Los
marselleses, siguiendo el consejo de Lucio Domicio, preparan naves de líneas
por un total de diecisiete, once de las cuales eran cubiertas. A este grupo
agregan muchos navíos menores con la intención de alarmar a nuestra flota con
sólo los efectos de la suya… Domicio hace que se le reserven a él algunas
naves, y las llena de los colonos y pastores que había traído consigo.
Aparejada así con toda clase de pertrechos la escuadra, avanzan con grandes
esperanzas contra nuestras naves, que estaban al mando de Décimo Bruto. Hallábase
estas ancladas en la isla situada frente a Marsella.
SOLDADOS ROMANOS A BORDO DE UN BIRREME |
Bruto
era inferior, con mucho, en número de naves, pero César había asignado a
aquella escuadra hombres escogidos, los más esforzados entre todas las legiones,
soldados de choque y centuriones: todos salieron voluntarios para aquel cometido.
Habían estos preparados garfios de hierro y garrochas, y se habían pertrechado
con gran cantidad de dardos, jabalinas y demás proyectiles. En estas
condiciones, advertida la proximidad del enemigo, sacan las naves del puerto y
empeñan combate con los marselleses. Por ambos lados se luchó con gran denuedo
y encarnizadamente; los albicos, gente brutal, montaraz y ducha en armas, no se
dejaban aventajar mucho en arrojo por los nuestros… en tanto que los pastores
de Domicio, incitados por la esperanza de su manumisión, se afanaban por
acreditar su valentía a los ojos de su señor.
Los
de Marsella, por su parte, gracias a la ligereza de sus naves y a la pericia de
sus timoneles, esquivaban a los nuestros y encajaban sus golpes, y mientras
podían disponer de más ancho espacio procuraban, desplegando sus filas a mayor
distancia, rodear a los nuestros o embestir con varias naves a una sola, o
cruzando a toda velocidad, barrerles los remos si podían. Cuando era inevitable
el abordaje, recurrían, en sustitución de la habilidad de los timoneles, a la
bravura de los montañeses. Los nuestros, aparte de que sus remeros eran menos
ejercitados y timoneles menos diestros, los habían improvisado tomándonos de la
marina mercante sin conocer ni siquiera el nombre de los pertrechos de guerra,
se veían entorpecidos, además, por la lentitud y pesadez de la naves. Estaban
construidas estas, a toda prisa, de madera aún verde. Así, cuando se les ofrecía
ocasión de abordaje, se enfrentaban a dos naves con una sola, arrojándoles
garfios de hierro, y sujetándolas ambas, luchaban por los dos lados saltando a
bordo de las naves enemigas. Después de matar a gran cantidad de albicos y de
pastores, echan a pique parte de las naves, capturan algunas con sus
tripulantes y obligan a las demás a retirarse al puerto. La flota marsellesa
perdió en aquella jornada, incluyendo las apresadas, nueve naves.
César,
ante Ilerda, recibe esta noticia; a su vez, terminado el puente, su fortuna se
va trocando rápidamente. El enemigo, aterrorizado ante el arrojo de los jinetes,
circula ya con menos audacia; unas veces, sin apartarse mucho del campamento
para tener pronta la retirada, forrajeaban en reducido espacio; otras, dando un
largo rodeo, evitaban las guardias y retenes de a caballo… o escapaban al
divisar la caballería a lo lejos arrojando la carga en medio del camino. Al fin
decidieron interrumpir el forrajeo por bastantes días, o hacerlo de noche,
contra la general costumbre.
Entretanto,
los oscenses y calagurritanos… envíanle emisarios prometiendo ponerse a sus
órdenes. Se le suman los tarraconenses, jacetanos y ausetanos, y pocos días
después, los ilurgavonenses, ribereños del Ebro. A todos les pide ayuda de
trigo. Se la prometen, y requisando todas las acémilas a su alcance, lo
transportan al campamento. Incluso al conocer el acuerdo de su ciudad se pasa a
él una cohorte de ilurgavonenses, desertando de sus puestos. Rápidamente cambió
de modo radical la situación: terminado el puente, ganadas a su alianza cinco
importantes ciudades, resuelta la cuestión del trigo, desvanecidos los rumores
sobre unas legiones de refuerzo que, decíase, se aproximaban con Pompeyo a
través de la Mauretania, otras muchas ciudades lejanas se desentienden de
Afranio y entran en alianza con César.
