CURIOSIDADES EXPRESS:
Era
tiempo de discordias y guerras entre los hugonotes y los católicos que hacía
años desangraban las tierras francesas y culminarían con lo que se llamó la
noche de San Bartolomé en Paris, en una terrible matanza. El 24 de agosto de
1572, carlos IX confía el poder al partido hugonote, el almirante Coligny su
figura más importante, y eso contrarió el ánimo del partido católico que era el
preferido del pueblo. Su jefe, el duque de Guisa, organizó con otros la matanza
que tendría lugar. A continuación se presenta el testimonio de Margarita de
Valois relatando una escena que ocurrió en el palacio del Louvre.
El
rey Carlos que era muy prudente y había sido siempre muy obediente a su madre,
y príncipe muy católico, viendo el camino que tomaban las cosas, tomó
súbitamente la resolución de juntarse a la reina madre y conformarse con su
voluntad, y garantizar su persona contra los hugonotes por los católicos; sin
embargo, no sin extremo sentimiento de no poder salvar a Teligny, Lanoue y el
señor de la Rochefocauld, y entonces, yendo a encontrar a la reina su madre,
mandó a buscar al señor de Guisa y todos los demás príncipes y capitanes
católicos, con los que se tomó resolución de hacer, la noche misma, la matanza
de San Bartolomé. Y poniendo súbitamente manos a la obra, tendidas todas las
cadenas, sonando el rebato, corrió cada cual a su barrio, según el orden dado:
tanto a casa del almirante como a todos los hugonotes. El señor de Guisa se
dirigió a la casa del almirante, le arrojó por la ventana a su amor el señor de
Guisa.
MARGARITA DE VALOIS ESPOSA DEL FUTURO ENRIQUE IV DE FRANCIA |
En
cuanto a mí, no me decán nada de todo esto; yo veía a todo el mundo en acción;
los hugonotes desesperados de esta herida; los señores de Guisa temiendo que se
quisiera hacer justicia, hablándose entre sí al oído. Los hugonotes sospechaban
de mi porque era católica, y los católicos porque me había casado con el rey de
Navarra que era hugonote, de manera que nadie me decía nada, hasta la noche en
que asistiendo a la ceremonia de acostarse la reina mi madre, sentada sobre el
cofre al lado de mi hermana la de Lorena, a la que veía muy triste, la reina
madre se dio cuenta de mi presencia hablando con algunos y me dijo que me fuese
a acostar. Al hacer yo la reverencia, mi hermana me asió del brazo y me detiene
echándose a llorar, y me dice: “¡Dios mío, hermana mía, no vayáis!”.
Esto
me asustó en extremo. La reina mi madre se dio cuenta de ello y llamó a mi
hermana, encolerizándose mucho con ella y prohibiéndole me dijese nada. Mi
hermana le dijo que no había apariencia de enviarme a sacrificar así como así,
y sin duda, si descubrían alguna cosa, se vengarían en mi. La reina mi madre
responde que, si placía a Dios, yo no recibiría ningún daño; pero fuese como
fuese, era preciso me retirase, no sospechasen algo que impidiese el efecto.
YO
veía claramente que disputaban y no entendía sus palabras. Ella me mandó otra
vez, con rudeza, que me fuese a acostar. Mi hermana, rompiendo a llorar de
nuevo, me dijo buenas noches, sin atreverse a añadir otra cosa; y yo me fui,
transida, sin poder imaginar qué debía temer.
Cuando
estuve en mi gabinete me puse a orar a Dios para que se dignase tomarme en su
protección, y que me guardase, sin saber de qué ni de quién. El rey mi marido
que se había acostado, me ordena me vaya a acostar también, lo que hice, y
encontré su cama rodeada de treinta o cuarenta hugonotes que aún no conocía en
absoluto, pues hacía muy pocos días que estaba casada. En toda la noche no
hicieron otra cosa que hablar del accidente que había ocurrido al señor
almirante, decidiéndose, cuando fuese de día, a pedir al rey justicia contra el
señor de Guisa, y que si no se la hacían se la tomarían por su mano.
YO,
que tenía siempre en corazón las lágrimas de mi hermana y no podía dormir por
la aprehensión en que me había puesto sin saber de qué, pasé la noche así, sin
pegar ojo. Al agunatar el día, el rey mi marido dijo que quería ir a jugar a la
pelota, esperando que despertarse el rey Carlos, y entonces, pedirle justicia.
Sale de mi cámara y todos los gentilhombres con él. Yo, viendo que era de día,
creyendo que el peligro de que mi hermana habló había pasado, vencida por el
sueño, dije a mi nodriza que cerrase la puerta para dormir a gusto.
PINTURA RECREANDO LA NOCHE DE BARTOLOMÉ DONDE SE DESARROLLA ESTE RELATO |
Una
hora después, estando yo dormida, viene de pronto un gentilhombre al golpear
con pies y manos la puerta gritando: “¡Navarra!¡Navarra!”. Mi nodriza, pensando
que fuese el rey mi marido, corre deprisa a la puerta y abre. Fue un caballero
llamado el señor de Leran que tenía una cuchillada en el codo y un golpe de
alabarda en el brazo; lo perseguían cuatro arqueros, que entraron tras él en mi
cuarto. Él, queriendo protegerse, se arrojó sobre mi cámara, y yo, sintiendo
aquel hombre que me tenía asida, salté al pie de la cama, y él en pos de mí,
asiéndome siempre por la cintura. YO no conocía a aquel hombre y no sabía si
había venido para ofenderme, ni si los arqueros iban por él o por mi. Gritamos
ambos, y estábamos tan asustados el uno como el otro. En fin: Dios quiso que el
señor de Naçay, capitán de la guardia, viniese, y encontrándome en aquella
situación, aunque sintió compasión, no pudo menos que echarse a reir, y
enfadándose de veras con los arqueros, por esta indiscreción, los hizo salir y
me dio la vida de ese pobre hombre que me tenía asida, al cual hice acostar y
vendar en mi gabinete hasta que estuvo curado del todo. Y cambiándome la
camisa, porque me había llenado toda de sangre, el señor de Nançay me contó lo
que pasaba y me aseguró que el rey mi marido estaba en la cámara del rey y que
no sufriría ningún mal. Haciéndome echar sobre los hombros un mantón de noche,
me llevó al cuarto de mi hermana, Mme. De Lorena, donde llegué más muerta que
viva y donde, al entrar en la antecámara cuyas puertas estaban abiertas, un
gentilhombre llamado Bourse, huyendo de los arqueros que le perseguían, fue
atravesando de un golpe de alabarda a tres pasos de mi. Yo caí casi desmayada
entre los brazos del señor de Nançay y me parecía que ese golpe nos había
atravesado a los dos. Reponiéndome un poco, entré en la cámara donde estaba
acostada mi hermana. Cuando estaba allí, el señor de Miossans, primer
gentilhombre del rey mi marido, y Armagnac su primer criado de cámara, vinieron
a encontrarme para rogarme les salvara la vida. Fui a echarme de rodillas ante
el rey y mi madre la reina, para pedirles lo que al fin me concedieron.
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