LA MUERTE DE SÉNECA RODEADO DE SUS FAMILIARES |
Durante los catorce años que duró el gobierno de Nerón (54-68 d.C.), el Senado de Roma vivió un ambiente similar al que respiró el senado de Estados Unidos durante la famosa «caza de brujas» instigada por el senador republicano Joseph McCarthy (1950-1956). Si en este segundo caso cualquier individuo con influencia política o mediática podía ser acusado de «comunista», en el de Nerón todos temían ser declarados «enemigo del emperador». Fue un período de continuas sospechas y condenas políticas, de conspiraciones y represión despiadada, que terminaría trágicamente con el suicidio del emperador tras haber sido declarado enemigo del Estado por el Senado de Roma.
Para entender el papel que en este proceso desempeñó el Senado hay que tener en cuenta la evolución política del Estado romano en aquellos años. En Roma, el emperador no era omnipotente. Su voluntad tenía que ser ratificada por el Senado, de modo que la tensión de poderes y los intentos por influir o controlar a los senadores eran constantes. El Senado había sido la quintaesencia de la política romana: durante la República fue el órgano de gobierno central. Pero las constantes guerras civiles que sufrió Roma durante el siglo I a.C. desembocaron en el enaltecimiento de un individuo, el emperador Augusto, quien recibió del Senado numerosos poderes especiales de manera perpetua para acabar con la guerra, garantizar una paz duradera y mantener la unidad de Roma. A partir de entonces se impuso un nuevo orden político basado en la primacía de una sola persona. Aun así, durante toda la época imperial, el Senado mantuvo una serie de funciones políticas importantes: era el encargado de elegir a los magistrados, todas las leyes tenían que ser consultadas y aprobadas por él, controlaba los fondos públicos y era el responsable de reconocer los honores y decidir sobre las cuestiones religiosas que afectaran al Estado. Un gobierno que no tuviera en cuenta al Senado tenía que chocar necesariamente con él. Y eso fue lo que ocurrió con el emperador Nerón.
En la práctica, las relaciones entre el emperador y el Senado se caracterizaron siempre por un teatral cuidado de las formas, y, de hecho, aunque algunos senadores se implicaron en conjuras contra Nerón, la mayoría de ellos tuvieron una actitud conformista e incluso de acatamiento servil de las órdenes del emperador. El Senado sirvió a menudo de caja de resonancia para las decisiones de Nerón, quien gustaba justificar la persecución de sus enemigos políticos a través de los discursos dirigidos a la curia. Por ejemplo, en el año 65, Nerón hizo frente a la conspiración más peligrosa de las que había sufrido hasta entonces, dirigida por el senador Pisón. Tras deshacerse de los cabecillas –entre ellos personajes cercanos al emperador, como el filósofo Séneca, el poeta Lucano y el escritor Petronio– por medios expeditivos, ejecutándolos o forzándolos a suicidarse, convocó una sesión del Senado. Ante una cámara repleta, leyó las confesiones de los condenados y otorgó las máximas condecoraciones a los que le habían ayudado a reprimir la conjura. Todos los senadores presentes «se humillaron con sus alabanzas» a Nerón, incluidos los parientes de las víctimas, quienes a lo largo de varios días se postraron ante el emperador y le besaron la mano mientras negaban tener nada que ver con la conspiración.
Otro ejemplo de cómo el Senado sirvió de instrumento del despotismo neroniano lo ofrece el caso de Barea Sorano. Senador él mismo, su amistad con Rubelio Plauto, un patricio que había sido asesinado por el emperador por tratar de organizar un golpe de Estado, hizo que también él fuera visto con suspicacia. Primero se le acusó de malversación de fondos, y cuando esto no funcionó las imputaciones se dirigieron contra su hija –cuyo marido acababa de ser condenado al exilio– por practicar artes mágicas. La hija compareció ante el Senado en presencia de su padre y, temiendo perjudicarle, rompió a llorar y se arrojó al suelo mientras negaba haber realizado ningún rito impío. Pero el Senado no se conmovió y lo único que ofreció a Sorano fue elegir la manera en que prefería morir.