Ante
el temor que en el ánimo de los enemigos produjeron estos hechos, César, a fin
de evitarse tener que enviar siempre la caballería a través del puente dando un
gran rodeo, determinó, aprovechando un pareje apropiado, abrir varios canales
de treinta pies de anchura, con los que sangrar parte del caudal de Segre con
vistas a conseguir un vado en el río… Ante ello, Afranio y Petreyo acuerdan
retirarse espontáneamente de sus posiciones y trasladar el teatro de la guerra
a Celtiberia… porque los dos bandos en que se habían dividido las ciudades de
la anterior guerra con Quinto Sertorio las vencidas sentían temor al nombre y
autoridad de Pompeyo, aun ausente… en cambio, el nombre4 de César era entre los
del país mas bien desconocido. Allí confiaban encontrar grandes efectivos de
caballería y tropas auxiliares…
La
noticia de que el puente del Ebro estaba casi listo, llegó aproximadamente al
mismo tiempo en que se conseguía el vado del Segre. Naturalmente, ellos ya se
daban cuenta de que esto era mayor motivo para acelerar su partida… No le
quedaba a César más partido que incomodar y hostigar con la caballería la
columna enemiga… Envía pues sus jinetes a atravesar el río… y súbitamente se
presentan a la vista de la retaguardia de la columna, y desplegando sus
crecidos efectivos, empiezan a retardarlos y estorbarles la marcha.
Al
amanecer, desde las alturas inmediatas al campamento de César, se divisaba como,
con el acoso de nuestra caballería, las últimas formaciones enemigas se veían
en grave aprieto… Y en todo el campamento de César la tropa se puso a formar
corros y lamentarse de que se estaba dejando escapar al enemigo de las manos
prologándose la guerra sin necesidad. Presentábanse a los centuriones y tribunos
rogándoles hicieran sabedor a César de que no tenía por qué ahorrarles
esfuerzos ni peligro; estaban preparados. Eran capaces y se veian con ánimos de
pasar el río por el punto donde lo había atravesado la caballería. César,
impresionado por sus entusiastas clamores, aunque recelaba de exponer la tropa
a tamaño caudal de río, opina, no obstante, que vale la pena intentarlo y hacer
la prueba. En consecuencia, ordena entresacar de todas las centurias a los
soldados más débiles, cuyo brío y fuerzas no parecían suficientes para
resistirla, y los deja, con una legión, para guarnición del campamento, y a las
demás legiones las saca, armadas a la ligera, y apostando un gran número de
acémilas en el rio, arriba y abajo del vado, hace atravesarlo a la tropa. A Unos
pocos de estos soldados, que perdieron sus armas en el rio, la caballería los
recoge y reincorpora. Con todo, no perece ni uno. Pasado así incólume el
ejército, César forma la tropa y empieza a hacerla avanzar en triple columna…
TOPOGRAFÍA DE LA CAMPAÑA DE CÉSAR EN ILERDA |
Al
distinguirlos, Afranio, cuando se vieron a lo lejos, y Petreyo con él,
sobresaltado ante lo inesperado del caso, hace alto en unas elevaciones y forma
en orden de batalla. César hace descansar la tropa en la llanura, para no
exponerla a un combate fatigada. Al intentar ellos avanzar de nuevo, los
persigue y retrasa. Se ven forzados a acampar antes de lo que se habían
propuesto, en efecto, se acercaban a una zona montañosa, a cinco millas
aguardaba un trayecto escarpado y angosto. Por aquellos montes ansiaban ellos
penetrar, a fin de evadirse de la caballería de César, y apostando
destacamentos en los desfiladeros, cortar la marcha a su infantería mientras
ellos, sin riesgo ni sobresalto, pasarían la tropa al otro lado del Ebro. Esto
deberían haber procurado ellos, y efectuarlo a todo trance, pero cansado por la
lucha de todo el día y la fatiga de la marcha, lo aplazaron para el día
siguiente. César acampó también, en una colina inmediata.
