CURIOSIDADES:
Corría
el 24 de febrero de 1525 donde se iba a desarrollar la conocida como la batalla
de Pavía donde las tropas francesas fueron derrotadas por las tropas del Emperador
Carlos V. Abajo se reproduce los testimonios de dos franceses que presenciaron
y batallaron ese día.
Mientras
se hacían estas cosas, el condestable de Borbón hizo celebrar otro gran consejo
para resolver y tener opinión de todos los capitanes de todo lo narrado y
contenido en el último consejo por él
tenido, el cual no fue dada ninguna conclusión, como arriba se ha dicho. Este
señor Borbón y sus susodichos capitanes, estando encerrados en una sala para
celebrar este consejo, comenzaron a deliberar ampliamente sobre la proposición
de Borbón, y habiendo debatido bien todo, se concluyó que deberían librar
batalla al rey, lo cual hicieron, como se dirá a continuación.
INSTANTE DE LA BATALLA DE PAVIA TAPIZ DE VAN ORLEY SIGLO XVI |
El
rey advertido pronto de dicha conclusión, avisó a todas las gentes de armas
alojadas lejos de él e hizo saber a todos los capitanes que él y sus gentes se
tendrían dispuestos para cuando las trompetas y a tambores sonasen, se
dirigiesen en el acto a sus banderas. Habiendo advertido todo, el rey dio orden
de los lugares en que debían colocarse los hombres de a pie, según todas las
naciones: suizos, lansquenetes, napolitanos, italianos, franceses, que estaban
ordenados en las avenidas por donde podía psar dicho Borbón, y no en otra
parte. Dispuso las gentes de armas, donde se debían colocar, tropa por tropa;
las emboscadas ordenadas para los hombres de choque que constituirían la
primera punta; estableció en varios lugares el emplazamiento de la artillería
haciendo venir al gran maestre que estaba al otro lado del rio en el burgo de
San Antonio, con cierto número de gentes de a pie y a caballo, retirarse dichas
gentes de a pie y a caballo al campamento del rye, y después romper el puente
de madera, cosa que él hizo.
Las
dos partes, advertidas una de otra, a saber, el dicho Borbón, dispuesto a dar
la batalla, y el rey, como se ha dicho, se había dispuesto y preparado para la
misma, a defenderse, como magnánimo y poderosísimo rey cristiano. Borbón, un
viernes, 24 de febrero de 1525, fiesta de San Matías, día en que el sol se
levantó de buena mañana, hermoso a maravilla iluminando al celebrante de la
misa matinal, las gentes del dicho Borbón comenzaron a dar alarma al campamento
del rey; comenzaron a sonar trompetas, clarines y a tambores y cada uno se dirigió
su enseña. Los capitanes de gastadores o pioneros condujeron cierto número de
dichos hombres cerca de la muralla de Pavía, para excavarla con sus picos,
palas y otros instrumentos apropiados; e hicieron tan bien su deber, que al
poco tiempo hicieron derrumbarse un gran paño, por donde pasó una parte del
ejército de Borbón para chocar y combatirla del rey. Así lo cuenta Sébastian
Moreau, presente en la famosa batalla.
Ahora
bien: no entraba en los planes del virrey de Nápoles ni del duque de Borbón el
dar la batalla al rey, si no se presentaba la ocasión en su ventaja; sino
solamente tratar de ganar la casa de Mirabel para retirar los hombres que allí
dentro tenían en la ciudad y refrescarlos con nueva gente; de todos modos esto
no podía hacerse sin pasar frente a nuestro campamento; y como el rey estaba
acampado en lugar fuerte, se prepararon a dos efectos, a saber: si se les
quería impedir el paso , y el rey salía de su fuerte con este fin, combatirle;
de lo contrario, pasar, simplemente. Habiendo venido los imperiales a
instalarse fuera del parque, del lado de la Cartuja, al alcance del cañón de
nuestro campo, en cuyo lugar, pocos días después, comenzaron de noche a socavar
la muralla del parque, de modo que dos días antes de la fecha, fiesta de San
Matías, 1525, derribaron cuarenta o cincuenta toesas de dicha muralla; y
habiendo caído esta, hicieron pasar por nuestro campo, por esta brecha, dos o
tres mil arcabuceros españoles acompañados de algunos caballos ligeros,
llevando cada uno una camisa blanca sobre su armadura para reconocerse, pues el
día no clareaba aún; y después siguió a dichos arcabuceros un batallón de
cuatro mil, entre lansquenetes y
españoles de las viejas bandas, mezclados, tras el cual marchaban tres
batallones, uno de españoles y dos de lansquenetes, con dos grandes tropas de armados
en las alas. Todos estos tomaron el camino de Mirabel dejando el ejército del
rey a su izquierda, no queriendo, como ya he dicho, atacarlo, porque estaba
situado en lugar demasiado ventajoso. Así lo vio otro presente, un tal Du
Bellay.
