CURIOSIDADES:
Las
armas alemanas se han visto coronadas hoy con un maravilloso éxito. El mayor
triunfo de la guerra se ha logrado en esta batalla de Sedán, y el mismo
emperador de los franceses está entre los prisioneros. No tengo tiempo de
describir el clamor y regocijo de la soldadesca en mi derredor. Antes de que
salga el correo no habrá bastante tiempo de describir la batalla en sus
escuetos detalles. ¡Un ejército copado y rodeado, un emperador prisionero! Esto
no son resultados vulgares. Es un catástrofe tan aplastante para Francia que se
pueden excusar las lágrimas en los ojos de los veteranos, que tiran su muleta
al suelo y no quieren ni fumar su pipa. Tan aplastante catástrofe, repito, que
no cabe hacer sino suspirar ante la evidente satisfacción de los vulgares
pueblerinos ante una esperanza de paz.
Los
franceses se han acercado tanto a Bélgica que, como podría decirse de un buque,
un soplo de viento más, y estaban en tierra. Tuvieron una ocasión para escapar
en la mañana del 31 de agosto dejando su bagaje y la mayor parte de su
artillería en Sedán y emprendiendo una lucha en forma de retirada con todo el
efectivo en dirección a Mezières y Laón. Pero eran demasiados orgullosos para
escapar, demasiado lentos de movimientos para retirarse con dignidad, y fueron
cogidos en una desventaja sin esperanza.
NAPOLEON III |
La
batalla de Sedán fue comenzada por los bávaros. El general Von der Tau, jefe
del primer cuerpo bávaro, estaba listo al alba para abrir fuego y sólo le
impidió lanzar el ataque la espesa niebla del valle del Mosa. Cuando llegamos a
la loma que domina Donchery, a eso de las seis, había aún niebla en el valle,
pero se había levantado un poco y el trueno del cañón dijo que los bávaros
entraban en acción.
Como
un barco bregando con las olas, el asendereado ejército de Francia etá
lastimosamente desamparado. Hubo un cierto tiempo en que un escuadrón de
caballería ligera o incluso un carruaje de viaje, a buen trote, pudo abrirse
camino hacia Bélgica. El camino del Norte estaba abierto cuando comenzó la
batalla, pero los franceses parecían no tener la menor idea de huir. Deshechos
y cansados como estaban, lucharon como valientes. La batalla es una simple
battue a la una, y el círculo de humo blanco de los disparos casi penetra en la
posición francesa. Es esencialmente una cuestión de artillería, y los cañones
alemanes parecen estar bien servidos, además de ser potentes. Pero hay un
constante tiroteo de pequeñas armas en dirección a Bezailles, donde se ven
llamas y humo negro que hablan de conflagración. Si aquella falda queda limpia
de franceses, lo único que estos podrán hacer será abrirse paso a través del
ejército del príncipe de Sajonia, o retirarse hasta casi dentro de las murallas
de la ciudad. No pueden luchar en su posición actual, con los prusianos en retaguardia.
Hay
otros puntos desbordados por los alemanes, y se va estrechando el circulo de
humo blanco alrededor de Sedán. Después, un nuevo intento de romper por en
medio, como si alguien de importancia tuviese que salir, a toda costa. Vemos algunos
franceses dirigiéndose a las puertas de la ciudad, otros vagando por ahí como
quien no sabe qué partido tomar. Hay una mengua gradual de los cañonazos, y a
eso de las cinco, todo está en calma, excepto en lo tocante a las baterías
cerca de la posición del rey. Hay un gran estallido de llamas y humo en la
ciudad, como si ardiesen algunos depósitos de combustible, y se rumorea que los
franceses han alzado bandera blanca. Después se murmura que todas esas tropas
amontonadas, sesenta o setenta, quizás ochenta mil hombres, deben rendirse
porque no tienen alimentos. ¿Rendirse ellos? No solo ellos, los soldados
imperiales, sino el emperador también. Se sabe que el general Reille, ayudante
de campo de Napoleón, ha ido a ver al rey Guillermo con una carta del emperador
para Su Majestad prusiana. Las tropas están locas de alegría; le han cogido
allí, y entonces será el fin de la guerra.
