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viernes, 12 de diciembre de 2014

ATENTADO DE ENRIQUE IV DE FRANCIA EL PRIMER BORBÓN ASESINADO

 CURIOSIDADES EXPRESS:




El primer monarca de la dinastía de los Borbones fue asesinado el 14 de mayo de 1610 en París.


ENRIQUE IV DE FRANCIA


El viernes 14, a las cuatro de la tarde, estando el rey en su carroza sin ninguna guardia en derredor, teniendo consigo solamente a los señores de Epernon, Montbazon y otros cuatro o cinco, pasaba ante Saint Innocent para dirigirse al Arsenal, y he aquí que su carroza, por el obstáculo de un carruaje y una carreta, tuvo que detenerse en la esquina de la calle de la Ferronnerie, frente a la casa de un notario llamado Pourtrain, lugar en que fue miserablemente muerto y asesinado por un ser malvado y desesperado llamado Francisco du Ravaillac, natural de Angulema; el cuál aprovechó esta ocasión para realizar este desdichado golpe, que acechaba desde largo tiempo habiendo venido para ello a París, y del que incluso se había avisado a Su Majestad que se guardase, y él no había hecho caso, mientras el rey atendía a una carta que el señor de Epernon le leía, el otro, lanzándose sobre él con furia, con su cuchillo que llevaba en la mano, dio dos puñaladas , una después de otra, en el pecho de Su Majestad, la segunda de las cuales cayó derecha al corazón cortando su arteria con lo que quitó al buen rey la respiración y la vida, pues no dijo ya una palabra más. Viendo lo cuál, M. de Epernon, notando que la sangre le brotaba por todas partes, le cubrió con una capa; y después de haber reconocido, con los de su compañía, que estaba muerto, trataron de tranquilizar al pueblo lo mejor que pudieron, conmovido y aterrado del incidente, diciendo que el rey solo estaba ligeramente herido y que tuviesen buen ánimo. Hicieron volver bridas al cochero, y allá fue el pobre príncipe, bañado con su sangre, sacándolo ya de dentro del carruaje muerto. Sin embargo, un papel que andaba de mano en mano afirmaba imprudentemente que el arzobispo de Embrún, en el Louvre, había confesado y exhortado al rey, el cual, muerto y todo, levantó ojos y manos en alto afirmando que moría como verdadero crisitanoi y buen católico. Lo cual ha sido ocasión de la prohibición que se ha hecho, a son de trompeta, por la ciudad, de publicar ni imprimir nada más sobre la muerte del rey. Así cuenta Pierre de L’ Estoile.


GRABADO HOLANDÉS DE LA ÉPOCA QUE RECREA EL ASESINATO DE ENRIQUE IV DE FRANCIA


Al día siguiente de mi coronación, día que quedará siempre en mi memoria como de perpetua aflicción, sintiéndome incomoda a causa de las fatigas de esta solemnidad, resolví no solamente no salir del palacio, sino retirarme a mi gabinete para que nadie viniese a turbar mi reposo, cosa que hice en seguida que el rey hubo salido. Aún no había transcurrido una hora cuando, estando en mi gabinete con Mme. De Montpensier, oí en las habitaciones ruido como de gente que llegaba; hice cerrar la puerta del gabinete para que no viniesen a molestarme, pero como el ruido aumentaba extraordinariamente, envié a Mme. De Montpensier a ver que ocurría. Temí hubiese sucedido algún accidente a mi hijo y que estuviese muerto. Mi temor aumentó cuando vi a Mme. De Montpensier cerrar súbitamente la puerta y volverse hacia mi pálida de espanto, pues había visto al rey muerto. Y ella, a todas las preguntas llenas de ansiedad que le dirigía respecto a mi hijo, sin darme satisfacción se contentaba con decirme:

“Vuestro hijo no está muerto, no será nada…”

Quise entonces ver por mi misma la causa de este desorden, abrí la puerta del gabinete, y al ir a salir de mi cuarto, vi venir de pronto, además de la gente que allí había, más de doscientas espadas desnudas, y al señor de Praslin, uno de los cuatro capitanes de la guardia, que volviéndose hacía mí exclamó:

“¡Oh, señora! ¡Estamos perdidos!”

Y en este momento, vi al rey sobre la cama, y mientras dudaba de mis propios ojos, sintiéndome desfallecer, hubiese caído desmayada en tierra si otras mujeres no me hubiesen sostenido, y me llevaron al diván de mi gabinete. El señor de Epernon y otros intentaron consolarme diciendo que el rey, aunque estuviese gravemente herido, no estaba muerto y podría salvarse aún. Epernon, que se condujo admirablemente en estas circunstancias, salió en el acto para calmar al pueblo, que comenzaba a soliviantarse. Otro tanto hizo el duque de Guisa, y ambos afirmaron que el rey no había muerto y que no sería nada. Pusieron también guardias en la Bastilla y donde quiera se necesitaron, y pronto. Con ayuda de Diuos y gracias a estas prudentes y oportunas medidas todo recobró el orden. Lo que me confortó de verdad fueron las palabras del canciller y de Villeroy, cuando estaba yo entre aquellos caballeros, llorando:

“Señora, no es este el momento de llorar, sino de tener valor, pues nosotros estamos todos aquí por vos, que debéis ser ahora, a la vez, rey y hombre”.


MARIA DE MÉDICIS REINA DE FRANCIA


Dijeron esto al ver que no había ya modo de ocultarme la muerte del rey; como yo quería verle a la fuerza, resolvieron no ocultarme ya aquello que yo consideraba ya, por mi parte, seguro. Así relató María de Médicis.



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