CURIOSIDADES:
En
julio de 1647, una parte del pueblo de Nápoles se sublevó contra el virrey
español, capitaneados por su capitán, un tal Tomás Anielo, llamdo Masaniello,
que fue hecho morir por sus propios seguidores y después fue ensalzado como un
héroe. A continuación se relata mediante un residente de aquella época algo de
estos sucesos.
RETRATO DE MASANIELLO DE MICCO SPADARO DEL MUSEO NACIONAL DE NÁPOLES |
Este
pueblo de Nápoles, que creo es el más numeroso que hay en cuantas ciudades
tiene el mundo, estaba muy oprimido con la necesidad de la guerra; una gabela
que el señor duque de Arcos les puso sobre la fruta, ha sido la que más molestia
les ha dado, o porque el último se considera mayor, o porque su Excelencia
fuese en todo poco dichoso; deseó quitarla y no lo pudo conseguir, por culpa de
los ministros de cuyo ascenso se necesita. El pueblo hacia continuas instancias
y amenazaba a su Excelencia con papeles que de noche fijaban a las esquinas, si
no los complacía en esto; y viendo que las instancias no bastaban se valió de
la violencia.
Domingo,
7 de julio, a las dos de la tarde, estando su Excelencia con el electo del
pueblo y otros ministros tratando de la materia, vinieron delante de Palacio
muchos muchachos con cañas en las manos, diciendo: “¡Viva Dios, viva el rey, y
muera el mal gobierno!” Con este ruido discurrían por delante de Palacio, y con
él llamaron mucho pueblo compuesto ya de personas de mayor edad, y armados de
palos y algunas espadas desnudas. Alterase la compañía de guardia, y Su
Excelencia desde una ventana les mandó que no se moviesen. Con esto los del
tumulto entraron sin resistencia en Palacio, subieron al cuerto de Su
Excelencia a matar al electo del pueblo, y rompieron la primera puerta.
Salió
su Excelencia a aplacarlos, y todos puestos de rodillas gritaban: “Señor,
misericordia, misericordia; quítenos Vuestra Excelencia esta gabela”. “Si, si
hijos; esta y todas las demás os quiero quitar”. Pero era tanto el ruido de
aquellos muchachos y mozos indiscretos, y tantos los que nuevamente iban
entrando, que fue necesario que volviesen a cerrar. Se hizo así,, y como iba
cerrando puertas, ellos las iban rompiendo. Los ministros que se hallaban allí,
se retiraron al cuarto de Su Excelencia la señora duquesa, adonde ellos no
quisieron entrar, y el electo se escondió debajo de la cama del duque en su cuarto;
y aunque entraron dentro, iban tan ciegos que no les buscaron allí. Pasando Su
Excelencia delante, cerrando las puertas, salió a una falsa que llama el
caracol, y pidió un caballo para hacerse ver al pueblo sobre él, y no lo hubo.
Halló allí un choche y salió en él. Su Excelencia y con mucho trabajo se entró
en San Francisco de Paula, siguiéndole aquel tumulto, gente vil y desnuda, como
eran todos, compuestos de la hez del pueblo que se aumentaba por instantes; y
no juzgándose bien allí, los que le acompañaban le aconsejaron que saliendo
disimulando en una silla por una casa vecina al convento, se fuese a San Telmo,
porque ya no era posible volver a Palacio, y por él a Castil Novo, adonde la
señora duquesa con sus hijos y familia se había retirado.
Mientras
pasaban estas cosas, y viendo que no cesaban, quise ir a Palacio, y en entrando
en la calle de Toledo, vi sobre mí una inmensidad de hombres, toda gente vil de
la ínfima del pueblo y armados, que decían: “¡Viva Dios, viva el rey y muera el
mal gobierno!” Nunca lo oí, no me hicieron mal alguno. Al fin de la calle que
entra en Palacio, estaba el cuerpo de guardia del sargento mayor que no se
había retirado, y reparándome en él, me informaron los soldados de lo que había
sucedido. Pasé, adelante por asistir a Su Excelencia en San Francisco de Paula,
al tiempo que ya nuestros soldados, perdida la paciencia, habían llegado a las
manos con el pueblo, con muertes y heridas de algunos. Llegué a San Francisco
de Paula y me dijeron los frailes que no estaba allí Su Excelencia, y saliendo
por aquella confusión a buscarle, lo hico con tan buena dicha que le encontré
en una silla ordinaria, acompañado de dos hombres de bien, napolitanos, que
subía a San Telmo por el cuartel de Murtelas, y dos Próspero le seguía en otra
silla. Volaban los silleros; yo solo le seguía detrás a pie, reventando, y no
me molestaba tanto el cansancio como me afligía el peligro de Su Excelencia,
porque por donde quiera que pasaba, toda la gente, hombres y mujeres, puestos
ya en tumulto, le conocían y decían: “Aquí va, él es”, y esto yo sólo lo podía oír.