Cuando
hubo cesado el fuego en aquel terrible día de anteayer, y cuando la gran nube
de humo de la explosión en la ciudad se hubo disipado poco a poco, había una
extraña escena de desastre militar, tal como era fácil imaginar. Un gran
ejército se hallaba encerrado en un espacio que apenas hubiese debido ocupar
una sola división. La fortaleza de Sedán tenía tantos defensores que la hacían
indefendible. He dicho en una carta anterior, como el general ayudante de campo
del emperador llegó con una bandera de tregua y fue llevado a presencia del rey
Guillermo a la loma que domina el Mosa. Napoleón había escirto simplemente,
como un soldado escribe a otro, proponiendo un armisticio en el que se trataría
de la rendición. Haber insistido en luchar hubiera sido una locura, pues las
tropas alemanas dominaban todas las comunicaciones de la ciudad, y las tropas
francesas, desaminadas y quebrantadas, no hubiesen podido abrirse paso. Estaban
reducidas a tan pequeño círculo que, mientras atacasen a las tropas alemanas de
un cuerpo, hubieran sido cañoneadas por retaguardia por la mayoría de los
cuerpos restantes. En una palabra: su situación era desesperada.
El
Kronprinz fue locamente ovacionado cuando volvió a sus cuarteles en Chenery.
Todo el mundo recibió orden de iluminar sus ventanas, y los soldados armaron
tal griterío que hubo un pánico entre los habitantes franceses. Las mujeres
chillaban, los hombres se retiraban a sus casas sin saber a qué se debía el
alboroto. Mi pobre hostelera corrió hacía en mí en busca de protección y me
asió del brazo diciendo: “¡Ah! ¡Monsieur, tenéis que salvarme! Podéis
hablarles. Decidles que les he dado todo el pan que tenía. ¡No me quedé nada,
ni siquiera un bocado para cenar yo!”.
Y
temblaba de terror a medida que los gritos crecían. Solo se tranquilizó cuando
le dijeron que aquellos hurras significaban “Vive le Prince” ¡El emperador
prisionero, el ejército rendido!¡Qué sabían las gentes del pueblo de tan
grandes cosas! Ella esperaba que hubiese paz, lo sabía, y lo mismo sabía todos.
Se alegró de que hubiesen ordenado iluminar los balcones, pues de otra manera,
alguien hubiese podido ser atropellado en la calle abarrotada de gente.
ESCENA CERCA DEL SEDÁN EL 1 DE SEPTIEMBRE DE 1870 |
Ayer
por la mañana temprano salió de Sedán un carruaje con cuatro oficiales francés y
se dirigió a las líneas alemanas. Iba acompañado de tres oficiales a caballo,
pero sin otra escolta, y cuando estuvo entre los alemanes uno de los oficiales
se asomó y preguntó, en alemán, donde estaba el conde de Bismark. “Debemos
verle inmediatamente”. Los alemanes contestaron que Doncery era el lugar más
probable para hallarle, aunque nadie sabía exactamente donde. Prosiguieron,
pues, hasta Donchery. Muchas miradas curiosas le seguían. Se conocía que
aquella breve escolta era un gran acontecimiento histórico. Por muchos años que
viviese el conde de Bismark, no volvería a tener otra visita semejante tan de
mañana. Se encontraron en una casita en las afueras de la ciudad, en la orilla
izquierda del Mosa, una casa cuyos habitantes, siendo luxemburgueses, hablaban
indistintamente alemán y francés. Apenas llegar, el emperador entró. Pero se
pensó que se sentarían con más comodidad al aire libre, era una mañana fresca y
deliciosa, y se sacaron sillas, donde estuvieron sentados dialogando un par de
horas. El emperador vestía uniforme de general, sin más que una condecoración
en el pecho, y con el habitual Kepi del ejército francés. El conde de Bismark
llevaba su uniforme blanco de coracero, con una gorra de plato y altas botas.
Se los puede representar sentados a la puerta de la casita, con la plana mayor
de oficiales reclinados en la hierba, no lejos de ellos. El camino está
flanqueado de álamos hasta donde alcanza la vista. Este aspecto tiene tan
impresionante momento. Napoleón tenía mejor aspecto de salud que el año
anterior, pero aparecía inquieto y cariacontecido. Pidió ver al rey Guillermo y
dijo que se ponía a disposición de Su Majestad. Sobre materias políticas, evitó
tratar de nada mientras estuviese prisionero y representase los destinos de
Francia. Se había rendido con su ejército, pero no podía ceder un punto, políticamente,
en nada que afectase al pueblo francés o al Gobierno de la emperatriz regente.
