CURIOSIDADES:
Al
día siguiente, temprano, el camino de París a Saint – Cloud quedó cubierto de
tropas, de oficiales a caballo, de curiosos, de coches llenos de diputados,
funcionarios y periodistas. A toda prisa se habían preparado las salas para
ambos Consejos. Pronto nos dimos cuenta de que el partido militar, en ambos
Consejos, estaba reducido a un pequeño número de diputados más o menos
entusiastas del nuevo orden de cosas…
La
sesión se abrió en los Quinientos que presidia Luciano Bonaparte, por un
discurso insidioso de Emile Gaudin que tendía a hacer nombrar una comisión
encargada de presentar en el acto una memoria sobre la situación de la
República. Emile Gaudin, en su proposición concertada, pedía además que no se
tomase una determinación cualquiera antes de haber oído la declaración de la
comisión propuesta. Boulay de la Meurthe tenía ya preparado el documento.
Pero
apenas Emile Gaudin hubo hecho su proposición, una espantosa tempestad agitó
toda la sala. Los gritos de “¡Viva la constitución!¡Nada de Dictadura!¡Abajo el
dictador!” se hicieron oír en todos lados. A proposición de Deibrel, apoyada
por Grandmaison, la asamblea, levantándose por entero a los gritos de “¡Viva la
República!” decidió renovar individualmente el juramento de fidelidad a la
Constitución. Juraron todos, incluso aquellos que habían venido con el
propósito de destruirla.
La
sala de los Ancianos estaba casi tan agitada como la otra; pero el partido de
Sieyés y Bonaparte, que quería apresurarse a erigir un gobierno provisional,
estableció de hecho por una falsa declaración de Lagarde, secretario general
del Directorio, que todos los directores habían dimitido. En el acto, los
oponentes piden que se trabaje para substituir a los dimisionarios en las
formas prescritas.
NAPOLEON IRRUMPE EN LA ASAMBLEA Y ES ABORDADO POR ARENA DE REFFET |
Bonaparte,
advertido de esta doble tempestad, juzga que ya es tiempo d entrar en escena.
Atraviesa el salón de Marte y entra en el Consejo de los Ancianos. Allí, en un
discurso verboso y entrecortado, declara que ya no hay gobierno y la
Constitución no puede ya salvar a la República. Exhortando al Consejo que se
apresure a adoptar un nuevo orden de cosas, protesta que no quiere ser sino el
brazo encargado de sostener y hacer cumplir las órdenes del Consejo.
Esta
arenga, de la que solo doy la substancia, fue pronunciada sin orden ni
concierto; revelaba la agitación de que era presa el general, que tan pronto se
dirigía en sus palabras a los diputados, tan pronto a los militares que se
habían quedado en la puerta de la sala. Tranquilizado por algunos gritos de “¡Viva
Bonaparte!” y por el asentimiento de la mayoría de los Ancianos, salió de la
sala esperando causar la misma impresión en el otro Consejo.
No
las tenía todas consigo sabiendo lo que había pasado, y con qué entusiasmo se
había jurado fidelidad a la Constitución Republicana. Acababa de decretarse
allí un mensaje dirigido al Directorio. Se proponía pedir a los Ancianos la
comunicación de los motivos de la translación a Saint – Cloud, cuando se recibió
la comisión del director Barrás, transmitida por el otro Consejo. Esta
dimisión, ignorada hasta entonces, causó un gran asombro en la Asamblea. Se la
consideró como resultado de una profunda intriga. En el mismo instante en que
se debatía la cuestión de si la dimisión era legal y formal, llega Bonaparte
seguido de un pelotón de granaderos. Con cuatro de ellos, avanza y deja el
resto a la entrada de la sala. Envalentonado por la recepción de los Ancianos,
presumía adormecer la fiebre republicana que agitaba a los Quinientos. Pero
apenas penetra en la sala cuando la mayor agitación se apodera de la Asamblea.
Todos los miembros, en pie, destacan con gritos la profunda impresión que les
causa la aparición de las bayonetas y del general que viene, con aparato
militar, al templo de la legislatura:
NAPOLEON ABUCHEADO EN EL CONSEJO DE LOS QUINIENTOS |
“¡Estáis
violando el santuario de las leyes!¡Retiraos!” le dicen varios diputados.
“¿Qué
hacéis temerario? Le grita Bigonnet.
“¿Para
esto has venido?” Le dice Destrem.
En
vano Bonaparte llega a la tribuna y quiere balbucear algunas frases. De todas
partes oye repetir gritos de “¡Viva la Constitución!¡Viva la República!” De
todos lados le apostrofan “¡Abajo Cromwell!¡Abajo el Dictador!¡Abajo el
tirano!¡Fuera de la ley el dictador!” Gritan los diputados furiosos. Algunos se
lanzan sobre él y le empujan diciendo: “Harías la guerra a tu patria”. Uno de
estos, Arena, hasta le enseña un puñal.
Los
granaderos, viendo palidecer y vacilar a su general, atraviesan la sala para
protegerle. Bonaparte se echa en sus brazos y se lo llevan. Ya desembarazado,
pero perdiendo la cabeza, sube a caballo, toma el galope y dirigiéndose hasta
el puente de Saint – Cloud grita a sus soldados:
“¡Han
querido matarme!¡Han querido ponerme fuera de la ley!¡No saben que soy
invulnerable!¡Qué soy el dios del rayo!”