Ahora
se relata el inicio de la acción:
Llegando
así la alarma al campamento del rey y viendo que eera preciso combatir, en el
acto hizo sonar las trompetas y a tambores para que se fuese cada cual a su
insignia y a los limites prescritos, sobre las avenidas de dicho Borbón, tal
como se ha dicho más arriba. Cuando cada uno estuvo en su lugar y emplazamiento
apropiado, las trompetas comenzaron a sonar de un lado y otro, dentro. ¡Oh, si
los hubieseis visto hacer, mano a mano! Pero antes de chocar, la artillería del
rey lanzó tan gran abundancia de tiros, que se veían volar por los aires los arnés
de los enemigos, cabezas y brazos de gentes de a caballo y a pie, que se hubiese
dicho el rayo mismo. Había también una batería de otro lado, que apuntaba a la
avenida de los de a pie, que explotó igualmente, de modo que causaba estragos
entre las gentes de a pie y lanzaba al aire cabezas, brazos, piernas y cuerpos,
que era bien maravillosa y lastimera cosa de verse.
Precisa
no olvidar el decir que la artillería de dicho Borbón no hizo su deber, de
tirar contra el ejército del rey; hizo así por la gracia divina, porque estaba
asentada en un lugar más alto que el campamento del rey. Por esta cusa, pasaron
los proyectiles por encima de dicho campo sin hacer daño, sino bien poco. Así
lo cuenta Sébastian Moreau.
Os
he dicho más arriba que nuestros enemigos debían pasar frente a la cabeza de
nuestro ejército, por lo cual el señor Jacques Galliot señor de Acié, senescal
de Armignac, gran maestre de la artillería de Francia, había situado sus piezas
en un lugar tan ventajoso para nosotros, que al paso de su ejército se veían
forzados a correr en fila para ganar un valle en que ponerse a cubierto de
dicha artillería; pues golpe tras golpe, hacían brechas en sus batallones, de
modo que allí solo hubieseis visto brazos y cabezas volar. Lo cual motivó que
el rey, viéndolos en hilera, creyó que el enemigo estaba en desbandada, con un
informe que le fue dado de que la compañía del duque de Alençon y del señor de
Brion habían derrotado algunos españoles que querían pasar a nuestra derecha, y
habían ganado cuatro o cinco piezas de artillería ligera. Estas cosas, en
conjunto, motivaron que el rey abandonase la posición ventajosa que tenía para
salir en busca de los enemigos, de manera que cubrió su propia artillería y le
quitó el medio de jugar su papel. Nos cuenta Du Bellay.
DISPOSICIÓN DE LAS TROPAS EN LA BATALLA DE PAVIA |
Los
imperiales, viéndose fuera del peligro de nuestra artillería, y al rey
saliéndoles al paso, volvieron hacia él la cabeza de ataque que habían dirigido
hacia Mirabel desbandado dos o tres mil arcabuceros entre su gente de armas. El
rey, teniendo a mano derecha el batallón de sus suizos, que era su principal fuerza,
marchó en derechura al marqués de Santangel que llevaba la primera tropa de los
suyos, rompiéndola, y murió dicho marqués de Santangel. Pero los suizos, que de
cuando en cuando debían atacar a un batallón de lansquenetes imperiales que
respaldaban a dicha gente, en vez de venir a combate, se retiraron camino de
Milán para ponerse a salvo. Nuestros lansquenetes, que no podían ser más de
cuatro o cinco mil, de los que se encargaba, Francisco, señor de Lorena,
hermano del duque de Lorena, y el duque de Suffolk Rosa Blanca, marcharon, la
cabeza baja, derechos hacia el grueso del batallón imperial que iba en busca
del rey. Pero siendo pocos en número, como he dicho, fueron envueltos por dos
grandes batallones de alemanes, y combatiendo valientemente fueron deshechos;
si los suizos hubiesen hecho otro tanto, la victoria estaba dudosa. Y murieron
en dicho combate dicho Francisco señor de Lorena y el duque de Suffolk, y no
menos mal lo pasaron sus soldados. Nos relata Du Bellay.