Alrededor
de medianoche, capturados por la caballería unos que se habían alejado
demasiado del campamento enemigo para hacer aguada, se entera César por ellos
de que los jefes enemigos estaban evacuando las tropas del campamento sigilosamente.
Al saberlo manda dar la señal y voces de ordenanza para recoger los bagajes.
Ellos, al oír los gritos, temiendo verse obligados a un encuentro de noche y
con el estorbo de los equipajes, o detenidos en los desfiladeros por la
caballería de César, suspenden su marcha y retienen todas las tropas en el campamento. Al día siguiente,
Petreyo, con unos pocos de a caballo, sale a escondidas a reconocer el terreno.
Idéntica precaución se toma en el campamento de César; se envía a Lucio Decidió
Saxa con una patrulla a percatarse de la topografía. Uno y otro vuelven a los
suyos con la misma información; quedaban cinco millas de trayecto llano,
seguían luego parajes abruptos y montañosos; a quien primero ocupase aquellas
gargantas ningún trabajo le costaría cerrar el paso al enemigo…
César,
previa una explotación del terreno, al despertar al alba, saca todas sus tropas
del campamento, y dando un gran rodeo, conduce el ejército a campo traviesa.
Los caminos que llevaban al Ebro y a Otobesa le eran inaccesibles por tener
enfrente el campamento enemigo. Tocábale atravesar muy grandes hondonadas, nada
practicables; en muchos sitios., abruptos peñascos impedían el paso hasta el
punto de que los soldados no tenían más remedio que pasarse las armas de mano
en mano y efectuar gran parte de la etapa desarmados y sosteniéndose unos a
otros. Pero nadie se hurtada a esta fatiga, porque estaban convencidos de que
si lograban cerrar al enemigo el paso hacia el Ebro y cortarle el
abastecimiento sería el final de las fatigas todas.
Al
principio, los soldados de Afranio salían a contemplarlo corriendo,
alborozados, y lanzaban a los nuestros gritos de burla, creyendo que por falta
de recursos huían y regresaban a Ilerda, pues el itinerario aparente era
distinto del que seguíamos y parecía tomar la dirección contraria. Naturalmente,
los jefes enemigos colmaban de elogios su propia decisión de aguardar en el
campamento, y se confirmaban en su opinión al ver nuestra marcha, sin acémilas
ni impedimenta, creyendo que era debido a que nos faltaban los vivieres. Pero
cuando observaron que la columna iba torciendo poco a poco hacia la derecha y
advirtieron que la vanguardia rebasaba ya la línea de su campamento, no hubo
nadie tan corto ni perezoso que no pensara en salir al instante del campamento
y ganarnos la carrera. Dase la voz de coger las armas y todas las fuerzas,
dejando unas pocas cohortes de guarnición, salen y emprenden la marcha en línea
recta hacia el Ebro.
Toda
la contienda era una cuestión de velocidad, quiénes ocuparían primero los
desfiladeros y las montañas, pero al ejército de César lo retardaban las
dificultades del trayecto, y a las tropas de Afranio habían llegado a verse en
tal situación que, suponiendo que llegasen a las montañas, evitarían el propio
peligro pero no podrían salvar la impedimenta de todo el ejército si los
cohortes dejadas en el campamento, pues una vez copadas por el ejército de
César no era posible ya llevarles socorro. Recorrió César la distancia primero,
y ocupando una planicie desde unas grandes peñas, formó en lla en orden de
batalla frente al enemigo. Afranio, con la retaguardia de su columna acosada
por la caballería y viendo enfrente al enemigo, aprovechando una colina, hizo
al to en lla. Desde allí envió cuatro chortes de rodeleros hacia un monte que
destacaba a la vista de todos por su altura. Les manda ocuparlo a la carrera
con intención de dirigirse también allí con todas las tropas, y cambiando de
ruta, llegar a Otobesa por las crestas. Mientras marchaban hacia allá desviando
su camino anterior, la caballería de César, dándose cuenta, se lanzó al ataque.
