CURIOSIDADES:
A
continuación vamos a exponer unas cuantas declaraciones de Juana durante su
proceso, y luego la disposición que realiza Isambert de la Pierre, uno de sus
acusadores y que presenció su muerte en la hoguera de Ruán el 30 de mayo de
1431.
EXTRACTO DEL INTERROGATORIO DE JUANA DE ARCO EL 22 FEBRERO 1431.
A
la edad de trece años tuve una voz de Dios para ayudarme a gobernarme y la
primera vez tuve gran miedo; esta voz vino al mediodía, en verano, en el huerto
de mi padre; era un día de ayuno: oí la voz a la derecha del lado de la
iglesia. Vi al mismo tiempo una gran caridad; después de oir tres veces la
misma voz, reconocí que era la del Arcángel Miguel; esta voz me ha guiado muy
bien siempre y comprendo muy bien lo que se me anuncia; me decía tres o cuatro
veces por semana que me era preciso partir y venir a Francia; me repetía que
haría levantar el sitio de Orléans; en vano yo le respondía que no era más que
una pobre muchacha que no sabía cabalgar ni conducir la guerra; la voz insistía
de parte de Dios; tenía un tal impaciencia de obedecerle que no podía permanecer
donde estaba, y partí sin hablar de ello a mi padre, de miedo que los
borgoñeses lo supiesen y pusiesen obstáculo a mi viaje. Un hermano de mi madre
me llevó a Vaucouleurs, y allí conocí a Robert de Baudricourt sin haberle jamás
visto, tan sólo porque mis voces me decían que era él.
JUANA DE ARCO ES LLEVADA ANTE LOS JUECES |
Le
declaré que yo estaba llamada por Dios para socorrer Francia; él rehusó creerme
y me rechazó dos veces; a la tercera me escuchó, como mis voces me lo habían
predicho. El dicho Robert hizo jurar a los que debían conducirme, que me
llevarían bien seguramente, y me dijo cuando le dejé:
-
Ve,
y suceda lo que quiera.
¿Cómo
os habéis encontrado desde el último sábado pasado?
-
Me
he encontrado lo mejor que puedo.
-
¿Habéis
ayunado cada día de esta cuaresma?
-
Todos
los días.
-
Desde
el sábado. ¿Habéis oído la voz que viene a vos?
-
Varias
veces.
-
¿Qué
os ha dicho?
-
Que
os responda con valor.
-
¿Os
aconseja la voz responder a todo lo que os preguntamos?
-
Entre
las revelaciones que me han sido hechas, las hay que son para mis jueces; otras
que sólo se dirigen a mi rey.
-
¿Es
la voz de un ángel, de un santo, de una santa o de Dios?
-
De
Santa Catalina y de Santa Margarita.
-
¿Cómo
sabéis que son de esas dos santas?
-
Sé
muy bien que son ellas, y las distingo perfectamente una de otra.
-
¿Cómo
las distinguís?
-
Hace
siete años que se han encargado de conducirme; y las reconozco porque se nombran
al dirigirse a mí.
-
¿Van
vestidas las dos con la misma tela?
-
No
os diré otra cosa por hoy.
-
¿Tienen
vuestra misma edad?
A
esta pregunta y otras muchas semejantes, no hubo respuesta.
-
¿Cuál
fue la voz que vino a vos a la edad de trece años?
-
San
Miguel.
-
¿Visteis
vos a San Miguel y sus ángeles corpórea y realmente?
-
Como
os veo a vos.
-
¿Qué
os dijo el arcángel la primera vez?
No
hay respuesta.
-
¿Cómo
era la cara San Miguel?
-
NO
sé.
-
¿Estaba
desnudo?
-
¡Pensáis
que Dios no tiene de qué vestirle!
-
¿Tenía
cabellos?
-
¿Por
qué se los habrían cortado?
-
¡Qué
experimentasteis a la vista de San Miguel y de sus ángeles?
-
Cuando
les vi alejarse, lloré y hubiese querido de buena gana que me llevasen con
ellos.
-
¿Os
ha ordenado Dios venir a Francia?
-
Hubiese
preferido ser descuartizada por caballos que venir a Francia sin el permiso de
Dios.
-
¿Qué
revelaciones tuvo vuestro rey?
-
No
oiréis esto de mí en todos los días de mi vida; fui interrogada durante tres
semanas en Poitiers y en Chinon; el rey tuvo señal de mis hechos antes de que
quisiera creer en ellos; los eclesiásticos de mi partido sólo encontraron cosas
buenas en mis hechos, etc.
-
¿Habéis
ido a Santa Catalina de Fierbois?
-
Si,
y cuando hube llegado a Tours, envié a buscar una espada quie estaba en la
iglesia de Santa Catalina.
-
¿Cómo
sabíais que esta espada estaba allí?
-
Por
mis voces.
-
¿Habéis
ceñido esta espada?
-
Hasta
mi partida de Saint-Denis, después del ataque de París.
-
¿Habéis
puesto esta espada sobre el altar para que fuese más afortunada?
-
No,
pero he deseado siempre que mis armas tuviesen fortuna.