Cesando
dicha artillería de uno y otro lado, comenzaron a llegar los españoles de a
pie, que formaban la primera punta del campo de Borbón contra aquellos
franceses, ya cansados y trabajados del combate, con los que tuvieron mucho que
hacer. No obstante, en su socorro vino el duque de Suffolk y sus seis mil
lansquenetes, que combatieron uno contra el otro muy valientemente que de uno y
otro lado quedaron casi todos o muertos o heridos; en la cual batalla quedó
muerto en el sitio el duque de Suffolk, casi todos sus capitanes y varios
gentilhombres franceses, que habían avanzado con él a pie.
Mientras
este combate se hacía, el rey, estando a caballo, armado, en triunfante orden y
con la insignia de los gentilhombres de su casa cerca de sí, armados y
pertrechados que nada les faltaba, tenía gran alegría de ver así combatir a los
lansquenetes sin tomar aliento. En este instante vinieron los de a caballo de
dicho Borbón, de otro lado, para atacar ciertos escuadrones de gentes de a pie,
cosa que les hizo gran mal, y pasaron adelante, encontrando después una buena
banda de gentes de armas que chocaron y hubo bastantes muertos y heridos.
Del
otro lado estaba el dicho Borbón, bien acompañado de gentes de armas que fueron
a chocar con la compañía del rey y lo hizo tan ásperamente que se dieron muchos
mandobles. El rey, desde que vio venir al primero que quería chocar con él, que
era el marqués de Civita Sancto Angelo, puso su lanza en ristre y chocó tan
bien a dicho marqués que le traspasó completamente y cayó muerto. Después de este
hecho, tomó su espada de armas y combatió mano a mano, no contra uno
solamente sino contra tres o cuatro que
le acometieron a buenos golpes de maza, sin tener más que poco auxilio. Estando
en esto, se gritó al señor de Alençon que era jefe o teniente general de un centenar
de hombres armados situados en vanguardia, que viniesen en auxilio del rey, los
cuales en el acto y a galope tendido acudieron. Pero la impedimenta que
hallaron en el camino estorbó a muchos aunque de todos modos, muchos hubo que
hicieron su deber. Así lo contempló Sébastian Moreau.
El
rey, tal como he predicho, habiendo derrotado la primera tropa que halló,
deshecho sus lansquenetes y retirados sus suizos, vio caer sobre si todo el
peso de la batalla, de manera que al fin su caballo murió entre sus piernas, y
él quedó herido en una. Y de los que estaban junto a él fueron muertos el
almirante Bonnivet, el señor Luis de la Trimouille, de edad de setenta y cinco
años; el señor Galeazo de Saint Severin, gran escudero de Francia, el señor
Saint Severin, primer maestre de la casa real; el señor de Marafin, que era
también su primer escudero de escudería.
Y fueron apresados el mariscal de Foix y el bastado de Saboya, gran maestre de
Francia, los cuales murieron después, de las heridas recibidas. El conde de
Saint Pol fue apresado junto al rey, herido en la cara y en otras partes, de manera
que se le tuvo por muerto más que por vivo; de todos modos fue curado en Pavía
a donde le condujeron. El mariscal de Chabannes con la vanguardia, combatía de
la otra parte; y no tuvo mejor fortuna que los otros, pues estando nuestro
ejército arruinado a más no poder, no hubo modo de que sostuviese el combate
por su parte, por lo que sucumbió en el sitio, y la mayor parte de los que con
él estaban tuvieron semejante fin.
El
mariscal de Montmorency, que el día precedente había sido enviado con cien
hombres de armas y mil hombres de a pie, franceses, que estaban, según creo a
cargo del señor de Bussy D ´Amboise, y dos mil suizos de Saint Ladre para
guardar un paso, llegando a este lugar permaneció en armas hasta apuntar el día
y cuando oyó disparar la artillería se retiró para venir a juntarse con el rey,
pero fue demasiado tarde. Incluso tuvo impedimento en hacer tal , pues fue envuelto
y apresado antes de poder alcanzar el lugar a donde iba. También caía la ruina
sobre nosotros.
