CURIOSIDADES:
Allá
por el 26 de julio de 1953, los jóvenes revolucionarios cubanos dirigidos por
Fidel Castro, realizó un asalto al Cuartel de Moncada de Santiago de Cuba. Fue
el primer paso del plan de golpe de estado contra la dictadura de Fulgencio
Batista. Fue un fracaso. Muchos revolucionarios murieron en el asalto o en los
posteriores interrogatorios. Fidel Castro sobrevivió al cautiverio, gracias a
la protección de las más altas jerarquías de la iglesia cubana. Más abajo se
presenta un extracto del proceso que siguió contra Fidel Castro ante un
tribunal en donde lanza un alegato donde cuenta a los jueces la organización y
realización del asalto.
PREPARADOS PARA EL ASALTO |
CUARTEL DE MONCADA |
Escuché
al dictador el lunes 27 de julio, desde un bohío de las montañas, cuando todavía
quedábamos 18 hombres sobre las armas. No sabrán de amarguras e indignaciones
en la vida los que no hayan pasado por momentos semejantes. Al par que rodeaban
por tierra las esperanzas tanto tiempo acariciadas de libertar nuestro pueblo,
veíamos al déspota erguirse sobre él, más ruin y soberbio que nunca. El chorro
de mentiras y calumnias que vertió en su lenguaje torpe, odioso y repugnante,
sólo puede compararse con el chorro enorme de sangre joven y limpia que desde
la noche antes estaba derramando, con su conocimiento, consentimiento,
complicidad y aplauso, las más desalmada turba de asesinos que pueda concebirse
jamás. Haber creído durante un solo minuto lo que dijo es suficiente falta para
que un hombre de consciencia viva arrepentido y avergonzado toda la vida. No
tenia siquiera, en aquellos momentos, la esperanza de marcarle sobre la frente
miserable la verdad que lo estigmatice por el resto de sus días y el resto de
los tiempos, porque sobre nosotros se cerraba ya el cerco de más de 1.000
hombres, con armas de mayor alcance y potencia, cuya consigna terminante era
regresar con nuestros cadáveres. Hoy, que ya la verdad empieza a conocerse y,
que termino con estas palabras que estoy pronunciando la misión que me impuse,
cumplida a cabalidad, puedo morir tranquilo y feliz, por lo cual no escatimaré
fustazos de ninguna clase sobre los enfurecidos asesinos.
LOS ASALTANTES, FIDEL EL TERCERO POR LA IZQUIERDA |
Es
necesario que me detenga a considerar un poco los hechos. Se dijo por el mismo
gobierno que el ataque fue realizado con tanta precisión y perfección que
evidenciaba la presencia de expertos militares en la elaboración del plan.
¡Nada más absurdo! El plan fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los
cuales tenía experiencia militar; y voy a revelar sus nombres, menos dos de
ellos que no están ni muertos ni presos: Abel Santamaría, José Luis Tasende,
Renato Guitart Rosell, Pedro Miret, Jesús Muntané y el que le habla. La mitad
han muerto, y en justo tributo a su memoria puedo decir que no eran expertos
militares, pero tenían patriotismo suficiente para darles, en igualdad de
condiciones, una soberana paliza a todos los generales del 10 de marzo juntos,
que no son ni militares ni patriotas. Más difícil fue organizar, entrenar y movilizar
hombres y armas bajo un régimen represivo que gasta millones de pesos en
espionaje, soborno y delación, tareas que aquellos jóvenes y otros muchos
realizaron con seriedad, discreción y constancia verdaderamente increíbles; y
más meritorio todavía será siempre darle a un ideal todo lo que se tiene y,
además, la vida.
La
movilización final de hombres que vinieron a esta provincia desde los más
remotos pueblos de toda la Isla, se llevó a cabo con admirable precisión y
absoluto secreto. Es cierto igualmente que el ataque se realizó con magnifica
coordinación. Comenzó simultáneamente a las 5:15 a.m. tanto en Bayamo como en
Santiago de Cuba y, uno a uno, con exactitud de minutos y segundos prevista de
antemano, fueron cayendo los edificios que rodean el campamento. Sin embargo,
en aras de la estricta verdad, aún
cuando disminuya nuestro mérito, voy a revelar por primera vez también otro
hecho que fue fatal; la mitad del grueso de nuestras fuerzas y la mejor armada,
por un error lamentable, se extravió en la entrada de la ciudad y nos faltó en
el momento decisivo. Abel Santamaría, con 21 hombres, había ocupado el Hospital
Civil; iban también con él para atender a los heridos un médico y 2 compañeras
nuestras.
Raúl
Castro, con 10 hombres, ocupó el palacio de Justicia; y a mí me correspondió
atacar el campamento con el resto, 95 hombres. Llegué con un primer grupo de
45, precedido por una vanguardia de 8 que forzó la posta 3. Fue aquí
precisamente donde se inició el combate al encontrase mi automóvil con una
patrulla de recorrido exterior armada de ametralladoras. El grupo de reserva,
que tenía casi todas las armas largas, pues las cortas iban a la vanguardia,
tomó por una calle equivocada y se desvió por completo dentro de una ciudad que
no conocían. Debo aclarar que no albergo la menor duda sobre el valor de esos
hombres, que al verse extraviados sufrieron gran angustia y desesperación.
Debido al tipo de acción que se estaba desarrollando y al idéntico color de los
uniformes en ambas partes combatientes, no era fácil restablecer el contacto.
Muchos de ellos, detenidos más tarde, recibieron la muerte con verdadero
heroísmo.
MOMENTO DEL ASALTO |
Todo
el mundo tenía instrucciones muy precisas de ser, ante todo, humano en la
lucha. Nunca un grupo de hombres armados fue más generoso con el adversario. Se
hicieron desde los primeros momentos numerosos prisioneros, cerca de 20 en
firme; y hubo un instante, al principio, en que 3 hombres nuestros, de los que habían
tomado la posta: Ramiro Valdés, José Suárez y Jesús Montané, lograron penetrar
en una barraca y detuvieron durante un tiempo a cerca de 50 soldados. Estos
prisioneros declararon ante el tribunal, y todos sin excepción han reconocido
que se les trató con absoluto respeto, sin tener que sufrir ni siquiera una
palabra vejaminosa. Sobre este aspecto si tengo que agradecerle algo, de
corazón, señor Fiscal; que en el juicio celebrado a sus compañeros, al hacer su
informe, tuvo la justicia de reconocer como un hecho indudable, el altísimo espíritu
de caballerosidad que mantuvimos en la lucha.
La
disciplina por parte del ejército fue bastante mala. Vencieron en último
término por el número, que les daba una superioridad de 15 a 1, y por la
protección que les blindaban las defensas de la fortaleza. Nuestros hombres
tiraban mucho mejor y ellos mismos lo reconocieron. El valor humano fue
igualmente alto de parte y parte.
Considerando
las causas del fracaso táctico, aparte del lamentable error mencionado, estimo
que fue una falta nuestra dividir la unidad de comandos que habíamos entrenado
cuidosamente. De nuestros mejores hombres y más audaces jefes, había 27 en
Bayamo, 21 en el Hospital Civil y 10 en el Palacio de Justicia; de haberse
hecho otra distribución el resultado pudo haber sido distinto. El choque con la
patrulla ( totalmente casual, pues 20 segundos antes o 20 segundos después, no
habría estado en ese punto), dio tiempo a que se movilizara el campamento, que
de otro modo habría caído en nuestros manos sin disparar un tiro, pues ya la
posta estaba en nuestro poder. Por otra parte, salvo los fusiles calibre 22,
que estaban bien provistos, el parque de nuestro lado era escasísimo. De haber
tenido nosotros granadas de mano, no hubieran podido resistir 15 minutos.
