CURIOSIDADES EXPRESS:
Cuando
ocurrió la fuga de Napoleón de la isla de Elba va a abrir lo que se conoce como
la última fase de su imperio, lo que se conoce como “los cien días” que acaba
en la derrota de Waterloo. A continuación exponemos las reseñas del periódico
Journal des Débats, llamado Journal de l’empire durante el mandato de Napoleon
y que en la primera caída de este recuperó su antiguo nombre y un marcado
acento pro monarquía de Luis XVIII, que
nos hablan en una primera instancia de forma contraria a la figura del fugado
Napoleon para luego tras la entrada triunfal de este a Paris mostrar un marcado
acento entusiasta hacia el Emperador.
ENTRADA DE NAPOLEON EN LAS TULLERIAS A SU REGRESO A PARIS EL 20 MARZO DE 1815 |
El
6 de marzo se publica: Bonaparte se ha evadido de la isla de Elba donde la
imprudente magnanimidad de los soberanos aliados le había otorgado una soberanía
como premio de la desolación que había llevado a sus Estados. Este hombre que,
al abdicar el poder, no ha abdicado jamás su ambición y sus furores, este
hombre cubierto de sangre de las generaciones, viene, al cabo de un año, a
tratar de disputar, en nombre de la
usurpación, la legítima autoridad de Francia.
A
la cabeza de algunos centenares de italianos y de polacos, osa poner el pie en
una tierra que le rechazó para siempre. Algunas prácticas tenebrosas, algunas
maniobras en Italia, ejecutadas por su ciego cuñado, han hinchado el orgullo
del cobarde guerrero de Fontaineblau. Se expone a la muerte de los héroes: Dios
permitirá que muera de la de los traidores. La tierra de Francia le ha
rechazado. ¡Ahora vuelve: la tierra de Francia le devorará!
¡Ah!
Todas las clases le rechazan, todos los francés le rechazan con horror y se
refugian en el seno de un rey que no ha traído la misericordia, el amor y el
olvido del pasado. Un solo grito será el de toda Francia: “¡Muerte al tirano,
viva el rey!”.
El
20 de marzo de 1815 se publica: Los bulevares están cubiertos de una multitud
inmensa impaciente por ver al héroe que les ha sido devuelto. Las pocas tropas
que se habían reunido con la insensata esperanza de oponérsele, se han pasado a
sus águilas. Su Majestad el Emperador ha atravesado doscientas leguas de
territorio con la rapidez del rayo, en medio de una población sobrecogida de
admiración y respeto. Aquí, los propietarios se felicitan de la garantía real
que les asegura este regreso milagroso, bendiciendo el acontecimiento
inesperado que fija irrevocablemente la libertad de cultos; más allá, los
bravos militares lloran de alegría al volver a ver a su antiguo general; los
plebeyos están convencidos de que el honor y las virtudes serán en adelante el primer
título de nobleza, y se adquirirá en todas las carreras el esplendor y la
gloria por los servicios rendidos a la patria.
Tal
es el cuadro que ofrecía esta marcha, en la cual el Emperador no ha encontrado
otro enemigo que los miserables libelos que se han querido, en vano, esparcir a
su paso, contraste bien extraño con los sentimientos de entusiasmo que
estallaban al aproximarse en persona.
A
las ocho de la tarde: El Emperador ha llegado esta noche al palacio de las
Tullerias, en medio de las más vivas aclamaciones. En el instante en que escribimos,
las calles, las plazas, los bulevares y aceras están cubiertos de una multitud
inmensa y gritos de “¡Viva el Emperador!” resuenan por todas partes desde
Fontaineblau hasta Paris. Toda la población de los campos, ebria de alegría,
sale al camino por la ruta de Su Majestad, a quien esta solicitud obliga a
caminar al paso.
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