estaba muerto y podría salvarse aún. Epernon,
que se condujo admirablemente en estas circunstancias, salió en el acto para
calmar al pueblo, que comenzaba a soliviantarse. Otro tanto hizo el duque de
Guisa, y ambos afirmaron que el rey no había muerto y que no sería nada.
Pusieron también guardias en la Bastilla y donde quiera se necesitaron, y
pronto. Con ayuda de Diuos y gracias a estas prudentes y oportunas medidas todo
recobró el orden. Lo que me confortó de verdad fueron las palabras del
canciller y de Villeroy, cuando estaba yo entre aquellos caballeros, llorando:
“Señora,
no es este el momento de llorar, sino de tener valor, pues nosotros estamos
todos aquí por vos, que debéis ser ahora, a la vez, rey y hombre”.
MARIA DE MÉDICIS REINA DE FRANCIA |
Dijeron
esto al ver que no había ya modo de ocultarme la muerte del rey; como yo quería
verle a la fuerza, resolvieron no ocultarme ya aquello que yo consideraba ya,
por mi parte, seguro. Así relató María de Médicis.
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