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lunes, 21 de julio de 2014

LA GRAN MURALLA CHINA.


CURIOSIDADES:



El viento otoñal levanta gemidos, / mientras marchamos muy lejos miles de millas. / ¿Marchando miles de millas con qué fin? / A través del desierto reconstruimos la Gran Muralla. / Pero ésta no fue idea Nuestra, / fue construida por sabios emperadores del pasado: / Establecieron aquí una política que durará miles de siglos, / para asegurar las vidas de sus millones de súbditos. / ¿Cómo podríamos, pues, evadirnos de estas preocupaciones, / y descansar en paz, despreocupados, en la capital?». Este poema compuesto por el emperador Yangdi a principios del siglo VII de nuestra era nos recuerda lo que fue una de las grandes preocupaciones de los emperadores chinos: la defensa de la frontera septentrional del país mediante una «Gran Muralla» que habría de durar «miles de años». Sin embargo, este tipo de estrategia defensiva fue sólo una de las que empleó el Imperio del Centro en las cambiantes relaciones que mantuvo con los pueblos de las estepas.
Desde el siglo IV a.C., las estepas al norte de China fueron ocupadas por pastores nómadas. Éstos dependían de sus vecinos sedentarios del sur para obtener todo lo que no les proporcionaba la estepa, sobre todo productos agrícolas con los que completar una alimentación basada en la carne y los lácteos. Su población era muy inferior a la de China, pero constituían una grave amenaza. Armados con potentes arcos compuestos y a lomos de sus pequeños ponis esteparios, rápidos y muy resistentes, los guerreros nómadas se apresuraron a lanzar ataques sobre los Estados del norte de China.

Los emperadores ensayaron diferentes estrategias para defenderse de la amenaza de estos nómadas. Una de ellas era la muralla defensiva. El primer emperador, Qin Shihuang di (221-210 a.C.), construyó una línea de fortificaciones que unía las levantadas por Estados anteriores y abarcaba toda la frontera. Luego, la dinastía Han trató de controlar a los bárbaros mediante sobornos (camuflados como subsidios) y campañas de conquista en la estepa, a la vez que construía una nueva Gran Muralla. Los nómadas, por su parte, pronto aprendieron que podían utilizar sus incursiones no sólo para obtener botín, sino como método de presión para aumentar el volumen de los subsidios, en forma de objetos de lujo, especialmente seda.

Durante los siguientes mil años se mantuvo un cierto equilibrio entre chinos y bárbaros, hasta que a principios del siglo XIII un jefe mongol llamado Temujin consiguió unificar la estepa y reanudó el ciclo de ataques al norte de China para obligar a los chinos a enviar subsidios y a comerciar. La resistencia encontrada llevó a Temujin, convertido en emperador de los mongoles con el nombre de Gengis Kan, a lanzarse a la la conquista de China. Esta empresa sin precedentes para un nómada sería completada por su nieto Kublai Kan, quien además de ser kan de los mongoles fundó una nueva dinastía, la de los Yuan.