El conde de Bismarck, a su vez, sentó ante Napoleón el principio de que la
rendición de Sedán debía ser completa, mejor dicho, “incondicional”, pero esto
hubiese sido ir demasiado lejos. Debía ser una rendición completa porque los
franceses no estaban en posición de pedir mejores condiciones. El emperador
deseaba mucho ver al rey Guillermo antes de que ser firmasen los ar´ticulos de
la capitulación. Pero el rey pensó que era mejor, tanto para él como para su
ilustre prisionero, el rehusarlo. Ellos no podrían arreglar un trato escueto
tal como podrían hacerlo sus ministros y generales. En todo lo que fuese
personal, el rey estaba resuelto a tratar al emperador con cosideración, pero
sobre las cláusulas a tratar, era ya otro asunto.
Cuando
Napoleón y Bismarck hubieron charlado algún rato más sobre otras cuestiones, ya
indiferentes, esta memorable entrevista junto al Mosa llegó a su término. El
conde fue a preparar su propia residencia en Donchery para recibir al
emperador, pero después se decidió que sería mejor alojar a Napoleón en un
cómodo castillo cerca de Frenois, pues escoltado después por un destacamento de
los Primeros coraceros Prusianos, y allí permaneció mientras los generales De
Wimpffen y Von Mottke discutían las condiciones de rendición de Sedán.
El
rey Guillermo visitó al cautivo emperador en el castillo de Frenois ayer por la
tarde. Napoleón permaneció perfectamente tranquilo al comienzo de la visita.
Recibió a su huésped de 1867, que era ahora su vencedor, con grave cortesía,
habló con él durante unos pocos momentos en una habitación del exterior y
después se retiró con el rey a otra pieza adonde nadie los siguió. El Kronprinz
cerró la puerta, y los oficiales franceses y alemanes permanecieron esperando
algún tiempo antes de que Napoleón y el rey volviesen. Lo que se dijeron uno
aotro allí tal vez se refiera a la situación del emperador cautivo. Lo cierto
es que Napoleón quedó muy impresionado por la cortesía del rey Guillermo y
expresó al Kronprinz en términos calurosos su aprecio de la generosa manera con
que había sido tratado.
LA BATALLA DEL SEDÁN 1870 |
Hoy,
3 de septiembre, el emperador ha salido para Aquisgrán, en camino para su
futura residencia en Alemania. Yo me paseé por la mayor parte del campo de
batalla ayuer por la mañana, la mañana después de la lucha. Era impresionante
ver tantos muertos y heridos, caballos también heridos y muertos, amontonados
en ciertos lugares. Era una visión propia a inspirar las mismas reflexiones que
fueron inspiradas a a aquel francés avecindado en una comarca donde la lucha
había sido más dura: “¡Ah!Mon dieu, Monseieur!¡Cést la guerre!” Y tuvo una
sombría visión de la guerra, pues la escena era horrible. Con dos amigos, que
deseaban estudiar las posiciones de los ejércitos que combatieron el 1 de
septiembre, di la vuelta a Donchery y pasé por la gran curva del Mosa, llegando
a las líneas francesas hasta donde llegó el cuerpo del ejército 11, prusiano, y
caminando hacía el Sur, entre las avanzadillas de los ejércitos hostiles,
atravesé el puente del ferrocarril en Bezeilles para volver después al cuartel general.
La primera señal de guerra activa e inmediata era el bloque de prisioneros
estacionados en Donchery. Allí los había de todos los aspectos, desde el truco
de tez oscura hasta el joven recluta de aspecto de muchacho, reunidos en una
masa, preparados para marchar a su destino. La llanura al otro lado de Donchery
estaba llena de los heridos leves dirigiéndose a retaguardia. Franceses y
alemanes, amigos y enemigos, no importaba; caminaban amigablemente, convertidos
en camaradas por el común sufrimiento. Ninguno de ellos parecía pensar ya en
más violencias ni en más lucha. La batalla había terminado y estaban alegres de
juntarse, en retaguardia, con pequeñas atenciones mutuas en forma de tabaco y
aguardiente, sin más hostilidad de la que tienen dos pacientes en el mismo
hospital. Pasé junto a centenares de ellos cuando caminaba junto a rio y me
acercaba a los lugares donde estaban los primeros síntomas del conflicto de día
anterior. Allí había un caballo muerto, una coraza, un montón de armas rotas.
En este lugar había varios franceses heridos tomando una opa en compañía de un
herido prusiano, que parecía malparado para comer. Detrás de la tapia del
jardín había un coracero muerto, con las manos agarradas a la hierba, en su
mortal agonía; su rostro era aún severo y expresivo. Nadie se fijaba en él más
que lo harían en un caballo muerto. Es curioso pensar que en la tranquila
Inglaterra de hoy, barrios enteros se agitarán al tener noticia de una familia asesinada,
y que aquí, en el campo de batalla, la misma familia asesinada quedaría
enterrada en el lodo sin que nadie lo notase. Esta pradera junto a las lomas
está llena de caballos mutilados y coraceros muertos. Fue aquí donde efectuaron
un intento desesperado para romper las líneas y fueron derribados por los
fusiles prusianos. Es preciso haber visto varios campos de batalla para darse
cuenta de lo que ha ocurrido mediante el examen del lugar a la mañana siguiente.
Este grupo de caballos muertos, con un yelmo o dos y una docena de corazas, una
trompeta rota y tres coraceros muertos, significan que el trance fue serio. Las
manchas oscuras en el suelo indican donde yacían los heridos que han sido
apartados. El montón de espadas, en el margen, significa el lugar donde algunas
tropas desmontadas se vieron obligadas a rendirse. Algunos de los yelmos
prusianos aparecen señalados por una abolladura de un obús o un tiro y tienen
sangre cuajada. Hablan de la pérdida del regimiento al que pertenecían. Otros
no presentan particular traza de violencia, y pueden ser, bien señales de
hombres heridos o hombres que simplemente se han quitado sus cascos, en el
calor de la acción poniéndose sus gorros de tela para tener más ligereza. Estas
manchas más ocuras rodeadas de un saco y un rifle indican el lugar donde
yacieron los heridos más graves, incluso los muertos, pero cuyos amigos les
prepararon la yacija lo más cómodo posible bajo la premura del tiempo. En uno
encontramos un pequeño techo o yacija de ramas. Otro, una manta sostenida con
dos rifles para hacer sombra, y un saco de campaña por almohada. Pero el herido
ha muerto por la noche y le han dejado con el rostro cubierto con su manta hasta
que llegase el pelotón de enterradores. Más allá se ven, esparcidos, tambores y
sacos de campaña, manchas de sangre y cadáveres echados boca abajo. Es el lugar
donde se ha producido un fuerte encuentro contra algún regimiento de infantería.
Los hombes han caído bajo disparos de mosquete y la línea de cadáveres señala
el terreno que se defendía. Retrocedamos unos pasos a retaguardia. Vemos
algunos murieron dando la espalda al enemigo y otros tiraron sus armas. Podemos
recoger lo más minuciosos detallas de las pérdidas de ambos bandos, mientras
haya fuerza humana capaz de atravesar todo el campo de batalla en un solo día.
En un lugar, había caballos tan espesos como nunca; pero era un poco más allá,
loma abajo, hacia al Sur, donde se había dado la valiente carga de caballería,
que yo vi. Los chasseurs à Cheval y los Chasseurs d’ Afrique se habían
deslizado a lo largo de la falda de la colina, medio ocultos en el polvo que
levantaban, y habían sido destruidos por un rápida fusilada. Aquí yacían los
famosos jinetes ligeros con sus brillantes uniformes manchados de sangre y sus
fieros pequeños corceles despedazados por los obuses prusianos. La mayoría de
los hombres y caballos ahora en el suelo estaban muertos, pero aún había
algunos heridos que se retorcían en la agonía, con anillas blancas que,
plantadas en bastones enhiestos, colocamos junto a ellos para llamar la
atención de los cirujanos cuando tuviesen tiempo de volver por ellos. Los
caballos mal heridos, más afortunados en el dolor, por ser bestias, habían sido
liberados con un tiro en la sien, y solo algún caballo ligeramente herido
sobrevivía, aquí y allá, preguntándose quizá que significaba todo aquello.
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