Ni por un momento fueron los rodeleros capaces de resistir su embestida, y
rodeados por lo nuestros, fueron exterminados todos a la vista de uno y otro
ejército.
Era
una ocasión para librar un combate favorable. No se le ocultaba a César que un
ejército atemorizado por el grave quebranto sufrido ante sus propios ojos no
era capaz de resisitri, sobre todo al verse rodeado completamente por la
caballería en caso de combatirse en terreno llano y abierto. Todos se lo
pedían; legados, centuriones, tribunos, acudían a decirle que no dudara en
empeñar batalla. Todos los soldados estaban muy bien dispuestos. Los de
Afranio, al contrario, habían dado ya señales de temor… no habían acudido en
socorro de los suyos, no se apartaban de la colina, apenas resistían a las
incursiones de la caballería, y apretujándose con las enseñas en un solo lugar,
no aguardaban ni sus unidades ni la formación. Y si César temía lo desfavorable
del terreno, ya se ofrecería, a pesar de todo, oportunidad de luchar en algún
lugar, pues sin duda Afranio se vería obligado a bajar de aquella posición ya
que no podían continuar sin agua.
César
había concebido la esperanza de poder terminar la campaña sin lucha y sin
sangre para los suyos al haber cortado el aprovisionamiento del enemigo: ¿por
qué perder ahora a algunos de sus hombres en un combate, aunque fuese
favorable? ¿Por qué permitir que resultasen heridos unos soldados con tan
óptimos méritos? ¿Para qué tentar a la fortuna, no siendo menos propio de los
generales vencer con la inteligencia que con la espada? Movía le también la
compasión por los ciudadanos que preveía
iban a encontrar la muerte mientras él prefería obtener la victoria
quedando ellos sanos y salvos. Con este proyecto César, la mayoría no estaba
conforme… pero este persevera en su parecer y se parpta un tanto de aquel
terreno, a fin de disminuir el miedo al enemigo. Petreyo y Afranio, ante la
ocasión que se le ofrece, se repliegan al campamento. César, dejando cerradas
todas las rutas hacia el Ebro con destacamentos apostados en las montañas,
establece el suyo lo más cerca que puede del campamento enemigo.
CESAR LA INTELIGENCIA Y LA ENERGÍA EN LA BATALLA |
Al
día siguiente, los jefes adversarios, desazonados con la pérdida de toda
esperanza de suministros de trigo, y no creyendo posible llegar al Ebro,
Deliberan sobre las alternativas que les quedaban. Tenían un camino para regresar
a Ilerda; otro para dirigirse a Tarraco. Estando en estas reflexiones, se
enteran de que sus aguadores eran hostigados por nuestra caballería. Ante esta
noticia, establecen una tupida red de puestos de guardia, de jinetes y cohortes
auxiliares, con otras legionarias intercaladas, y emprenden el trazado de un
vallado desde el campamento al agua, para poder, al amparo de tal
fortificación, ir a hacer aguada sin inquietud y sin la intervención de los
puestos de guardia. De aquella construcción se encargan por partes Petreyo y
Afranio, quienes, para llevarla a término, se adelantan a bastante distancia.
Aprovechando
los soldados la oportunidad de entablar conversaciones que la ausencia de los
generales les ofrecía, sin distinción, avanzan unos y otros y pregunta cada
cual por los conocidos y paisanos que tienen en el campamento de César, y los
llaman afuera… Comienzan por darles las gracias por la consideración que les habían
tenido el día anterior, en medio de su pánico… Después les preguntan sobre la
nobleza de ánimo de su general, si harían bien en confiarse a él, y se duelen
de no haberlo hecho desde un principio y de haber llevado sus armas contra las
personas de sus propios allegados y parientes. Animados con estas
conversaciones, piden garantía de su general para las vidas de Petreyo y
Afranio, no fuese a sospecharse que habían albergado intenciones criminales o
entregadas a los suyos a traición. Obtenida garantía en estos puntos, aseguran
ellos que trasladarán inmediatamente las enseñas, yu envían a César, como
comisionados para las gestiones de paz, a los centuriones de los primeros
rangos. Mientras tanto, unos se llevan invitados a sus amigos al campamento, a
otros se los traen los suyos, hasta el punto de que ya parecían reunidos en
unos los dos campamentos; numerosos tribunos y centuriones se presentan a César
y se confían a él. Eso mismo hacen los próceres hispanos que ellos habían
llamado a su lado y tenían consigo en el campamento a modo de rehenes. Buscaban
estos a sus conocidos y alegados por hospitalidad, por medio de los cuales
pudiese cada uno ser presentado y recomendado a César. Incluso un hijo joven de
Afranio negociaba con César, por mediación del lugarteniente Sulpicio, a favor
de su vida propia y la de su padre.
Todo
era alegría y felicitaciones, unos por haber escapado a tan graves riegos, los
otros, por haber terminado incruentamente unas campañas de tal envergadura.
César recogía, según la opinión general, el gran fruto de su clemencia de la
víspera, y su decisión era elogiada por todos.
Notificado
a Afranio lo que acontecía, abandona las obras emprendías y se retira al
campamento, dispuesto, al parecer, a llevar con paciencia y ecuamidad cualquier
infortunio que pudiese aguardarle. Petreyo, en cambio, no se entrega. Arma a
sus esclavos; con ellos y su cohorte pretoria de rodeleros y unos cuantos
jinetes del país protegidos suyos, que solía usar como escolta personal, se
presenta volando de improviso ante la empalizada, interrumpe las conversaciones
de los soldados y expulsa a los nuestros del campamento dando muerte a los que
alcanza. Los restantes se agrupan, y espantados ante aquel súbito peligro,
cubren su izquierda con el capote, desenvainan la espada y en esta forma se
defienden de los rodeleros y jinetes confiando en la proximidad del campamento;
se repliegan hacia él, y las cohortes que estaban de guaria a la puerta cubren
su retirada.
ESPECIFICACIÓN DE UN CAMPAMENTO ROMANO |
Hecho
esto, Petreyo, con lágrimas en los ojos, va de manipulo en manipulo, interpela
a los soldados y les suplica que no le entreguen a él ni a Pompeyo, su generalísimo
ausente, a sus adversarios para el suplicio. Rápidamente se produce una
afluencia ante el pretorio. Les requiere a que juren todso que no abandonarán
el ejército ni a sus jefes, ni les entregarán a traición, ni tomarán acuerdos a
espaldas de los demás. Jura él en este sentido el primero; idéntico juramento
le exige a Afranio; siguen los tribunos y centuriones; los soldados, desfilando
por centurias, juran lo mismo. Pregonase la orden de que, cuantos tuvieran
consigo algún soldado de César, lo entregaran; una vez entregados, les dan
muerte en presencia de todos, ante el pretorio. Pero a la mayoría, quienes les
habían acogido, los ocultan, y de noche los hacen salir por la empalizada. Así
el terror producido por los jefes, su crueldad en el suplicio y el lazo de un
nuevo juramento frustró la esperanza de una rendición inmediata, cambiaron las disposiciones
de la tropa y devolvieron la situación a su anterior estado de guerra.
César
da orden de buscar con la mayor diligencia a los soldados del enemigo que
habían venido a su campamento durante el tiempo de la confraternización, y
remitirlos. Pero del grupo de tribunos y centuriones, no pocos, por voluntad
propia, se quedaron con él. Túvoles en lo sucesivo en gran consideración; a los
centuriones los restituyó a sus anteriores rangos y a los caballeros romanos, a
su categoría de tribunos.
Los
de Afranio se veían apurados en el forrajeo; se proveían de agua con apuros.
Los legionarios tenían trigo en cierta cantidad , pues habían recibido orden de
sacar de Ilerda provisión para veintidós días. Laos rodeleros y tropas
auxiliares, ninguna, pues sus medios de adquirirla era escasos, y no estaban
acostumbrados a llevar peso. Así, todos los días se pasaba un número
considerable de ellos hacia César. En tales apuros se hallaba la situación. En cuanto
a los dos planes que habían considerado, parecía más práctico regresar a
Ilerda, porque allí habían dejado un poco de trigo y confiaban que precisarían
el resto del plan. Tarraco estaba a mayor distancia y se daban cuenta de que,
en aquel trecho, podía su propósito sufrir muchos percances. Aprobado este
proyecto, parten del campamento. César, enviando por delante la caballería a
hostigar y entorpecer la retaguardia de su columna, los sigue al frente de sus
legiones. No pasaba momento sin que se vieran enzarzados en lucha con la
caballería.
El
tipo de lucha era el siguiente. Cerraban la retaguardia cohortes armadas a la
ligera, y en las llanuras hacían frente otras más. Si había que escalar una
montaña, la misma configuración del terreno fácilmente alejaba el peligro, pues
desde lugares más elevados, los que precedían cubrían a los suyos que iban
subiendo; cuando se acercaba un valle o una cuesta bajo, y los de delante no
podían prestar ayuda a los de la zaga, mientras la caballería, en cambio, desde
arriba les disparaba sus dardos por la espalda, entonces la situación se hacía
más crítica. Quedaba el recuerdo de, cuando se había llegado a un lugar así,
dar orden a las legiones de hacer frente, y con fuerte acometida, rechazar a la
caballería; al apartarse esta, bajar juntos, a la carrera, a los valles, y
después de atravesarlos ráp8idamente, detenerse de nuevo en posiciones más
elevadas. Pero estaban tan lejos de poder recibir ayuda de sus jinetes, aunque
los tenían en efectivos importantes, que los llevaban amedrentados por los
anteriores combates en el centro de la columna, más bien defendiéndolos. A
ninguno de ellos le era posible apartarse del camino sin verse apresado por la
caballería de César…
LAS TROPAS DE POMPEYO SERÍAN DERROTADAS EN ILERDA |
Entonces,
como realmente no se les daba posibilidad de ir en busca de un paraje apropiado
para acampar, ni de continuar adelante, se ven forzados a hacer alto y poner el
campamento lejos del agua y en sitio desfavorable. Más César, por las mismas
razones que hemos indicado antes, no empeñó el combate. Y aquel día no permitió
que se montaran las tiendas, a fin de que estuvieran todos más a punto de
perseguirles, así salieran de día como de noche. Ellos, dándose cuenta de la
inferioridad de su campamento., dedican la noche entera a prolongar sus líneas
de fortificación, y van cambiando un campamento por otro. Lo mismo hace al día
siguiente desde el amanecer, gastando en ello el día entero. Pero cuanto más
allá llevaban el campamento, adelantando la obra, tanto más lejos se hallaban
del agua, con lo que remediaban el inconveniente con otro inconveniente. La
primera noche nadie salió del campamento por agua; al día siguiente, dejando
una guarnición en el campamento, llevan a todas las tropas a la aguada y no
mandan a nadie al forrajeo. César prefería que se vieran obligados a una
capitulación por aquellas penalidades, que derrotarles en una batalla. NO
obstante, intenta rodearles con un vallado y un foso para entorpecer lo más
posible sus escapadas repentinas, a las que pensaba se verían obligados a
recurrir. Ellos, inducidos por la falta de forraje y con el fin de hallarse,
además, expeditos para la marcha, dan orden de sacrificar todas las bestias de
transporte de equipajes.
Dos
días se consumen en dichos trabajos y proyectos. Al tercero estaba ya tendida
gran parte de la línea de circunvalación emprendida por César. Ellos, para
impedir lo que faltaba, alrededor de la hora sexta dan la señal, sacan las
legiones y forman en línea de combate al pie del campamento. César llama de la
obra a sus legiones, ordena concentrarse toda la caballería y forma en orden de
batalla, puesto que dar la impresión de que, contra la opinión que tenían los
soldados de su fama, rehuía el combate, le acarreaba grave perjuicio. Pero los
mismos motivos que ya se conocen le impulsaban a no querer combatir, y aun más
porque el poco espacio de que se disponía, aun en caso de ahuyentar al enemigo,
no podía ayudar gran cosa a que la victoria fuese definitiva. En efecto: un
campamento no distaba del otro más de dos mil pies. Dos terceras partes de
dicho trecho las ocupaban los dos ejércitos alineados; quedaba una tercera para
el arranque y carga de los soldados. Si se trataba el combate, la proximidad
del campamento ofrecía a los derrotados
un pronto refugio en su huida. Por este motivo había decidido resistir si le acometían,
pero no tomar el la incitativa del ataque.
La
formación de Afranio era con sus cinco legiones en doble línea; una tercera de
refuerzo la cubrían las cohortes alarias; la de César en triple línea; ahora
bien, la primera estaba ocupada por cuatro cohortes de cada una de las cinco
legiones; detrás de cada grupo de estas seguían tres de refuerzo y luego otras
tantas, de su respectiva legión; los arqueros y honderos quedaban encuadrados
en la línea central; la caballería ceñía los flancos. Con una formación tal,
uno y otro daban a entender que se mantenían en su propósito: César en no
trabar combate a menos de ser obligado a ello; al enemigo, en impedir los trabajos
de César. Con todo, la situación se prolonga y se conserva la formación hasta
la puesta del sol; a continuación regresan unos y otros al campamento. Al día
siguiente César se dispone a concluir la circunvalación proyectada; ellos, a
tantear el paso del Segre, por si les era posible atravesarlo. César, al darse
cuenta, pasó al otro lado del rio tropas germanas armadas a la ligera y parte
de la caballería, y apostó en las orillas un denso cordón de puestos de
guardia.
FORMACIONES ROMANAS |
Al
fin, cortados todos los suministros, después de tener tres días a las bestias
encerradas sin comida, faltos de agua, leña y trigo, piden parlamentar, y a ser
posible, en un lugar alejado de la tropa. César les niega esto último
asintiendo en cambio el parlamentar en presencia de todos, y entregan a título
de rehén al hijo de Afranio. Se acude al lugar señalado por César. A oídas de
uno y otro ejército. Afranio toma la palabra, diciendo que no se les ha de
reprochar ni a ellos ni a sus soldados el haber querido guardar fidelidad a su generalísimo
Gneo Pompeyo. Pero ya habían cumplido su deber suficientemente y arrostrado
bastante penalidades con haber padecido escasez de toda clase de recursos; pero
ahora que, acorralados poco menos que como animales salvajes, se les privaba de
agua y de la libertad de movimientos, no podían resistir más el dolor físico y
la ignominia moral. Por tanto se declaraban vencidos; pedían y suplicaban que,
si quedaba algún lugar para la misericordia, no se les llevara
irremediablemente al último suplicio. Expuso Afranio estos conceptos lo más
humilde y sumisamente de que fue capaz.
A
sus palabras contestó César diciendo que a ningún otro le cuadraba menos que a
él el papel de lamentación y enternecimiento. En efecto: todos los demás habían
cumplido con su deber; él que aun en condiciones propicias, en momento y posición
ventajosos no había querido llegar a las armas, a fin de que todo estuviera
dispuesto para la paz lo más íntegramente posible. Su ejército, que aun después
de ultrajado y de haberse dado muerte a sus camaradas, había salvado y
protegido a los del contrario que tenía en su poder; en fin, los soldados de
este mismo ejército quienes espontáneamente trataron de concertar la paz, en
cuyo intento creyeron que había que procurar por la vida de todos los suyos.
Así, la actuación de todos los grados de su ejército se había basado en la
misericordia. Ellos, los jefes, habían rehuido la paz; ellos no habían guardado
ni las leyes de las negociaciones ni las de la tregua, y a unos hombres
inexpertos, atrapados parlamentando les habían dado muerte con toda crueldad.
Les sucedía por tanto lo que casi siempre ocurre a los hombres de excesiva
contumacia y soberbia, que recurren y piden ansiosamente lo que poco antes
habían despreciado. Y ni siquiera ahora, ante su humillación, ni por ninguna
otra ventaja momentánea reclama él nada que sirviera para aumentar sus
efectivos; exigía, en cambio, que se licenciaran aquellos ejércitos que contra
él llevaban sosteniéndose desde tantos años, pues no por otro motivo se habían
destinado a Hispania seis legiones y alistado allí la séptima, preparado tantas
y tan potentes escuadras y enviado jefes peritos en el arte militar. Ninguna de
estas medidas se había planeado para la sumisión de las Hispanias ni para las
necesidades de la provincia que, dado el tiempo que llevaban en paz, no requería
socorro alguno. Todo aquello se había ya dispuesto de antemano contra él,
contra él se habían instituido nuevos mandos, de modo que una misma persona
dirigía la política de la Ciudad desde sus puertas, y gobierna a distancia dos
provincias belicosísimas durante tantos años. Contra él se alteraban los
derechos de los magistrados, en forma que no se envíen a las provincias, como
siempre, después de la pretura y el consulado, sino avalados y elegidos por los
oligarcas; contra él no había tenido efectividad el alegar motivos de edad para
que no se reclamara a ponerse al frente de los ejércitos a hombres acreditados
ya en anteriores guerras; solo en su caso no se observaba lo que se había
concedido siempre a todos los generales vencedores; que terminadas victoriosamente
sus campañas, regresen a Roma o con algunas honras, o de todos modos, sin
bochorno, y despidan a sus tropas. Sin embargo el lo había sobrellevado todo y
lo sobrellavaría con paciencia; y tampoco ahora intentaba quitarles el ejército
para quedárselo a sus órdenes, cosa que a pesar de todo no le sería difícil,
sino de que no lo tuvieran ellos para usarlo contra él. Así, que conforme a lo
dicho, salgan de las provincias y despidan al ejército; si lo hacían así, él no
se vengaría de nadie. Esta era la única y la última condición de paz.
A
los soldados les fue sobre todo agradable y satisfactorio, según pudo
comprobarse por sus propias demostraciones, que después de esperarse algún equitativo
castigo, obtenían en vez de él la recompensa del licenciamiento. En efecto;
habiendo surgido una disensión respecto al lugar y tiempo en que se realizaría,
empezaron a manifestar con palabras y gestos, desde el vallado donde estaban
asomados, que se les licenciara inmediatamente, pues ni con todas las garantías
podían tenerlo por firme si se aplazaba para otra ocasión. Después d euna corta
discusión a favor de una opinión u otra, se llega al acuerdo de que, quienes
tengan domicilio o propiedad en Hispania, sean licenciados inmediatamente; los
demás, a orillas del rio Varo. César garantiza que a nadie se le causará daño
alguno ni se le obligará contra su voluntad a jurar bandera.
César
se compromete a proveerles de trigo desde aquel momento, hasta que lleguen al
rio Varo. Añade, incluso, que lo que cada uno de ellos haya perdido en la
campaña y se halle en poder de sus soldados se devuelva a quienes lo habían
perdido. A sus soldados, una vez valoradas aquellas cosas, se les compensa en
dinero. En todas las discusiones que tuvieron luego entre sí los soldados, por
propio impulso acudieron a César para que les hiciera justicia. Al exigir las
legiones, poco menos que amotinadas, a Petreyo y Afranio sus soldadas, que
estos decían no haber vencido todavía, se pidió a César que interviniera, y
unos y otros se dieron por satisfechos con lo que él decidió. Licenciada en dos
días alrededor de la tercera parte de las tropas, dio orden de que precediesen
a los expedicionarios dos de sus legiones, y de que los siguiesen los demás, de
modo que no acamparan a mucha distancia una de otras, y puso al frente de
aquella misión al lugarteniente Quinto Fufio Caleno. De acuerdo con esta orden
suya se hizo la expedición hasta el rio Varo y allí se licenció lo que quedaba
del ejército.
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