Volvamos
a donde he dejado al rey a pie. Habiendo caído por tierra, fue asaltado de
todos lados, y exhortado de muchos a rendirse, cosa que no quería hacer; y
siempre, mientras le duró el aliento, se defendió, aunque conocía que no podía
resistir la voluntad de Dios; pero temía que, por las querellas que veía ya
surgir entre los imperiales por el botín, al verle rendido, por despecho, entre
unos y otros le matasen. Al instante, llegó el señor de Pompearant, del que he
hablado, que se había ido con el señor de Borbón, por haber matado al señor de
Chissé en Amboise; el cual, súbitamente, se puso en pie cerca del rey, espada
en mano, e hizo retirar a todos de junto a su persona, hasta que llegase el
virrey de Nápoles, a quien el rey se rindió. Tal como lo contempló Du Bellay.
Ya
los enemigos se habían apoderado del rey, al menos mientras combatía, e hizo
acto de verdadero Roland, a pie y a caballo, que no hay memoria de mayor
valentía de príncipe ni mayor resistencia.
Los españoles y todo el campo de Borbón comenzaron a gritar a una: “¡Victoria!¡España!¡España!¡El
rey está prisionero!” Y gritaban: “¡Es el rey!”.
DURO ES PARA UN REY RENDIRSE |
Y
espantándose las gentes del rey volvieron brida los de a caballo y de a pie
para escapar; los unos hacia el Tesino para pasarlo vadeando, donde muchos se
ahogaron; los otros tomaron el camino de Milán y los otros hacia Galleras,
dejando a su valiente príncipe. Pero las gentes de bien que quisieron combatir
de verdad y mostrarse tales como eran, hicieron tan grande hazaña que unos
fincaron muertos y los otros heridos; por ejemplo, la Guiche, ese gentil y
bravo capitán, le iba bien claras las cicatrices de la acción.
Dicho
señor mirando tras sí después de haber recibido muchos golpes y defendiéndose
hasta el extremo y no viendo junto a sí muchas gentes para socorrerle, no pudo
menos que entregarse prisionero, y Dios le hizo tal gracia, considerando los
grandes azares que había pasado. Entonces apareció el virrey de Napoles,
Minguebal, nativo de Valenciannes, en Hainaut, uno de los más distinguidos del
ejército del emperador, y algunos francés que estaban con él, que dijeron al
rey sobre esta materia:
“Señor,
nosotros os conocemos bien: rendíos, a fin de no haceros matar. Ya veis que no
tenéis comitiva, y que vuestras gentes huyen y vuestro ejército está derrotado”.
Entonces
el bueno y valiente príncipe, después de haberse defendido y haber guerreado
tanto, como arriba se ha dicho, alzó la visera de su yelmo no teniendo casi aliento ni resuello
del esfuerzo con que se había puesto a combatir, se descalzó su guantelete y lo
entregó a dicho virrey. Entonces le quitaron su casco y le entregaron un gorro
de terciopelo, para comenzar a tomar
aliento. Trompetas, clarines, a tambores y pífanos en el campo de dicho Borbón
hicieron pregonar y difundir la nueva de la victoria, y fue llevado a la dicha
ciudad de Pavia. Así lo cuenta Sébastian Moreau.
Y
como Francisco I envía un escrito a Luisa de Saboya, duquesa de Angulema, su
madre y regente de Francia comunicando lo siguiente:
“Señora,
para haceros saber cómo marcha el resto de mi infortunio, de todas las cosas
solo me queda el honor, y la vida que está a salvo. Y para que, en vuestra
adversidad, esta notica os dé un poco de consuelo, he rogado que me dejasen
escribiros esta carta, lo que fácilmente me han concedido, suplicándoos no os
dejéis arrebatar a ningún extremo, usando de vuestra acostumbrada prudencia,
pues espero al fin que Dios no me abandonará, recomendándoos vuestros hijos pequeños
y los míos y suplicándoos deis salvoconducto a este portador para regresar a
España, pues se dirige al emperador, para saber cómo querrá que me traten.
Y
con esto, se recomienda muy humildemente a vuestra gracia vuestro muy humilde y
obediente hijo. Francisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario