CURIOSIDADES:
Corría
el año 1248 cuando el emir Beybars, un ex esclavo mongol, se apoderó de
Damasco, Gaza y otras importantes plazas. Era el gran amo de aquellas tierras.
Y esta cuestión no la podían tolerar los cristianos que pretendían recuperar
Damieta y marchar hasta el Cairo después, puesto que se pensaba que el punto
clave era conquistar Egipto y de esta forma cerrar de forma abrupta el paso a
futuros ataques musulmanes a Tierra Santa.
En
esas estaban que Luis IX, el rey de Francia, sale de su país con diversas
embarcaciones pisanas y genovesas, acompañado de su esposa la reina Margarita,
y sus hermanos, Roberto de Artois y Carlos de Anjou, y otros muchos familiares.
El destino participar en una nueva cruzada. La base de operaciones sería la
isla de Chipre, que se hallaba a tres jornadas de navegación de las costas
egipcias.
LUIS IX EN LA SÉPTIMA CRUZADA |
En
esos tiempos, el temple carecía de gran mestre, puesto que no se contaba con la
confirmación de la muerte de Armando de Périgord, desaparecido oficialmente. Le
tocó, pues, cubrir sus funciones al gran comendador Juan de Roquefort, aunque
le duró poco el cargo pues fue elegido Gillermo de Sonnac.
Se
sabe que el decimoséptimo mestre tenía unas buenas relaciones con los sultanes
más importantes de la zona hasta el punto, que se hospedó durante largas
jornadas en los palacios de los emires, y se dice que convivió con ellos
adoptando costumbres musulmanas.
Guillermo
de Sonnac, se postuló como diplomático entre el rey de Francia y los sultanes,
y sobre todo con aquellos que no habían rendido pleitesía a Beybars, pero
obtuvo esta respuesta: “¡Nos jamás haremos trato algunos con
infieles!¡Confiamos que lo tengáis muy en cuenta de aquí en adelante, monseñor maestre!¡Voy a deciros algo más; no quiero enterarme de que habéis recibido a
algún emisario turco sin mi autorización!¡Siempre debéis consultarnos, nunca lo
olvidéis!”
Como
se puede apreciar, este rey era considerado muy santo, pero como diplomático
dejaba mucho que desear. Se debe pensar que en esos territorios, sometidos a
tantas guerras, habiendo intereses políticos más fuertes que los propios
religiosos, el poder mantener conexiones y alianzas con lo que se considera el
enemigo podía ser de gran ayuda en los propios intereses durante un tiempo
puntual. Pero, Luis IX, es obvio que no pensaba lo mismo, porque incluso se
negó en aquellos tiempos a aliarse con el gran khan mongol que luchaba contra
los musulmanes. El recibió a los embajadores asiáticos, pero para poder
compartir las armas codo a codo, ellos se deberían convertir al cristianismo,
sino nada de nada.
Pero
hubo una tormenta que retrasó la salida de los barcos con rumbo a Egipto. Así,
en mayo de 1249, los jefes cristianos ultimaron el plan de ataque a la
fortaleza de Damieta. En los primeros días de junio se hallaban frente a la
fortaleza, a un tiro de ballesta de la misma. Pero alzaron la vista en el
horizonte y vieron como llegaban unos diez mil turcos a caballo y a pie, a los
que se les veía bien equipados con armas de mano, dagas y alfanjes. Y raudos y
veloces se adentraron en el agua, para abordar a las embarcaciones y combatir
sin tregua.
BEYBARS |
No
obstante, fueron repelidos por una fuerza de orden superior, que portaba
corazas y escudos. De hecho se vieron descender de las embarcaciones algunas
con caballos y los ballesteros actuaron con diligencia y velocidad. Pero la
batalla se prolongó durante unas ocho horas, hasta que los musulmanes,
superados, se vieron obligados a desistir e huir.
Se
hizo recuento y se observó que las bajas eran muy bajas, mientras que se
estimaba en más de 500 hombres caídos y número similar de caballos entre los
turcos. Tras la victoria vino la misa, y se improvisó una capilla en la cabeza
de playa. Luis IX la dirigió con grandes rezos de agradecimiento. Una gran
atmósfera de satisfacción se elevó entre los presentes, remarcando entre los
mismos el sentimiento de ayuda por parte de Dios.
A
la mañana siguiente, se percataron que Damieta había sido abandonada. Por lo
que a continuación fueron colocados los estandartes en lo más alto de sus
torres pertenecientes al rey de Francia. Los barcos se dispusieron de forma que
sirvieran de puentes para que un gran número de cristiano pudieran entrar en la
fortaleza. Todos los presentes se llevaron por un sentimiento de gran alegría y
dispusieron convertir la mezquita en una catedral dedicada a la virgen. Se
nombró a un obispo. Y resonó el canto por toda la fortaleza del “te deum”.
SOBRE DAMIETA |
Se
decidió repartir los edificios que conformaban la fortaleza entre los
templarios, los hospitalarios, los genoveses y los pisanos, que eran los dueños
de los barcos que habían permitido esta conquista, se les permitió construir un
mercado y algunas calles para establecer negocios allí.
Pasados
unos días, llegaron hasta allí, la reina Margarita y Balduino II, el emperador
de Bizancio. En aquel verano, Damieta se convirtió en una plaza muy señorial e
importante, pero la inactividad comenzó a reducir la moral de la soldadesca,
así como a escasear el alimento y se extendió por la plaza enfermedades propias
del África. Afuera de la fortaleza, se habían montado tiendas, puesto que no
todos cabían dentro de la ciudadela. Sin embargo, pronto llegarían
provisiones y dinero para abonar los
sueldos. Se pensó en subir el Nilo corriente arriba con los barcos, pero esa
época era de inmensas crecidas, que impidieron cualquier plan al respecto pues
se inundaron los cultivos y la corriente arrastraba muchos troncos y otros
elementos.
Se
dispuso esperar hasta el mes de septiembre, y esto supuso perder la ocasión
favorable de que Ayub, el sultán del Cairo, se hallaba en agonía. Al conocer la
noticia, los cristianos dedujeron que los ejércitos musulmanes no habrían
podido reaccionar apropiadamente, al ser atacados, con la falta de uno de sus
principales caudillos. Pero no se pudo aprovechar esta situación debido a las
malas condiciones imperantes en el entorno.
El
28 de noviembre se dio el comienzo el avance por el Nilo. El grueso de las
tropas marchaba por la orilla del río, acompañado por una flotilla de galeras.
Pero el avance resultaba muy lento, puesto que las embarcaciones impulsadas por
remeros iban contracorriente, avanzando unos dos kilómetros diarios. Y los
turcos acechaban muy cerca.
Los
templarios iban a la cabeza, y eran los encargados de repeler los primeros
ataques. Pasó un mes hasta llegar a las cercanías de Mansura, donde el Tanis se
unía al Nilo. Se construyó un malecón para cerrar el canal, aunque con
infortunio al echarlo agua la corriente se lo llevó. Y más desgraciado fue
presenciar como los mamelucos y turcos abatían con sus flechas a los
trabajadores que se afanaron por fijar el malecón al fondo. Ante esto, los
cruzados recurren a la estrategia de las torres de asalto rodantes, que siendo
de madera son quemadas con suma facilidad por los proyectiles incendiarios que
lanzan las catapultas de Mansura. Los cristianos se estaban enfrentando a dos
grandes estrategas, Fakr al Din y Beybars, como demostró el segundo al vencer a
los cristianos en Gaza.
Llega
el 8 de febrero, los cruzados llevan la tienda del rey de Francia a un beduino,
que conoce un atajo para poder salir de la trampa en la que se hallaban. Aunque
el maestre del temple desconfía desde el primer momento de este colaborador,
untado con una gran suma de dinero. Los demás dirigentes de la cruzada lo ven
en exageración.
El
atajo resultaba ser un acho brazo fluvial, que en ser cruzado estuvo a punto de
ahogar a más de un centenar de cruzados, puesto que el agua les llegaba a la
altura de los cinturones, y en algunas zonas las corrientes de agua eran
potentes que derribaba a los débiles y hacía imposible el manejo de los
caballos muy cargados.
Cuando
llegan a tierra firme, cuenta unas 50 bajas y una gran pérdida de suministros.
El beduino escapó hace tiempo por lo que no recibe ninguna represalia. Todos
estaban furiosos, de forma que al toparse con el grupo de turcos, el conde de
Artois dio orden de cargar contra aquellos. Sin embargo, el mestre del Temple,
Gillermo de Sonnac le advierte que podían caer en una emboscada si marchan
detrás del enemigo por ese terreno que no conocen, pero una vez más es ignorado
puesto que el conde es muy orgulloso y se cree superior a un jefe templario.
Tras
esto y en palabras de Luis IX, “al día siguiente ordenamos a nuestras tropas en
batalla y nos dirigimos al vado. Atravesamos el río, no sin correr grandes
peligros, pues era más profundo y difícil de superar de lo que habíamos
supuesto. Muchos caballeros debieron pasar a nado. Tampoco resultaba sencillo
salir del río por la altura de la Ribera, que estaba cubierta de fango. Después
de superar tantas barreras, llegamos al lugar donde se habían preparado las
máquinas de los sarracenos frente al camino que nos disponíamos a recorrer.
Entonces nuestra vanguardia atacó al enemigo, y le mató mucha gente sin
perdonar ni sexo ni edad. Los sarracenos perdieron un jefe y algunos emires.
LUIS IX ENTRA EN LIZA |
“como
algunos de los nuestros se habían dispersado, consiguieron llegar al pueblo
llamado Mansura, donde dieron muerte a todo el sarraceno que encontraban. Sin
embargo, como estos se dieron cuenta de la imprudencia de nuestros soldados,
reagruparon sus fuerzas, se armaron de valor, contraatacaron hasta envolverlos
y terminaron por aniquilarlos. Allí se hizo un gran carnicería de nuestros
barones y guerreros, tanto de los religiosos Templarios y Hospitalarios como de
los demás… También perdimos a nuestro hermano, el conde Artois, tan digno de
terna memoria…”
“…aquel
día los sarracenos nos atacaron por todas partes con una granizada de flechas.
Intentamos sostener sus violentos asaltos hasta el anochecer, cuando el socorro
que nos proporcionaba nuestra balística se perdió del todo. Finalmente, luego
de quedar heridos o muertos muchos de los nuestros guerreros y caballos,
mantuvimos la posición con la ayuda de Dios.
En el momento que conseguimos reagruparnos, intentamos llegar donde se
hallaban las máquinas de los sarracenos…”.
“…Construimos
un puente de barcas, para que pudieran venir los que se encontraban más allá
del río. Las terribles máquinas enemigas pudieron ser destruidas, lo que nos
permitió recibir a los que venían en nuestra ayuda. No éramos muchos, aunque
estábamos convencidos de que la victoria volvería a ser nuestra aliada…”.
“…El
viernes siguiente, los hijos de la perdición atacaron con audacia y en número
infinito nuestras líneas. El choque fue tan terrible de una parte a otra como
jamás se había visto en aquellas tierras. Con el apoyo de Dios, resistimos en
todos los lados. Rechazamos al enemigo e hicimos caer un gran número bajo
nuestros golpes…”.
“…Algunos
días más tarde llegó a Mansura el hijo del sultán, procedente de las provincias
orientales, y los egipcios le recibieron llenos de júbilo. Creo que su
presencia redobló el valor de los sarracenos, porque a partir de ese momento
todo marchó en nuestro campamento peor de lo que hubiéramos deseado. Además
brotó una enfermedad contagiosa, que nos arrebató hombres y animales. Quedamos
pocos para llorar a los compañeros perdidos. A tantas tragedias, debo añadir
que el hambre empezaba a causar los mismos estragos que la enfermedad. Hacía
mucho tiempo que las provisiones no nos llegaban de Damieta, debido a que, como
luego nos enteramos, dos caravanas fueron asaltadas, se saqueó todo lo que
portaban y se pasó después a cuchillo a los cristianos…”.
“…La
carencia absoluta de víveres sembró la desolación y el terror en nuestro
ejército. Decidimos regresar a Damieta; pero como los caminos de la Providencia
no están en el hombre sino en Aquel que dirige sus pasos y lo dispone según su
voluntad, el 5 de Abril caímos en poder del enemigo, no sin gran carnicería y
efusión de sangre cristiana. La mayor parte de los que volvían por el río
fueron también apresados o muertos. Debo reconocer que todos dieron grandes
muestra de valor, nadie retrocedió y se luchó hasta que la resistencia se hizo
imposible. Creo que yo perdí el sentido en cierto momento…”.
Los
acontecimientos narrados sucedieron en un período comprendido de cuarenta días.
Aparte del conde Artois también murieron Gillermo de Sonnac, más de doscientos
monjes guerreros, 350 hospitalarios, 500 francos y otros cientos de diferentes
nacionalidades.
CABALLERÍA CRUZADA EN ACCIÓN |
Cuentan
que los peces del río se convirtieron en carnívoros al devorar restos
descompuestos, ya que se amontonaban formando un lodo rojizo en el fondo donde
el agua fluía con menos fuerza.
El
sultán que levantó la moral de los suyos era Turanshah Ayub. Bien preparado
para las batallas fluviales, que ordenó construir varios botes ligeros en
decenas llevados a las orillas del Nilo en camellos. Estos les permitió
interceptar a los barcos que portaban provisiones para el rey de Francia y sus hombres.
Finalmente,
llegó la rendición cristiana el 5 de abril, si bien no fue decisión de Luis Ix,
que estaban enfermo y sin fuerzas, sino que se dice que fue un capitán de los
francos sobornado por un emir mameluco, que corrió la voz entre los cientos de
supervivientes cristianos; “¡nuestro santo monarca ha ordenado que nos
rindamos!”. También se supo que se pagó un gran rescate por los prisioneros
cristianos. Se dice que fueron muchos días enteros los que fueron necesarios
para poder pesar en balanzas todas las monedas de oro, piedras preciosas y
joyas, de forma, que se pudo llenar hasta sus techos en grandes cestos, una
espaciosa habitación. Y aún, a pesar de haber pagado tamaña fortuna, más de
300.000 libras, se exigió una suma adicional de 30.000 libras. Pero ya las
arcas de los cruzados se encontraban exiguas. Entonces, se demandó a la orden
del Temple, que se sabía acaudalada, al actual en tierra santa como banqueros.
Para ello se llamó a Esteban de Otricourt a la tienda del rey, como comendador
encargado de las finanzas.
“Lo
siento majestad. He sido obligado, por medio de un juramento sagrado, a
defender esos fondos con mi propia vida. Solo puedo ponerlos en las manos de
quienes me lo confiaron. Si consiguierais que estos caballeros, cuya relación
tengo en mi poder, os autorizaran a utilizarlos, yo me encontraría libre de mis
responsabilidades”.
Los
consejeros de Luis IX miraron el listado, pero comprobados consternados que
estos insignes señores se encontraban en Europa o en otras zonas muy lejanas de
Tierra Santa.
“No
os libramos de ese juramento”. Ofreció el rey santo, echado en un sillón que
casi le hacía de cama, pues se hallaba convaleciente de su enfermedad. “Tomadlo
como un préstamo, que os será devuelto dentro de un tiempo, lo más corto
posible, con los intereses que estipuléis. Tenéis la palabra de un rey, ¿acaso
no os parece suficiente?”
“Señor
de Francia, podéis tranquilizaros.”. En esto que interviene Rinaldo de
Vichiers, mariscal del Temple, máxima autoridad en el mismo tras la muerte de
Guillermo de Sonnac. “Vais a disponer de ese dinero cuanto gustéis, ya que
parecéis haber olvidado que nos habéis confiado en San Juan de Acre unas
propiedades, además de ciertas cantidades, de las que nos podremos cobrar para
resarcir esta suma que ahora podemos entregaros.”
LUIS IX DE FRANCIA |
Con
esto se pudo resolver el problema del rescate. Pero la decisión del mariscal
era arriesgada para su futuro, porque no se podían disponer de tales fondos de
los clientes sin haber consultado con anterioridad a la junta de caballeros
encargada de las finanzas de tierra santa. Y la cuestión de cobrar a partir de
las propiedades y las cantidades de San Juan de Acre no era sencilla, porque se
debían de superar unos farragosos procedimientos administrativos y contar con
la aprobación de los administradores templarios de la ciudad. Sin embargo, los
compañeros del mariscal le respaldaron en su decisión y al cabo de unos meses,
pudo ocupar el cargo de gran mestre al ser elegido por votación secreta por
todos los caballeros participantes en la misma.
Luis
IX era el representante del Papa en aquella cruzada, y por tanto, todas las
órdenes religiosas estaban bajo su mandato. A pesar de la sonada derrota de
Mansuria, en todas las plazas era recibido como un héroe. Estuvo en Palestina
durante dos años. Durante ese tiempo debió de resolver muchos casos difíciles,
como fue el que los Templarios se reunieran con sultanes de la zona en secreto.
Así: “… El hermano Hugo de Jouy, que por esas fechas era mariscal del Temple,
fue a visitar al sultán de Damasco en nombre de su maestre de la Orden, con la
intención de obtener los beneficios correspondientes a unas tierras. Se efectuaron
las negociaciones de esa manera, poniendo la condición de que el rey había de
estar de acuerdo. Al cabo del tiempo, el hermano volvió acompañado de un emir,
que era embajador del sultán de Damasco, a la vez portaba un documento.”.
“El
maestre le contó todo lo anterior al rey, el cual se enfadó en gran manera, por
lo que le dijo que había sido muy osado al establecer unas relaciones con el
sultán sin antes haberle consultado. El rey terminó afirmando que el asunto
debía enderezarse. Para conseguirlo el rey levantó las tres esquinas de sus
pabellones, con lo que el asunto se hizo público. Llegó mucha gente. También el
maestre del Temple y la totalidad de su convento, la mayoría descalzos.”.
“En
su momento el rey ordenó que ante él se sentaran el maestre del Temple y el
embajador del sultán; luego, exigió al maestre con voz muy alta:¡Monseñor,
quiero que le digáis al embajador que os duele haber mantenido tratos con el
sultán sin antes haberme consultado!¡Y cómo nos habéis hablado nada con nos de
ello antes, le libraréis de toda la responsabilidad asumida y, luego, le
devolveréis los documentos firmados”.
“El
maestre tomó los documentos y los dejó en las manos del emir, al que dijo: Os
devuelvo porque he actuado mal, de lo que me arrepiento. A continuación, el rey
le demanda al maestre que se levante y da orden para que hagan lo mismo a sus
hermanos. En ese momento exige: “¡Poneros de rodillas para retractaros ante mí
por lo que habéis hecho sin contar con mi aprobación!”. El maestre se tiró de
rodillas y le tiende el extremo de su manto como señal de súplica. El rey
prosigue: “¡Quedáis obligado a conseguir que el hermano Hugo de Jouy, el que
hizo ese trato con el sultán, sea desterrado inmediatamente del reino de
Jerusalén!”. Las órdenes se van a cumplir, nadie podía evitar ese destierro.
Tanta
fue la humillación pública para el Temple que el maestre fue expulsado de la
Orden de inmediato. A las pocas semanas se nombró en voto secreto a su sucesor
en la persona de tomas Berard. Hugo de Jouy llegó hasta Aragón, donde sería
nombrado maestre de Cataluña. Si bien, pasado un tiempo, se vio enfrentado con
varios capellanes de la Orden, lo que hizo que el Papa dictase unas bulas para
actuar contra esos rebeldes. Este Rinaldo de Vichiers murió en 1256 y por lo
visto su actuación en tierra santa no le restó ni un ápice de su estatus más
allá de aquellas tierras.
BIBLIOGRAFÍA:
Historia de las curzadas de Steven Ruciman.
La meta secreta de los templarios de Juan García Atienza.
Las cruzadas vistas por los árabes de Amin Maalouf
vaya
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