Cuando
me convencí de que todos los esfuerzos eran ya inútiles para tomar la
fortaleza, comencé a retirar nuestros hombres en grupos de 8 y de 10. La
retirada fue protegida por 6 francotiradores que, al mando de Pedro Miret y de
Fidel Labrador, le bloquearon heroicamente el paso al Ejército. Nuestras
pérdidas en la lucha habían sido insignificantes, el 95% de nuestros muertos
fueron producto de la crueldad y la inhumanidad cuando aquella hubo cesado. El
grupo del Hospital Civil no tuvo más que una baja; el resto fue copado al
situarse las tropas frente a la única salida del edificio, y sólo depusieron
las armas cuando no les quedaba una bala. Con ellos estaba Abel Santamaría, el
más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa
resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba. Ya veremos la suerte que
corrieron y cómo quiso escarmentar Batista la rebeldía y heroísmo de nuestra
juventud. Nuestros planes eran proseguir la lucha en las montañas caso de
fracasar el ataque al regimiento. Pude reunir otra vez, en Siboney, la tercera
parte de nuestras fuerzas; pero ya muchos estaban desalentados. Unos 20
decidieron presentarse; ya veremos también lo que ocurrió con ellos. El resto,
18 hombres, con las armas y el parque que quedaban, me siguieron a las
montañas. El terreno era totalmente desconocido para nosotros. Durante una
semana ocupamos la parte alta de la cordillera de la Gran Piedra y el ejército
ocupó la base. Ni nosotros podíamos bajar ni ellos se decidieron a subir. NO
fueron, pues, las armas; fueron el hambre y la sed quienes vencieron la última
resistencia. Tuve que ir distribuyendo los hombres en pequeños grupos; algunos
consiguieron filtrase entre las líneas del Ejército, otros fueron presentados
por monseñor Pérez Serantes. Cuando sólo quedaban conmigo 2 compañeros; José
Suárez y Oscar Alcalde, totalmente extenuados los 3, al amanecer del sábado 1
de agosto, una fuerza al mando del teniente Sarria, nos sorprendió durmiendo.
Ya la matanza de prisioneros había cesado por la tremenda reacción que provocó
en la ciudadanía, y este oficial, hombre de honor, impidió que algunos matones
nos asesinasen en pleno campo con las manos atadas.
PRISIONEROS PARA INTERROGAR |
No
necesito desmentir aquí las estúpidas sandeces que, para mancillar mi nombre,
inventaron los Ugalde Carrillo y comparsas, creyendo encubría su cobardía, su
incapacidad y sus crímenes. Los hechos están sobradamente claros.
Mi
propósito no es entretener al tribunal con narraciones épicas. Todo cuento he
dicho es necesario para la comprensión más exacta de lo que diré después.
Quiero
hacer constar dos cosas importantes para que se juzgue serenamente nuestra
actitud. Primero: pudimos haber facilitado la toma del regimiento deteniendo
simplemente a todos los altos oficiales en sus residencias, posibilidad que fue
rechazado, por la consideración muy humana de evitar escenas de tragedia y de
lucha en las casas de las familias. Segundo: se acordó no tomar ninguna
estación de radio hasta tanto no se tuviese asegurado el campamento. Esta
actitud nuestra, pocas veces vista por su gallardía y grandeza, le ahorró a la ciudadanía
un rio de sangre. Yo pude haber ocupado,
con solo 10 hombres, una estación de radio y haber lanzado al pueblo a la
lucha. De su ánimo no era posible dudar; tenía el último discurso de Eduardo
Chibás en la CMQ, grabado con sus propias palabras, y poemas patrióticos e
himnos de guerra capaces de estremecer al más indiferente, con mayor razón
cuando se está escuchando el fragor del combate, y no quise hacer uso de ello,
a pesar de lo desesperado de nuestra situación.
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