Los Yuan fueron destronados por una revuelta campesina, y en 1368 la corte mongol evacuó su capital y se refugió en la estepa. La nueva dinastía reinante en China, los Ming, llevó a cabo una agresiva campaña de ataques a la estepa con el objetivo, primero, de impedir cualquier intento de los refugiados Yuan para recuperar su trono perdido y, después, para mantener a los nómadas a raya. Pero los Ming pronto comprobaron que su poder militar no bastaba para doblegar a los nómadas: en 1449 sufrieron una terrible derrota en la batalla de Tumu, y el mismo emperador, Zhengtong, cayó prisionero de los enemigos.
A partir de mediados del siglo XV, los Ming pasaron gradualmente a la defensiva. El gobierno consideró en repetidas ocasiones la opción de enviar subsidios a los nómadas para contenerlos en sus dominios, pero ésta era una medida impopular tanto para los diferentes emperadores como para los funcionarios civiles, por el perjuicio que causaba al tesoro. La consecuencia de ello fue que los mongoles redoblaron sus ataques sobre la frontera para obligar a los chinos a comerciar. Como afirmaba en 1459 el Gran Secretario Li Xien, los mongoles «son una calamidad para China sólo porque necesitan desesperadamente ropa y comida». No es exagerado afirmar que los Ming fueron la dinastía de toda la historia china que sufrió más ataques por parte de los nómadas. No sería hasta 1571 cuando un cortesano, el ministro Wang Chung Ku, que había acumulado un gran poder, logró convencer al emperador Longqing de cambiar de política. Se enviaron subsidios a la aristocracia mongola y se establecieron mercados en la frontera, con lo que se consiguió reducir el número de ataques mongoles y el gasto del dispositivo militar chino en la frontera.
En realidad, desde decenios atrás la estrategia de defensa de los Ming frente a los nómadas había pasado por una de las soluciones clásicas del Imperio chino: la de la barrera defensiva. Los Ming construyeron una nueva Gran Muralla, aunque de características más avanzadas que las anteriores. Mientras que en el pasado las fortificaciones se habían erigido empleando la tierra como materia primera, compactándola en una especie de tapial, ahora se empleó en la mayoría de los tramos una combinación de zócalo de piedra y alzado en ladrillo. Este sistema era mucho más caro que los anteriores –se ha llegado a decir que cien veces más–, pero también resistía las inclemencias del tiempo mucho mejor.
Sin embargo, la eficacia militar de esta barrera fue siempre relativa. La frontera septentrional china sufrió un número de ataques muy alto, a veces por parte de grandes bandas de guerreros, verdaderos ejércitos que podían alcanzar los 100.000 efectivos, pero también por pequeños grupos de nómadas. Un ejemplo de este último caso ocurrió en Wo Yan, en 1555. Una veintena de guerreros mongoles asaltó una torre en plena noche, trepando con ganchos, pero justo cuando el primero de ellos la coronaba los relinchos de sus caballos alertaron a los soldados chinos que pudieron rechazar el ataque. Sería, sin embargo, un error presentar a los nómadas siempre como los agresores. En 1563, en el curso de una investigación por corrupción, se descubrió que unos soldados habían asesinado a un grupo de mongoles tras aceptar su rendición para fingir una victoria en combate y ser recompensados en consecuencia.
Hay que tener en cuenta que los militares chinos destacados en la Gran Muralla vivían en unas condiciones muy duras. Un documento del propio ministerio del ejército reconocía en 1443 que «los soldados en la frontera noroccidental están expuestos al viento y el frío. Ya sirvan como vigías en las torres de señales o como guardias en los pasos […] pueden estar fuera durante meses o años sin regresar a su base, y sus familias e hijos, careciendo de ropa y comida, están en una situación desesperada. Ciertamente, reciben un salario mensual, pero muy a menudo tienen que gastarlo en armas o caballos y sus sufrimientos por el hambre y el frío son indescriptibles».


Las tropas chinas acantonadas en la Gran Muralla mantenían múltiples contactos con los nómadas, a pesar de la oposición de sus superiores. Los soldados chinos comerciaban frecuentemente con sus enemigos, actividad que, como hemos visto, era especialmente importante para los nómadas, y en situaciones extremas los soldados podían llegar incluso a desertar. En 1550, el comandante militar de Datong, al oeste de Pekín, escribía indignado: «Nuestras tropas y exploradores a menudo van al territorio mongol para comerciar con ellos y han hecho amigos. Los cuatro caudillos Altan, Toyto, Senge y Usin han incorporado torres de observación de nuestra Gran Frontera a sus campamentos. Los mongoles reemplazan a nuestras dotaciones como vigías y nuestros soldados reemplazan a sus tropas como pastores, con el resultado de que ninguna información estratégica de nuestras defensas pasa inadvertida a los mongoles».
En numerosas ocasiones los funcionarios del gobierno demostraron una gran desconfianza hacia el comportamiento de sus propios soldados. En 1554, uno de ellos acusó a las tropas fronterizas de tener tanto miedo a los mongoles que, cada vez que éstos cruzaban la Gran Muralla, huían sin siquiera combatir. Otro afirmó en 1609 que los guardias de las torres, incapaces de defenderse a sí mismos, al descubrir mongoles en las cercanías no se atrevían a dar la voz de alarma y preferían fingir que no los habían visto. También se acusó a los soldados de sobornar a los nómadas para que no les atacasen, lo que no deja de ser chocante teniendo en cuenta la oposición radical del gobierno a este recurso. La colaboración entre los nómadas y algunos soldados llegaba hasta tal punto que en 1533 un funcionario del gobierno afirmó que las dotaciones de las torres de observación servían de guías a las partidas de guerra mongolas durante sus incursiones en territorio chino.
La dinastía Ming se debilitó como consecuencia de dos siglos de enfrentamiento con los nómadas. Además, en su obsesión por los mongoles, descuidaron protegerse de otros enemigos, como los manchúes, que aprovecharon este error para convertirse en un poder a tener en cuenta y, cuando se desató una rebelión interna en China, atravesaron la Gran Muralla, cuya guarnición les franqueó el paso, y derrocaron a los Ming en 1644.
Pasado el tiempo, la Gran Muralla, perdida ya su función original, se ha convertido en símbolo del orgullo colectivo del pueblo chino y en el icono más conocido del país, lo que no deja de ser irónico dado los escasos frutos que dio en la larga lucha de China por defenderse de sus vecinos nómadas del norte.  

FUENTE- Borja Pelegero. Historiador y Arqueólogo.

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