Hubo también senadores que colaboraron espontáneamente con el régimen de terror de Nerón, engordando mediante acusaciones oportunistas las listas negras de supuestos enemigos del Estado; una forma, para ellos, de mejorar su cota de poder a través de las sentencias del princeps. Sin embargo, no todos aplaudieron la política de Nerón ni aceptaron comprometerse en ella. Hubo algunos que se mantuvieron fieles a los principios de una República ideal, pero utilizando estrategias diferentes al intento de golpe de Estado. Uno de ellos fue Peto Trasea. Al principio, Trasea se limitaba a callar cuando el resto de sus colegas adulaban al emperador por sus acciones despóticas, pero al cabo de un tiempo su silencio se convirtió en muestra de disconformidad. Así, cuando el emperador reconoció ante el Senado el asesinato de su madre Agripina y trató de justificarlo, Trasea salió de la curia mientras el resto de senadores aplaudía a Nerón. Tampoco mostraba especial entusiasmo en los espectáculos públicos de Nerón, y solía utilizar su influencia en el Senado para rebajar las condenas de algunos de los enemigos del emperador. Nerón manifestó su disgusto al prohibirle acudir a la ceremonia fúnebre por la muerte prematura de su hija en Ancio; Trasea, sin embargo, recibió la noticia inmutable, incluso con cierto agrado ya que así no tendría que fingir tristeza por la desgracia del emperador.
El senador impasible fue durante mucho tiempo un auténtico superviviente. Se salvó de la caza de brujas por la conspiración de Pisón y sobrevivió también a otras persecuciones. Su estrategia fue retirarse de la vida pública y darle la espalda a sus obligaciones como senador: dejó de ir a la curia, rechazó proclamar el discurso de año nuevo cuando se le ofreció, no asistió a la ceremonia en la que se le otorgaba el importante cargo de sacerdote quindecenviro, y así un largo etcétera. Finalmente, en el año 66, Nerón hizo que Trasea fuera acusado de sedición ante la curia. El patricio se hallaba en sus jardines cuando recibió la noticia de que el emperador le concedía la gracia de elegir su propia muerte. Según cuenta Tácito, allí mismo se abrió las venas y, mientras su sangre regaba el suelo, se dirigió al emisario: «Hagamos –dijo– una libación a Júpiter Liberador. Mira, joven, ¡y que los dioses prohíban este presagio! Por otro lado, a ti te ha tocado nacer en estos tiempos en los que conviene fortalecer el alma mediante ejemplos de rectitud».
Igual que Trasea, fueron cayendo poco a poco los enemigos de Nerón o de los senadores afines al emperador. No por ello, sin embargo, logró el césar una completa seguridad. Los numerosos asesinatos que ordenó –incluyendo los de su madre Agripina, su primera esposa, Octavia, y su segunda esposa, Popea–, el saqueo permanente de los tesoros de los templos y de las arcas de las provincias para pagar sus correrías y la humillación constante a la que sometió a las familias más antiguas de Roma hicieron que su impopularidad acabara por desbordarse.
Finalmente, las legiones en las provincias empezaron a desertar, el pueblo se atrevía a abuchearlo en el teatro y el Senado, que siempre había actuado de manera oportunista y mantuvo su actitud aduladora hasta el final, decidió declararlo enemigo público cuando vio que a Nerón no le quedaban apoyos. El 9 de junio del año 68, Nerón dejó la ciudad de Roma prácticamente sólo en medio de la oscuridad de la noche. Oculto en una villa de su propiedad, sin amigos a su alrededor, ordenó a su fiel liberto Epafrodito que acabar con su vida clavándole un puñal en la garganta.
FUENTE-Antón Alvar. Universidad de Franché-Comté
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