-
¿Teníais
con vos vuestra espada de Fierbois cuando os apresaron?
-
No,
sino una espada arrebatada a un borgoñón; esta última era una buena espada de
guerra y propia a dar buenos tajos y mandobles.
-
¿Dónde
habéis dejado la otra?
-
Esto
no es del proceso.
-
Cuando
vinisteis a Orléans, ¿teníais un estandarte?
-
Un
estandarte sembrado de flores de lis con un mundo con dos ángeles a los lados;
estaba bordado de franjas de seda y llevaba estas dos palabras escritas: Jesús,
María.
-
¿Qué
preferíais: vuestro estandarte o vuestra espada?
-
¿Qué
ejercito os confió vuestro rey cuando os puso a la obra?
-
Diez
o doce mil hombres.
-
¿Estabais
segura de hacer levantar el sitio de Orléans?
-
Dios
me lo había revelado, y se lo había dicho a mi rey.
-
¿No
decíais a vuestros soldados que desviaríais las flechas de los ingleses?
-
-
Les
recomendé estar sin temor. Muchos han sido heridos a mi lado, y yo misma lo he
sido.
-
¿Teníais
presciencia de ello?
-
Lo
había anunciado antes del combate.
MUERTE DE JUANA DE ARCO, SEGÚN ISAMBERT DE LA PIERRE
Dice
y depone, que una vez estando él y otros varios presentes, se amonestaba y
solicitaba a dicha Juana a someterse a la Iglesia. A lo cual ella respondió que
de buena gana se sometería al Santo Padre, requiriendo ser conducida a él y que
de ningún modo se sometería al juicio de sus enemigos. Y cuando entonces el
fray Isambert le aconsejó someterse al concilio general de Basílea, dicha Juana
le preguntó que era este concilio. Respondió el que habla que era congregación
de toda la Iglesia universal en la cristiandad, y que en este concilio había
tantos de su partido como el de los ingleses. Oído y entendido esto, ella
comenzó a exclamar:
- -
¡Ah!
¡Ya qué en este lugar hay algunos de nuestro partido, quiero bien ir y
someterme al concilio de Basilea!
Y
en el acto, con gran despecho e indignación, el obispo de Beauvais, Pierre
Cauchon, comenzó a gritar:
- -
¡Callaos,
por el diablo!
JUANA DE ARCO EN EL SUPLICIO |
Y
dijo al notario que se guardase de escribir la sumisión que había hecho ella al
concilio general de Basilea. A causa de estas cosas y otras varias, los
ingleses y sus funcionarios amenazaron horriblemente a dicho fray Isambert,
hasta decirle que si no se callaba lo arrojarían al Sena.
Dice
u dispone que después que ella hubo renunciado y adjurado y vuelto a tomar
vestidos de hombre, él y otros más estuvieron presentes cuando dicho Juana se
excusaba por haber revestido hábitos de hombre diciendo y afirmando
públicamente que los ingleses le habían dicho o hecho hacer en la prisión muchos
entuertos y violencias cuando ella estaba vestida de hábitos de mujer. Y de
hecho la vio llorando, el rostro lleno de lágrimas, desfigurado y ultrajado de
tal manera que el que habla tuvo piedad y compasión.
Depone
el que habla que, después de su confesión y percepción del Sacramento del
Altar, se dio la sentencia contra ella y fue declarada herética y excomulgada.
Dice
y depone haber visto y claramente percibido a causa de haber estado siempre
presente asistiendo a todas las deducciones y conclusiones del proceso, que el
juez secular no la ha condenado a muerte ni a consunción por el fungo, aunque
el juez secular haya comparecido y se haya encontrado en le mismo lugar en que
fue prendía últimamente y abandonada a la justicia secular. De todos modos sin
juicio ni conclusión del dicho juez ha sido entregada en manos del verdugo y
quemada, aunque se haya dicho al verdugo simplemente, sin otra sentencia:
-
- Cumple
tu deber.
Depone
el que habla que dicha Juana tuvo al fin tan grande constricción y bello
arrepentimiento que era un cosa admirable, diciendo palabras tan devotas,
piadosas y católicas, que todos cuantos la contemplaban, en gran multitud,
lloraban ardientes lágrimas, talmente que el cardenal de Inglaterra y otros
muchos ingleses no pudieron evitar llorar y tenerle compasión.
Dice
además que la piadosa mujer le pidió, requirió y suplicó humildemente, puesto
que estaba cerca de ella el instante de su muerte, que fuese a la iglesia
vecina y le trajeses la cruz para tenerla alzada, derechamente, antes sus ojos
hasta el trance de su muerte, a fin de que la cruz de que Dios pendió estuviese
viva continuamente ante su vista. Dice además que estando ya envuelta en la
llama, nunca cesó hasta el fin de confesar en alta voz el santo de Jesús,
implorando e invocando sin cesar la ayuda de los santos y las santas del Paraíso,
y lo que aún es más, al rendir su espíritu inclinando la cabeza, profirió el
nombre de Jesús en señal de que ella era ferviente en la fe de Dios.
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