Estando
ya fuera de poblado, me alcanzaron dos caballeros españoles, y un paje de Su
Excelencia, con cuya compañía respiré un poco; y en fin fue Dios servido que
llegué salvo a San Telmo. Fueron viniendo después muchos caballeros
napolitanos, también algunos españoles y criados de Su Excelencia, con los
cuales a las diez de la noche bajamos a Castil Novo con mucha quietud.
El
día siguiente, ya el pueblo se había congregado todo en el mercado, quién por
voluntad, quién por fuerza, sin ser posible quererse quitar, aunque Su
Excelencia les ofrecía quitarles todas las gabelas, por medio de caballeros.
LA REBELIÓN DE MASANIELLO POR CEQUOSSI DE LA GALERIA SPADA |
Cabeza
de este tumulto se hizo un pobre pescador, y ha llegado a tanto su autoridad,
que tiene a su obediencia doscientos cincuenta mil hombres armados, y no solo
Nápoles pero toda la Italia tiembla de él; pero más que todo es haber ganado Su
Excelencia a este hombre la voluntad de manera, que fuera de armarse, no ha
hecho cosa contra la voluntad de Su Excelencia, a quien luego aseguró que no
era con él el enojo, sino contra la nobleza que tenía oprimido al pueblo, y
contra los ministros que tenían usurpada la real hacienda.
Su
Excelencia se fortificó muy bien en Palacio y en tanto procuraba quietarlo;
pero este hombre proveído ya de personas de consejo, porque él no sabe ni leer
ni escribir, asegurando a Su Excelencia en primer lugar, supo entretenerle de
manera que ha saqueado todas las casas de los ministros que han enriquecido con
el manejo de la haciendo real, y quemado cuanto tenían, sin tomar ni consentir
que nadie tomase nada, pena de la vida; y procedía en este frenesí con tanta
cordura que no se quemó ningún retrato ni imagen devoción, los cuales quitados
y quemados los marcos daba a las iglesias más vecinas de las casas que
saqueaba; y pasado el primer fuero reservaba todo el oro y plata, joyas y cosas
preciosas para Su Majestad, depositándolo en bancos públicos. Los retratos del
rey y de la reina que hallaba, los puso debajo de dosel en sus cuerpos de
guardia, batiéndole sus banderas y aclamando a Su Majestad y al señor duque de
Arcos como su virrey y ministro.
Su
Excelencia lo tenía ya todo ajustado para que el miércoles 10 de julio viniese
a Palacio a postrarse a sus plantas y pedirle perdón, y lo hubiera hecho si el
duque de matalón y su hermano José Carrafa, ofendidos de que no se hubiese
Anielo querido aquietar por su medio, no le hubieran procurado matar, con la compañía
de muchos bandidos. Estos perturbó de nuevo el negocio, y habiendo escapado milagrosamente
Matalón y el prior de la Rochela, quedaron muertos muchos bandidos, y el pobre
don José Carrafa, mozo de hasta 28 años, al cual y a los dos de su compañía,
habiéndoles quitado las cabezas y puéstolas en diferentes partes de la ciudad,
arrastraron sus cuerpos por ella. Todos los vimos desde el castillo, si saber
entonces quién era.
Esto
ha sido lo más trágico del tumulto; pero lo ha hecho menos lamentable el haber
tocado a personas, aunque tan ilustres, malquistas por sus inclinaciones,
impropias a su calidad. De aquí ha resultado averiguarse por confesión de los
hombres que murieron, de Matalón y su hermano, que estos caballeros fueron los
que hicieron quemar la capitana de los bajeles en el puerto, y así el pueblo
los tiene declarados por traidores, tanto al muerto como al vivo.
EN EL CASTILLO DE CASTILNOVO DE NÁPOLES SE REFUGIÓ LA FAMILÍA DEL VIRREY |
Los
caballeros que se retiraron al castillo quisieran que Su Excelencia hubiera
llegado a romper con Tomás Anielo de Amalfi, que así se ha llamado este hombre;
pero considerando que haciéndolo aventuraba la ciudad y el reino, prosiguió en
aplacarle con blandura, y lo ha conseguido, porque el viernes 12 del mes, vino
a palacio, y se puso a los pies de Su Excelencia representándole lo que el
pueblo pedía, que era quitar todas las gabelas, y que se guardasen los privilegios
de Carlos V. Su Excelencia lo concedió, y el día siguiente fue ajurar la
observancia de ellos; con que esto queda quieto, esperando la confirmación de
Su Majestad.
No
deja de buena gana las armas la gente común; pero habiendo dejado Su Excelencia
en su autoridad a este Tomas Anielo, él los ajustará, porque tiemblan de él. Su
Majestad ha interesado en alguna manera mucho en este negocio, porque el reino
y la ciudad sin la imposición de gabelas, han vuelto a su antigua abundancia, y
ya conocemos los efectos. Sirve a Su Majestad con un millón que ha de entregar
a Su Excelencia Tomás Anielo dentro de ocho días, y dentro de seis meses le ha
de dar otros cuatro. Quien viene a perder son los caballeros y personas ricas,
que tenían su hacienda en las gabelas, y la casa del marqués de Villafranca ha
perdido de siete a ocho mil ducados de renta, y la de don Fabrique de Toledo,
su hermano, la poca que tenía aquí.
El
caso ha sido admirable y de notables circunstancias; la de la fidelidad a Su
Majestad y a su virrey, y el no haber ofendido a ningún español, ni su casa,
aunque fuese de los ministros que ellos llaman ladrones, ha sido muy digna de ponderar,
en medio de tanto desorden.
Las
personas que ha padecido no las digo a vuestra merced, porque no las conoce. El
señor Juan Chacón fuera uno de ellos, que ya comenzaban a sacar su ropa, y con
un recado de Su Excelencia se retiró. Ayer, 15 de este, que dio por acabada la
revolución, quiso el pueblo, por hacer a Su Excelencia mayor lisonja, que se
concluyese con el mismo poderío que había comenzado. Trajeron muchos muchachos
delante de Palacio en forma de compañía, armados de cañas, y conducidos de un
mozo de aquellos de la sedición, a caballo, y de esta manera se pusieron en
escuadrón delante de las ventanas de Palacio en acto de pedir el perdón del
error que habían hecho en entrar en el cuarto de Su Excelencia, el cual sin
verlos, porque estaba en el castillo, se lo concedió y se fueron. Después se
echó a un bando en nombre del Tomás Anielo de orden de Su Excelencia que todo
el pueblo se retirara a sus casas; y aquella noche hizo en el mercado tales
disparates que, considerado con otros que habían precedido, lo juzgaron por
loco. Traía todavía en alboroto aquella parte del pueblo, de su proporción, que
es la más vil, y los bancos ya no podían disimular tantos desórdenes, porque se
proseguía en saquear casas como al principio, y usaban otras violencias, todo
lo cual era contra lo ajustado con Su Excelencia, a quien los buenos del
pueblo, con el nuevo Electo que habían nombrado, dieron cuenta, pidiendo
licencia y autoridad para remediarlo. Se la dio Su Excelencia y se fueron al
mercado a ponerlo en ejecución, y en tanto a medianoche mandó Su Excelencia que
todas las compañías de napolitanos del mismo pueblo, que residen en nuestros
carteles, tomasen las armas, y volviesen a sus puestos sin tocar cajas, sino
avisándose unos a otros. Asi lo hicieron, y hoy martes, a 16, muy de mañana,
saliendo del castillo Marcos Vital, secretario de Tomás Anielo, vio la compañía
de su pueblo más vecina a Palacio con armas; preguntó que qué hacía allí, y
respondió el teniente de ella, que estaba de orden de Su Excelencia. Él
Replicó: “Que ¿cómo de orden de Su Excelencia si Tomás Anielo había mandado lo
contrario?”. El teniente respondió: “Yo no conozco más órdenes que las del
duque de Arcos, virrey de Nápoles”. Quiso maltraerlo el secretario y el alférez
lo mató a él.
Muerto
el secretario de Tomás Anielo, antes que Su Excelencia supusiese lo que se había
hecho en el mercado, sintió mucho este accidente, por lo que de él podía
resultar. Rascando las trincheras de Palacio, y haciendo otras nuevas, ocupó
toda la calle de Toledo con caballería e infantería de su devoción. Al mismo
punto comenzó a proveer los castillos, resuelto ya a que le pueblo se quitase
de una vez, y este fue el punto en que la ciudad se vio en mayor confusión y
miedo; pero Dios y Nuestra Señora del Carmen, que era su día, inspiraron al
pueblo la elección del mejor partido. El Electo con sus capitanes prendieron a
Tomás Anielo, y todos los del mercado vinieron a Palacio, que parecía un juicio
final, aclamando a su virrey y pidiendo su favor contra el tirano que los tenía
opresos. Le mataron y trajeron la cabeza a Palacio, con la de un escaldo del
duque de Matalón, a quien él había hecho capitán, porque dijo que su amo había
mandado quemar la capitana de los bajeles. Después trajeron a la mujer de Tomás
Anielo, pero viva, y está en Palacio.
LUIS DE GUZMÁN PONCE DE LEON Y TOLEDO CUARTO DUQUE DE ARCOS, VIRREY DE NÁPOLES |
Pidió
el pueblo a Su Excelencia que se dejase ver por la ciudad y salió por toda ella
a caballo acompañado de muchos caballeros, y ya no hay más peligro en esto,
porque todo el pueblo se ha humillado a su virrey, y el Electo va haciendo
cortar las cabezas de aquellos íntimos de Tomás Anielo que le inducían a
proseguir el alboroto; y hoy ha muerto hasta doce.
Toda
la confusión se ha convertido en alegría, y ya no hay quien se acuerde de lo
perdido, y Su Excelencia queda con el gusto que es de inferior, habiendo
asegurado este reino, que le vio perdido. Todos en general, nobles y plebeyos,
chicos y grandes, niños y mujeres, aún en medio del alboroto, sentían que en su
tiempo hubiese sucedido esto, porque no lo merece su proceder y modo de
gobernar. Gracias a Dios que ha sido para más gloria suya, y aplauso de Su
Excelencia. A 16 de Julio de 1647.
FUENTE_MEMORIAL HISTÓRICO ESPAÑOL 1865"
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