Murat
se junta a él en el puente y le dice:
“No
es razonable que quien ha triunfado de tantos enemigos tenga miedo de unos
charlatanes. ¡Ea, general! ¡Valor, y la victoria es nuestra!”.
Bonaparte
entonces vuelve bridas y se presenta de nuevo alos soldados tratando de excitar
a los generales a acabar con ello, con un golpe de mano. Pero Lannes,
Serrurier, el mismo Murat, están pocos dispuestos a dirigir las bayonetas
contra la legislatura.
Mientras
en la sala reinaba el más espantoso tumulto. Firme en el sillón de la
presidencia. Luciano hacia vanos esfuerzos para restablecer la calma pidiendo,
instando a sus colegas que su hermano fuera llamado de nuevo y escuchado; no
obtuvo otra respuesta que gritos de “¡Fuera de la ley!¡Votemos que el general
Bonaparte sea puesta fuera de la ley!”.
Y
llegaron a decírselo al mismo Luciano, que propusiera votar la proscripción de
su hermano. Entonces Luciano, indignado, abandona el sillón, abdica la
presidencia y depone las insignias. Apenas baja de la tribuna cuando llegan
unos granaderos y se lo llevan fuera. Luciano, asombrado, se entera de que es
por orden de su hermano que le llama a su socorro, decidido a empelar la fuera
para disolver la legislatura. Tal era la opinión de Sieyés, que relegado en una
silla de postas de seis caballos, esperaba el desenlace de los acontecimientos
a la entrada de Saint – Cloud.
No
había que vacilar. Pálidos y temblorosos, los más celosos partidarios de
Bonaparte estaban petrificados mientras que los más tímidos se declaraban ya
contra la empresa. Se notaba que Jourdain y Augereau se mantenían ya apartados,
espiando el instante favorable de arrastrar los granaderos hacia el partido
popular. Pero Sieyés, Bonaparte y Talleyrand, llegados a Saint – Cloud con
Roederer, habían juzgado, como también yo, que tal partido no tendría brazo ni
cabeza.
Luciano,
inspirando a Bonaparte toda su energía, monta a caballo y en su calidad de
presidente, requiere el concurso de la fuerza para disolver la Asamblea.
Arrastra a los granaderos, que avanzan en columnas apretadas conducidos por
Murat, a la sala de los Quinientos, mientras el coronel Moulins manda el toque
de carga. La sala es invadida al son de los tambores y a los gritos de los
soldados, y los diputados saltan por las ventanas, arrojan la toga y se
dispersan.
Tal
fue el desenlace de la jornada de Saint – Cloud, el 19 Brumario, 10 de
noviembre. Bonaparte la debió particularmente a la energía de su hermano
Luciano, a la decisión de Murat y quizás a la debilidad de los que, no obstante
serle adversos, no tuvieron valor para mostrarlo a cara descubierta.
Pero
era preciso convertir en nacional aquella jornada antipopular, en que la fuerza
había triunfado de una multitud de representantes que carecieron de jefe y de
un verdadero orador. Hacía falta sancionar lo que la Historia llamará el
triunfo de la usurpación militar.
Sieyés,
Talleyrand, Bonaparte, Roederer, Luciano y Boulay de la Meurthe, que eran el
alma de la empresa, deciden que es preciso apresurarse a reunir a los diputados
de su partido, errantes en las salas y corredores de Saint – Cloud. Boulay y
Luciano, se ponen a buscarlos, reúnen veinticinco o treinta y los constituyen
en Consejo de los Quinientos. De este concilio sale pronto un decreto de
urgencia diciendo que el General Bonaparte, los oficiales generales y tropas
que le secundaron, han obrado en bien de la patria. Los dirigentes de la
intriga acuerdan en seguida que se dará como hecho, en los periódicos del día siguiente,
que varios diputados han querido asesinar a Bonaparte, y que la mayoría del
Consejo ha sido dominada por una minoría de asesinos.
DISOLUCIÓN DEL DIRECTORIO POR MONNET |
Vino
en seguida la promulgación del Acta del 19 Brumario, concertada también entre
los agentes del golpe de Estado para servir de base legal a la nueva
revolución. Esta acta abolía el Directorio; instituía una comisión consular
ejecutiva compuesta de Sieyés, Roger Ducos y Bonaparte; aplazaba ambos Consejos
y tachaba de ellos a sesenta y dos miembros del partido popular entre los que
figuraba el general Jourdan; establecía una comisión legislativa de cincuenta
miembros tomados por igual en uno y otro consejo para preparar un nuevo trabajo
sobre la Constitución del Estado. Llevada del concilio de los Quinientos al
Consejo de los Ancianos para ser transformada en ley, esta acta fue votada por
la minoría, permaneciendo la mayoría sombría y silenciosa.
Así,
el establecimiento intermediario del nuevo orden de cosas fue convertido en ley
por unos sesenta miembros de la legislatura, que por sí mismos se declararon
aptos para ocupar los ministerios, los puestos de agente diplomático o de
delegado de la Comisión Consular.
Bonaparte,
con sus dos colegas, acudió a prestar juramento al Consejo de los Ancianos, y
el 11 de noviembre, a las cinco de la mañana, el nuevo Gobierno abandonando
Saint – Cloud fue a instalarse en el Palacio del Luxemburgo.
ENLACE RELACIONADO :
FUENTE_ JOSEPH FOUCHE
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