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viernes, 27 de febrero de 2015

LA BATALLA DE PAVÍA

CURIOSIDADES:




Corría el 24 de febrero de 1525 donde se iba a desarrollar la conocida como la batalla de Pavía donde las tropas francesas fueron derrotadas por las tropas del Emperador Carlos V. Abajo se reproduce los testimonios de dos franceses que presenciaron y batallaron ese día.

Mientras se hacían estas cosas, el condestable de Borbón hizo celebrar otro gran consejo para resolver y tener opinión de todos los capitanes de todo lo narrado y contenido en el último consejo  por él tenido, el cual no fue dada ninguna conclusión, como arriba se ha dicho. Este señor Borbón y sus susodichos capitanes, estando encerrados en una sala para celebrar este consejo, comenzaron a deliberar ampliamente sobre la proposición de Borbón, y habiendo debatido bien todo, se concluyó que deberían librar batalla al rey, lo cual hicieron, como se dirá a continuación.


INSTANTE DE LA BATALLA DE PAVIA TAPIZ DE VAN ORLEY SIGLO XVI


El rey advertido pronto de dicha conclusión, avisó a todas las gentes de armas alojadas lejos de él e hizo saber a todos los capitanes que él y sus gentes se tendrían dispuestos para cuando las trompetas y a tambores sonasen, se dirigiesen en el acto a sus banderas. Habiendo advertido todo, el rey dio orden de los lugares en que debían colocarse los hombres de a pie, según todas las naciones: suizos, lansquenetes, napolitanos, italianos, franceses, que estaban ordenados en las avenidas por donde podía psar dicho Borbón, y no en otra parte. Dispuso las gentes de armas, donde se debían colocar, tropa por tropa; las emboscadas ordenadas para los hombres de choque que constituirían la primera punta; estableció en varios lugares el emplazamiento de la artillería haciendo venir al gran maestre que estaba al otro lado del rio en el burgo de San Antonio, con cierto número de gentes de a pie y a caballo, retirarse dichas gentes de a pie y a caballo al campamento del rye, y después romper el puente de madera, cosa que él hizo.

Las dos partes, advertidas una de otra, a saber, el dicho Borbón, dispuesto a dar la batalla, y el rey, como se ha dicho, se había dispuesto y preparado para la misma, a defenderse, como magnánimo y poderosísimo rey cristiano. Borbón, un viernes, 24 de febrero de 1525, fiesta de San Matías, día en que el sol se levantó de buena mañana, hermoso a maravilla iluminando al celebrante de la misa matinal, las gentes del dicho Borbón comenzaron a dar alarma al campamento del rey; comenzaron a sonar trompetas, clarines y a tambores y cada uno se dirigió su enseña. Los capitanes de gastadores o pioneros condujeron cierto número de dichos hombres cerca de la muralla de Pavía, para excavarla con sus picos, palas y otros instrumentos apropiados; e hicieron tan bien su deber, que al poco tiempo hicieron derrumbarse un gran paño, por donde pasó una parte del ejército de Borbón para chocar y combatirla del rey. Así lo cuenta Sébastian Moreau, presente en la famosa batalla.

Ahora bien: no entraba en los planes del virrey de Nápoles ni del duque de Borbón el dar la batalla al rey, si no se presentaba la ocasión en su ventaja; sino solamente tratar de ganar la casa de Mirabel para retirar los hombres que allí dentro tenían en la ciudad y refrescarlos con nueva gente; de todos modos esto no podía hacerse sin pasar frente a nuestro campamento; y como el rey estaba acampado en lugar fuerte, se prepararon a dos efectos, a saber: si se les quería impedir el paso , y el rey salía de su fuerte con este fin, combatirle; de lo contrario, pasar, simplemente. Habiendo venido los imperiales a instalarse fuera del parque, del lado de la Cartuja, al alcance del cañón de nuestro campo, en cuyo lugar, pocos días después, comenzaron de noche a socavar la muralla del parque, de modo que dos días antes de la fecha, fiesta de San Matías, 1525, derribaron cuarenta o cincuenta toesas de dicha muralla; y habiendo caído esta, hicieron pasar por nuestro campo, por esta brecha, dos o tres mil arcabuceros españoles acompañados de algunos caballos ligeros, llevando cada uno una camisa blanca sobre su armadura para reconocerse, pues el día no clareaba aún; y después siguió a dichos arcabuceros un batallón de cuatro  mil, entre lansquenetes y españoles de las viejas bandas, mezclados, tras el cual marchaban tres batallones, uno de españoles y dos de lansquenetes, con dos grandes tropas de armados en las alas. Todos estos tomaron el camino de Mirabel dejando el ejército del rey a su izquierda, no queriendo, como ya he dicho, atacarlo, porque estaba situado en lugar demasiado ventajoso. Así lo vio otro presente, un tal Du Bellay.

Ahora se relata el inicio de la acción:

Llegando así la alarma al campamento del rey y viendo que eera preciso combatir, en el acto hizo sonar las trompetas y a tambores para que se fuese cada cual a su insignia y a los limites prescritos, sobre las avenidas de dicho Borbón, tal como se ha dicho más arriba. Cuando cada uno estuvo en su lugar y emplazamiento apropiado, las trompetas comenzaron a sonar de un lado y otro, dentro. ¡Oh, si los hubieseis visto hacer, mano a mano! Pero antes de chocar, la artillería del rey lanzó tan gran abundancia de tiros, que se veían volar por los aires los arnés de los enemigos, cabezas y brazos de gentes de a caballo y a pie, que se hubiese dicho el rayo mismo. Había también una batería de otro lado, que apuntaba a la avenida de los de a pie, que explotó igualmente, de modo que causaba estragos entre las gentes de a pie y lanzaba al aire cabezas, brazos, piernas y cuerpos, que era bien maravillosa y lastimera cosa de verse.

Precisa no olvidar el decir que la artillería de dicho Borbón no hizo su deber, de tirar contra el ejército del rey; hizo así por la gracia divina, porque estaba asentada en un lugar más alto que el campamento del rey. Por esta cusa, pasaron los proyectiles por encima de dicho campo sin hacer daño, sino bien poco. Así lo cuenta Sébastian Moreau.

Os he dicho más arriba que nuestros enemigos debían pasar frente a la cabeza de nuestro ejército, por lo cual el señor Jacques Galliot señor de Acié, senescal de Armignac, gran maestre de la artillería de Francia, había situado sus piezas en un lugar tan ventajoso para nosotros, que al paso de su ejército se veían forzados a correr en fila para ganar un valle en que ponerse a cubierto de dicha artillería; pues golpe tras golpe, hacían brechas en sus batallones, de modo que allí solo hubieseis visto brazos y cabezas volar. Lo cual motivó que el rey, viéndolos en hilera, creyó que el enemigo estaba en desbandada, con un informe que le fue dado de que la compañía del duque de Alençon y del señor de Brion habían derrotado algunos españoles que querían pasar a nuestra derecha, y habían ganado cuatro o cinco piezas de artillería ligera. Estas cosas, en conjunto, motivaron que el rey abandonase la posición ventajosa que tenía para salir en busca de los enemigos, de manera que cubrió su propia artillería y le quitó el medio de jugar su papel. Nos cuenta Du Bellay.


DISPOSICIÓN DE LAS TROPAS EN LA BATALLA DE PAVIA


Los imperiales, viéndose fuera del peligro de nuestra artillería, y al rey saliéndoles al paso, volvieron hacia él la cabeza de ataque que habían dirigido hacia Mirabel desbandado dos o tres mil arcabuceros entre su gente de armas. El rey, teniendo a mano derecha el batallón de sus suizos, que era su principal fuerza, marchó en derechura al marqués de Santangel que llevaba la primera tropa de los suyos, rompiéndola, y murió dicho marqués de Santangel. Pero los suizos, que de cuando en cuando debían atacar a un batallón de lansquenetes imperiales que respaldaban a dicha gente, en vez de venir a combate, se retiraron camino de Milán para ponerse a salvo. Nuestros lansquenetes, que no podían ser más de cuatro o cinco mil, de los que se encargaba, Francisco, señor de Lorena, hermano del duque de Lorena, y el duque de Suffolk Rosa Blanca, marcharon, la cabeza baja, derechos hacia el grueso del batallón imperial que iba en busca del rey. Pero siendo pocos en número, como he dicho, fueron envueltos por dos grandes batallones de alemanes, y combatiendo valientemente fueron deshechos; si los suizos hubiesen hecho otro tanto, la victoria estaba dudosa. Y murieron en dicho combate dicho Francisco señor de Lorena y el duque de Suffolk, y no menos mal lo pasaron sus soldados. Nos relata Du Bellay.

Cesando dicha artillería de uno y otro lado, comenzaron a llegar los españoles de a pie, que formaban la primera punta del campo de Borbón contra aquellos franceses, ya cansados y trabajados del combate, con los que tuvieron mucho que hacer. No obstante, en su socorro vino el duque de Suffolk y sus seis mil lansquenetes, que combatieron uno contra el otro muy valientemente que de uno y otro lado quedaron casi todos o muertos o heridos; en la cual batalla quedó muerto en el sitio el duque de Suffolk, casi todos sus capitanes y varios gentilhombres franceses, que habían avanzado con él a pie.

Mientras este combate se hacía, el rey, estando a caballo, armado, en triunfante orden y con la insignia de los gentilhombres de su casa cerca de sí, armados y pertrechados que nada les faltaba, tenía gran alegría de ver así combatir a los lansquenetes sin tomar aliento. En este instante vinieron los de a caballo de dicho Borbón, de otro lado, para atacar ciertos escuadrones de gentes de a pie, cosa que les hizo gran mal, y pasaron adelante, encontrando después una buena banda de gentes de armas que chocaron y hubo bastantes muertos y heridos.

Del otro lado estaba el dicho Borbón, bien acompañado de gentes de armas que fueron a chocar con la compañía del rey y lo hizo tan ásperamente que se dieron muchos mandobles. El rey, desde que vio venir al primero que quería chocar con él, que era el marqués de Civita Sancto Angelo, puso su lanza en ristre y chocó tan bien a dicho marqués que le traspasó completamente y cayó muerto. Después de este hecho, tomó su espada de armas y combatió mano a mano, no contra uno solamente  sino contra tres o cuatro que le acometieron a buenos golpes de maza, sin tener más que poco auxilio. Estando en esto, se gritó al señor de Alençon que era jefe o teniente general de un centenar de hombres armados situados en vanguardia, que viniesen en auxilio del rey, los cuales en el acto y a galope tendido acudieron. Pero la impedimenta que hallaron en el camino estorbó a muchos aunque de todos modos, muchos hubo que hicieron su deber. Así lo contempló Sébastian Moreau.

El rey, tal como he predicho, habiendo derrotado la primera tropa que halló, deshecho sus lansquenetes y retirados sus suizos, vio caer sobre si todo el peso de la batalla, de manera que al fin su caballo murió entre sus piernas, y él quedó herido en una. Y de los que estaban junto a él fueron muertos el almirante Bonnivet, el señor Luis de la Trimouille, de edad de setenta y cinco años; el señor Galeazo de Saint Severin, gran escudero de Francia, el señor Saint Severin, primer maestre de la casa real; el señor de Marafin, que era también  su primer escudero de escudería. Y fueron apresados el mariscal de Foix y el bastado de Saboya, gran maestre de Francia, los cuales murieron después, de las heridas recibidas. El conde de Saint Pol fue apresado junto al rey, herido en la cara y en otras partes, de manera que se le tuvo por muerto más que por vivo; de todos modos fue curado en Pavía a donde le condujeron. El mariscal de Chabannes con la vanguardia, combatía de la otra parte; y no tuvo mejor fortuna que los otros, pues estando nuestro ejército arruinado a más no poder, no hubo modo de que sostuviese el combate por su parte, por lo que sucumbió en el sitio, y la mayor parte de los que con él estaban tuvieron semejante fin.

El mariscal de Montmorency, que el día precedente había sido enviado con cien hombres de armas y mil hombres de a pie, franceses, que estaban, según creo a cargo del señor de Bussy D ´Amboise, y dos mil suizos de Saint Ladre para guardar un paso, llegando a este lugar permaneció en armas hasta apuntar el día y cuando oyó disparar la artillería se retiró para venir a juntarse con el rey, pero fue demasiado tarde. Incluso tuvo impedimento en hacer tal , pues fue envuelto y apresado antes de poder alcanzar el lugar a donde iba. También caía la ruina sobre nosotros.

Volvamos a donde he dejado al rey a pie. Habiendo caído por tierra, fue asaltado de todos lados, y exhortado de muchos a rendirse, cosa que no quería hacer; y siempre, mientras le duró el aliento, se defendió, aunque conocía que no podía resistir la voluntad de Dios; pero temía que, por las querellas que veía ya surgir entre los imperiales por el botín, al verle rendido, por despecho, entre unos y otros le matasen. Al instante, llegó el señor de Pompearant, del que he hablado, que se había ido con el señor de Borbón, por haber matado al señor de Chissé en Amboise; el cual, súbitamente, se puso en pie cerca del rey, espada en mano, e hizo retirar a todos de junto a su persona, hasta que llegase el virrey de Nápoles, a quien el rey se rindió. Tal como lo contempló Du Bellay.

Ya los enemigos se habían apoderado del rey, al menos mientras combatía, e hizo acto de verdadero Roland, a pie y a caballo, que no hay memoria de mayor valentía de príncipe ni mayor resistencia.  Los españoles y todo el campo de Borbón comenzaron a gritar a una: “¡Victoria!¡España!¡España!¡El rey está prisionero!” Y gritaban: “¡Es el rey!”.


DURO ES PARA UN REY RENDIRSE


Y espantándose las gentes del rey volvieron brida los de a caballo y de a pie para escapar; los unos hacia el Tesino para pasarlo vadeando, donde muchos se ahogaron; los otros tomaron el camino de Milán y los otros hacia Galleras, dejando a su valiente príncipe. Pero las gentes de bien que quisieron combatir de verdad y mostrarse tales como eran, hicieron tan grande hazaña que unos fincaron muertos y los otros heridos; por ejemplo, la Guiche, ese gentil y bravo capitán, le iba bien claras las cicatrices de la acción.

Dicho señor mirando tras sí después de haber recibido muchos golpes y defendiéndose hasta el extremo y no viendo junto a sí muchas gentes para socorrerle, no pudo menos que entregarse prisionero, y Dios le hizo tal gracia, considerando los grandes azares que había pasado. Entonces apareció el virrey de Napoles, Minguebal, nativo de Valenciannes, en Hainaut, uno de los más distinguidos del ejército del emperador, y algunos francés que estaban con él, que dijeron al rey sobre esta materia:

“Señor, nosotros os conocemos bien: rendíos, a fin de no haceros matar. Ya veis que no tenéis comitiva, y que vuestras gentes huyen y vuestro ejército está derrotado”.

Entonces el bueno y valiente príncipe, después de haberse defendido y haber guerreado tanto, como arriba se ha dicho, alzó la visera de su  yelmo no teniendo casi aliento ni resuello del esfuerzo con que se había puesto a combatir, se descalzó su guantelete y lo entregó a dicho virrey. Entonces le quitaron su casco y le entregaron un gorro de terciopelo, para  comenzar a tomar aliento. Trompetas, clarines, a tambores y pífanos en el campo de dicho Borbón hicieron pregonar y difundir la nueva de la victoria, y fue llevado a la dicha ciudad de Pavia. Así lo cuenta Sébastian Moreau.

Y como Francisco I envía un escrito a Luisa de Saboya, duquesa de Angulema, su madre y regente de Francia comunicando lo siguiente:

“Señora, para haceros saber cómo marcha el resto de mi infortunio, de todas las cosas solo me queda el honor, y la vida que está a salvo. Y para que, en vuestra adversidad, esta notica os dé un poco de consuelo, he rogado que me dejasen escribiros esta carta, lo que fácilmente me han concedido, suplicándoos no os dejéis arrebatar a ningún extremo, usando de vuestra acostumbrada prudencia, pues espero al fin que Dios no me abandonará, recomendándoos vuestros hijos pequeños y los míos y suplicándoos deis salvoconducto a este portador para regresar a España, pues se dirige al emperador, para saber cómo querrá que me traten. 

Y con esto, se recomienda muy humildemente a vuestra gracia vuestro muy humilde y obediente hijo. Francisco.

jueves, 26 de febrero de 2015

INFORMES SOBRE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA CUBANA

 CURIOSIDADES:




Corría el junio de 1897 ,en pleno apogeo de la última sublevación americana de un territorio bajo administración de la corona de España, cuando se escribieron un par de documentos; uno de Estrada Palma dirigiéndose al líder Calixto García de los insurrectos, y el otro un informe del general español Valeriano Weyler al ministro de guerra. En apariencia los acontecimientos parecían favorables para España.




A continuación exponemos la carta de Estrada Palma a Calixto García en Junio de 1897:

Mi querido Calixto:

Recibí la suya juntamente con la copa de la comunicación que us5ted dirigió al general en jefe. Comprendo por el contenido de esta la situación difícil de usted. La verdad es que las fuerzas de Oriente y Camagüey son las únicas que han sido movilizadas, así en la guerra actual como en la anterior. El general Roloff tenía el pensamiento de hacer que pasase de Las Villas al Camagüey  para armarse y conducir luego a su territorio un convoy de municiones. Tal vez no pueda cruzar la Trocha hoy gente indefensa; si pudiera verificarlo sería el remedio racional de aumentar la fuerza de Las Villas.


ESTRADA PALMA


Allí es casi imposible, sin prácticos de mar, hacer alijo de expediciones. Después de la que desembarcó al mando del brigadier Betancourt y de la que se intentó desembarcar un poco más tarde, no me he atrevido a correr allí un nuevo riesgo. Esa expedición que iba  destinada a Las Villas y cuyo alijo lo impidió la presencia de dos buques de guerra españoles, a uno de los cuales hizo el buque nuestro un disparo de cañón, esa expedición, digo, fue desembarcada en Pinar del Rio a principios de enero de este año. El 22 de marzo se llevó otra a la provincia de La Habana, trescientos cincuenta mil tiros y trescientos rifles, precisamente el día después de haber llegado a Banes con la suya el general Roloff. El 24 de mayo se hizo en la misma provincia otro alijo, aunque destinado a la provincia de matanzas, doscientos mil tiros y cuatrocientos cincuenta rifles. Dos días antes, el  22, había llegado felizmente al Camagüey el cargamento compuesto de quinientos rifles y cuatrocientos cincuenta mil tiros, a cargo del comandante Serapio Ortega. Tengo actualmente otra en el mar, cuyo alijo obedecerá a un plan especial; si se regulariza esta sin tropiezos, habremos puesto un pica en Flandes, por la oportunidad del auxilio a las fuerzas a que se destina. No me atrevo a hacer la menor indicación de lugar.

Ahora estoy haciendo un llamamiento a las emigraciones para una recaudación extraordinaria. No confío mucho en el resultado, porque, en verdad, los que se sienten llenos de ardor patrio, tienen muy mermados sus recursos pecuniarios, y los ricos, con bien rara excepción, son sordos a la voz del deber; muchos  de ellos, los más sin duda, verían con regocijo a Cuba sometida de nuevo a España. De todos modos, yo tengo que hacer el esfuerzo para crear algunos fondos con que enviarles ahora en el verano siquiera un millón y medio de tiros, una gran parte de máuser, que cuestan muy caros.

En vano han sido nuestros esfuerzos para contratar empréstitos, se nos han hecho varias proposiciones, pero todas dependen de que se reconozca la beligerancia o de que el presidente Mac Kinley adopte una política deicidamente favorable a nosotros. Si el tiempo pasa sin que el gobierno intervenga o reconozca nuestros derechos de beligerantes, no podemos contar absolutamente para tener fondos sino con las contribuciones de la emigración, cada día más esquilmada, y con los recursos de que arbitren por medio de un impuesto racional a los amos de ingenios que4 aún se hallan en condiciones de explotar su propiedad. Cuando una ley no se puede hacer efectiva, viene a ser letra muerta y arrastra en su descrédito el prestigio de la autoridad que la dictó, siendo por lo tanto contraproducente el resultado que produce. Esto ha sucedido con la ley de impuesto forzoso al tipo del dos por ciento sobre el valor nominal de las propiedades. Nadie lo ha satisfecho, y sin embargo en Las Villas, Matanzas y La Habana, los dueños de ingenios que han podido moler a viva fuerza lo han verificado sin contribuir con un peso al Tesoro de la república. En Camagüey, un solo ingenio, casi en su mayor parte de comerciantes americanos, ha venido pagando con regularidad una contribución mensual de acuerdo con el arreglo que hicieron conmigo dichos comerciantes en septiembre último. Los mismos señores contrajeron igual compromiso y lo cumplieron puntualmente por el ingenio de Holguin, que usted conoce.

A fines de agosto o principios de septiembre celebré convenio con otra casa de Nueva York y recibí de conformidad más de treinta mil peso fuertes… por varios ingenios de Guantánamo y Santiago; la mitad al contado y los de Holguin y Camagüey cantidad fija mensual. Caso de no permitirse hacer la zafra, la suma entregada serviría para que se protegiesen las propiedades de los contribuyentes. El dueño de otro ingenio del Camagüey, M. Bernal, se ha negado a pagar contribución alguna por el año económico de 96 al 97. Y aun de la parte  de lo que debió de satisfacer por la zafra hecha el año anterior. Por los ingenios de Manzanillo nada se ha recibido en esta Delegación, así como por el de Pons en Guantánamo y otros de Oriente. Los hechos, pues, han demostrado que la ley de empréstito forzoso no es eficaz, y no puede menos de serlo porque los amos de ingenios, lejos de poseer algún metálico, están empeñados y carecen de crédito, no siéndoles posible obtener dinero sino a cuenta de la zafra. En tal virtud, ¿Cómo les erá dable, sin molienda, conseguir los fondos necesarios para abonar la contribución? Las casas de comercio de Nueva York me pagan, abrigaban la esperanza de que se les dejara moler, y además se encontraban en situación más desahogada que la inmensa mayoría de los propietarios de Cuba. Es preciso por lo tanto plantear el problema tal como es, de un modo práctico, sin hacerse ilusiones: o se da permiso para que se muela a cambio de que los dueños satisfagan en esta Delegación la mitad de la suma total del impuesto, a razón de cincuenta centavos por saco, tomando por tipo el número de sacos hechos en zafra anterior, o se prohíbe absolutamente la molienda. 


REPRESENTACIÓN DE UNA CARGA POR PARTE CUBANA


En el primer caso dispondríamos en poco tiempo de municiones y muchos rifles, aprovechándose el buen tiempo de los meses de julio, a agosto y septiembre_; en el segundo caso tendremos que conformarnos con las modestas contribuciones voluntarias de los emigrados, y ustedes no podrán contar sino con el pequeño auxilio que se posible remitirles, en armonía con los escasos fondos de nuestro tesoro. Si se permite hacer la zafra debe procurarse a todo trance, aun sacrificando algunos hombres, destruir algún ingenio grande de Cienfuegos, el del americano Ackins, que tan hostil se muestra a la causa de la Independencia, o el de algún otro magnate de los que se nieguen a pagar la contribución impuesta. Si no se permite moler, es de todo punto indispensable, para el prestigio del gobierno de la República, que se haga el mismo escarmiento antes indicado. De otra manera, ¿qué respeto podemos inspirar a los que son enemigos, ni qué fuerza moral tendremos en nuestros partidarios? Sírvanos de enseñanza lo que nos ha pasado respecto de la zafra de 96 a 97. Algunos de los que han molido en Matanzas y Las Villas estaban pronto en el mes de septiembre a hacer el pago adelantado de la mitad del impuesto; esos mismos que han hecho la zafra bajo la protección de guarniciones españolas, y sin duda, en muchos casos, a la sombra de gratificaciones entregadas a nuestros jefes de zonas, rehúsan contribuir ahora con cantidad alguna.

Sin embargo, estoy seguro de que si el escarmiento que he apuntado se hiciese tan pronto como fuera posible, muy en breve vendrían ellos mismos a entregar lo que les corresponde, a razón de cincuenta centavos por saco, conforme al número de los que hubiesen hecho este año. Meditaré y adoptaré, sin pérdida de tiempo, una resolución, ya autorizando a esta Delegación para que comience a hacer arreglos con los dueños de ingenios bajo promesa de quie no se les prohibirá hacer la zafra venderá, ay haciendo sentir con mano fuerte a Ackins, Apezteguia y otro igual, el castigo en que han incurrido los que desafiaron y violaron el decreto del gobierno de la República. Yo tengo la lista de los ingenios de Las Villas, Matanzas y La Habana que han molido, y me estoy dirigiendo  a sus dueños en cobro de la contribución que les corresponde; de estos ya algunos han contestado privadamente negándose a pagar; solo uno en Cienfuegos está dispuesto a contribuir, y tal vez generosamente.

Ayer tarde recibí de parte de Poyo, nuestro agente en Key West, el telegrama siguiente: “hoy publicó Yara orden Gobierno, documentos sobre elecciones enviados a mí con Echarte, que insta proceda inmediatamente elecciones ganar tiempo, diga si procedo seguidamente elecciones”. Este telegrama me sorprendió por no saber yo de que se trataba. Contesté: “no tengo comunicación del Gobierno sobre asunto, y no me es posible, por tanto, autorizar acto alguno respecto elecciones”. Tengo entendido que Echarte está empleado en la Secretaria de Relaciones exteriores, y que ha venido con comisión especial, dirigiéndose a key West en vez de venir a Nueva York a entregarme las comunicaciones que trae para mí, y que el mismo me anunciara desde Nassau. He sabido por persona particular aquí que se ha extendido la ley de elecciones a  la emigración, y que la ida de Echarte al Cayo parece obedecer a algo en conexión con eso. De todos modos no comprendo como puede Poyo haber publicado aquella y dado las instrucciones correspondientes para que sean uniformes las elecciones en todos los centros de emigrados. Mucho me temo que esa medida del gobierno venga a introducir la política en los patriotas del extranjero, y sea causa de que se alteren nuestras masas, compactas y disciplinadas hoy, la unión tan necesaria en el exterior.


A continuación tenemos el informe del general Weyler al ministro de la guerra español: 

Pero al comenzar el período de las aguas en la isla de Cuba, es de mí deber señalar a vuestra Excelencia y al gobierno de Su Majestad el estado en que se encuentra al insurrección el territorio de mi mando. La gran Antilla, militarmente consideraba, puede dividirse en dos grandes regiones, la Oriental y la Occidental, siendo sus límites la trocha de Júcaro a Morón o  mejor dicho, de Júcaro a Turiguanó, pues hasta esta isla se extienden las defensas y vigilancia de esta importante línea militar, que nunca existió fortificada en la guerra pasada, y solo en mi mando es cuando real y efectivamente es una obra permanente y de resultado.


EL GENERAL VALERIANO WEYLER


La parte occidental, que llega al cabo de San Antonio, debe considerase fortificada, y con ella el terreno más rico y fecundo de la isla, donde residen los verdaderos recursos, el mayor capital, los más importantes ingenios centrales y donde se cultiva el más preciado tabaco de la isla. Comprendiéndolo así, desde mi llegada dediqué mi atención preferente a todo este territorio, preparando al ejército para combatir bajo las base de su organización natural en divisiones, brigadas y batallones completos, con sus jefes propios; reuní la caballería para sacar todo su efecto útil, creé los hospitales precisos y factorías necesarias, para que al comenzar en noviembre las operaciones no cesaran ni un momento, como así se ha efectuado hasta principios de junio, que las aguas han comenzado, aunque todavía no ha habido afortunadamente que suspend3er en absoluto las operaciones activas.

El resultado de estos siete meses ha superado a mis pronósticos; desde la trocha de Júcaro al cabo de San Antonio no quedan más que grupos aislados sin organización ni comunicaciones, que errantes por montes y maniguas, van chocando sucesivamente con las columnas que, unas veces causándoles bajas, otras haciéndoles prisioneros, otras dispersándolos, otras, presentándose con armas, dan los resultados que decenalmente y diariamente comunico a Vuestra Excelencia por correo y cable.

En mis últimas operaciones, he marchado por trenes de Placetas a Sagua, de esta a Cienfuegos, de Tunas a Spiritus, y viceversa, con sus viajes ordinarios sin locomotora exploradora y sin más escolta que diez o doce hombres dedicados a este servicio, habiéndome convencido de la tranquilidad de las antiguas Villas, que me hace esperar con fundamento que la próxima zafra y recolección del tabaco se hará en esta provincia tan pacíficamente como en las épocas en que a este país no le preocupaba ninguna idea política ni económica.

He reconocido lo más intrincado de las jurisdicciones de Ciego de Ávila, Spiritus y Remedios, llevanod de escolta solo un regimiento de caballería y como apoyo un batallón de infantería, que muchas veces se separaba para reconocer montes o lugares sospechosos, acampando sin más protección que los trescientos caballos que me acompañaban, y a pesar de sto, ni Máximo Gómez, ni Carrillo, ni aquellos antiguos cabecillas de las pasadas guerras, se han atrevido a librar combate, huyeron siempre, dejando en su fuga los sellos y papeles, las cartas y documentos, perdiendo el valor moral y prestigio que entre los suyos tuvieron. “Entró el huracán de Weyler en Spiritus”, decía en una de sus cartas a Carrillo, Máximo Gómez, y razón ha tenido, pues en menos de cuarenta días mis aguerridas tropas ha recorrido, registrado, destruido, quemado y ocupado sus campamentos más famosos, cogido sus depósito de caballos, su más preciado ganado, los boniatales escondidos en los cayos de monte, base de su alimentación y subsistencias. Los hombres armados y las familias se presentaban en los poblados, acosados por el hambre. En el campo no queda con qué vivir y tienen que acogerse al seno de la bandera española que, siempre generosa, olvida lo que fueron y les proporcionará el abrigo de los fuertes del pueblo, vivienda en sus alrededores, un pedazo de tierra donde sembrar y vivir al amparo de la nacionalidad.

Así están Las Villas, Matanzas, La Habana, Pinar, y por consecuencia, cumplido en siete meses de activas operaciones lo más difícil, en mi concepto, de esta guerra, que era la pacificación de la parte occidental de la isla, que por ser la más rica, era la que más recursos proporcionaba al enemigo, restando a la vez los propios al tesoro público.

La parte oriental de la isla, men os poblada que su homóloga, presenta en el momento actual mucho mejor aspecto que al comenzar las operaciones en fin del pasado año; se ha conservado y defendido la región cultivada de Cuba, protegidos los ferrocarriles de Nuevitas al Príncipe, de Gibara a Holguín; lo mismo en el Camagüey que en Holguín, Manzanillo y Cuba, se ha hecho sentir el efecto de nuestras armas y el valor de ejército.

La descomposición cunde en las filas enemigas, no conteniéndolo ni la influencia de Rabí en Manzanillo, Calixto García en Holguín y Tunas, Periquito Pérez y Cebrero en Cuba; las familias se reconcentran a los poblados y los hombres se presentan con sus armas y municiones.


TROPAS ESPAÑOLAS CONTRA LOS INSURRECTOS DE CUBA


La terminación de la trocha de Júcaro es el valladar y apoyo para acabar la insurrección de Oriente, como la línea de Mariel lo fue para la de Pinar del Río; a ella no han querido ni podido llevarlos Calixto García, como dije a Vuestra Excelencia en mi pasado parte; la intención bastó para que comenzaran las presenciones en jurisdicciones que todavía se mantenían firmes los insurrectos.

No me propuse, en mi plan, como Vuestra Excelencia conoce, operar de norte a sur y de oriente a occidente, simultáneamente en toda la isla, sino marchar de occidente a oriente hasta llegar a la Trocha de Júcaro, procurando poner en el momento preciso en cada provincia fuerzas suficientes para rápidamente conseguir deshacer los grandes núcleos, batirlos en zonas una vez dispersos; así afortunadamente ha sucedido.

El tiempo, factor importante en esta guerra, se ha aprovechado, llegando a Júcaro en la época que me proponía. De las aguas dependerá que antes de noviembre haya recibido la insurrección oriental varios golpes que la imposibiliten rehacerse en estos meses de verano; de todos modos, con aguas y sin ellas, me propongo obtener en Oriente, sobre todo en Cuba y Manzanillo, durante la canícula, resultados que me lleven, a los pocos meses de la seca, a poder devolver en breve plazo la paz a esta isla., que con la nueva marcha política decretada por el gobierno y siguiendo en su régimen un plan basado en absoluto, que el labrador vivía en el pueblo y salga cómo los aldeanos en la Península a trabajar sus tierras al campo, reconstituirán el país y pondrán a cubierto esta isla de nuevas insurrecciones, evitando a la Península otra vez sacrificios de hombres y dinero, como las dos pasadas y la actual.


miércoles, 25 de febrero de 2015

BANQUETES EN LA EDAD MEDIA.

CURIOSIDADES:


ESCENA DEL BANQUETE LA VERDADERA HISTORIA DE ALEJANDRO MAGNO

En  la Edad Media, los banquetes eran un momento esencial de la vida social de las clases elevadas. Copiosos, concurridos, lujosos, amenizados con toda clase de diversiones, eran fiestas espléndidas en las que no sólo se comía en buena compañía, sino que también se escuchaba música, se asistía a representaciones teatrales y, sobre todo, se rendía pleitesía al anfitrión, que cuidaba de que cada detalle resaltara su estatus.

Toda ocasión era buena para celebrar un gran festín cortesano. Podía ser un acontecimiento político –una victoria militar, la llegada de un visitante ilustre, la entrada del rey en una ciudad–, una novedad familiar –una boda, un nacimiento o bautizo, pero también unos funerales–, o bien una de las diversas fiestas del calendario, como la Pascua, el Pentecostés o, por supuesto, la Navidad. Entonces se acomodaba una estancia amplia y bien ventilada, lejos del humo y el calor de la cocina. Podía ser la sala de gala del palacio, pero también un patio descubierto o un jardín en el que se colocaba una techumbre portátil; los banquetes incluso podían celebrarse al aire libre.

Cuando había gran número de asistentes podían ocuparse varias salas de la residencia. Por ejemplo, en el banquete ofrecido en París, en 1461, por el duque de Borgoña, Felipe el Bueno, «todos los señores emparentados con la familia real y los grandes barones de Francia acudieron en una multitud prodigiosa», aseguraba un cronista, de modo que «todas las habitaciones en las que podía sentarse gente estaban llenas». En algunos banquetes había hasta público, burgueses o aldeanos de la zona que se acercaban a contemplar a la jet set de la época y sus derroches.

En la sala, los comensales se distribuían según una jerarquía preestablecida. El anfitrión se colocaba en una mesa exclusiva, más elevada que las demás, cubierta por un dosel e iluminada especialmente. A ambos lados de esta mesa se situaban las de los invitados, de modo que los de mayor estatus estuvieran más próximos al anfitrión. Todos ellos solían sentarse únicamente a un lado del tablero, en bancos cubiertos con cojines o tapetes, y la comida se servía de frente.

Las mesas se montaban para la ocasión, con simples tablas colocadas sobre caballetes; las mesas fijas se generalizaron tardíamente, entre la rica burguesía de las ciudades italianas y flamencas. Las tablas se cubrían con lujosos manteles, adornados con franjas de brocado. Sobre el borde de éstos se colocaba un segundo mantel más estrecho para que los comensales se limpiaran los labios y las manos, aunque en algunos lugares, como la corte de los reyes de Aragón, ya se utilizaban las servilletas de boca en el siglo XIV. También se disponían recipientes con agua de rosas para que los comensales se pudieran lavar las manos antes y durante la comida, cada vez que se degustaba el vino o entre plato y plato. Un método de aseo más extravagante fue el que ideó Ludovico Sforza, duque de Milán, de quien se decía que hacía atar conejos a los asientos de sus invitados de modo que éstos se pudieran limpiar las manos en el lomo del animal.

La cubertería de la mesa medieval se limitaba a las cucharas y los cuchillos, puesto que el tenedor se generalizó únicamente a partir del Renacimiento. Aparte del potaje, para el que se usaba la cuchara, los comensales comían con las manos, aunque con arreglo a ciertas normas de decoro; en Castilla, por ejemplo, el código legal de las Partidas establecía que los trozos de carne debían cogerse con dos o tres dedos. Sobre la mesa se colocaban otros elementos: un salero, un recipiente en forma de nave usado quizá para poner las especias, y las copas o vasos, que no eran individuales sino que se compartían.

En la comida se utilizaba una vajilla muy variada: jarras, bandejas, aguamaniles, copas, escudillas, platos… Cubiertas a menudo de oro o plata, estas piezas de gran valor se exponían en un aparador para que los invitados las admirasen. Sabemos que en 1384, la vajilla de Luis de Anjou se componía de 3.000 piezas, el 10 por ciento de oro y el resto de plata dorada o blanca, todas perfectamente dispuestas en aparadores. Del servicio se encargaba el personal doméstico del anfitrión, dirigido por un noble con el cargo de mayordomo: había coperos que servían la bebida, escuderos que traían los platos, trinchadores que se encargaban de cortar la carne... Los grandes banquetes se componían de varios servicios, generalmente tres o cuatro, aunque se sabe de casos en Italia de hasta diez servicios. A su vez, cada servicio se componía de diversos platos que se colocaban en la mesa de modo que cada comensal iba tomando lo que le apetecía. El afán de ostentación por parte del anfitrión llevaba a multiplicar los platos; el récord tal vez corresponde al célebre banquete del Faisán celebrado por el duque de Borgoña en 1454 en Lille, en el que cada servicio tenía 44 platos.

CUCHARAS DE PLATA BIZANTINA

Los servicios seguían un orden según el tipo de comida. El primero se dedicaba a la fruta y otros platos de temporada. Luego se servía el potaje, y tras éste venían los «platos fuertes», que correspondían principalmente a las carnes, mejor valoradas que el pescado.

La más apreciada era la carne de caza (ciervo, jabalí, perdices...), reservada justamente para los festines dado que no se consumía a diario; luego venía la volatería de corral –capones, ocas, gallinas, incluso cisnes– y en tercer lugar las carnes rojas y consistentes (ternera, carnero). Los platos se sazonaban con salsas hechas de especias y zumos de frutas ácidas; el uso de especias de origen exótico (el jengibre blanco, el azafrán, el comino o la pimienta) era otro elemento de distinción social. En cuanto a la bebida, se servía vino, cerveza, sidra o hidromiel.




El anfitrión buscaba impresionar a sus invitados no sólo con la cantidad y calidad de la comida, sino con su presentación espectacular.

 Por ejemplo, un papa de Aviñón, Clemente VI, hizo sacar en su banquete de coronación un árbol de plata del que colgaba fruta fresca, junto a otro árbol natural del que colgaban frutas confitadas. En cuanto a la carne, se presentaban los animales asados conservando su forma natural, incluido el plumaje en el caso de las aves. El mismo Clemente VI ordenó un castillo comestible cuyas paredes se elaboraron a base de aves asadas, ciervos cocidos, jabalí, liebre, cabra y conejo. Amadeo VIII de Saboya, por su parte, ofreció a finales del siglo XV un gigantesco castillo con cuatro torres, figuradas por cuatro hombres, en el que se contenía cochinillo asado dorado que lanzaba fuego, un cisne preparado y revestido con su propio plumaje, y una cabeza de jabalí asado, entre otros ingredientes.

En los siglos XIV y XV se pusieron de moda los intermedios entre servicio y servicio. Anunciados por toques de fanfarria (en los banquetes también había acompañamiento musical), eran auténticos números teatrales que transmitían un mensaje político concreto. Por ejemplo, en 1378 el emperador de Alemania Carlos IV organizó durante un banquete una grandiosa representación de la conquista de Jerusalén. En 1385, por el matrimonio de Carlos V de Francia, el episodio elegido fue el asedio de Troya. En el ya citado banquete del Faisán se organizó una compleja performance, que incluía a una mujer desnuda atada a una columna que simbolizaba a Constantinopla capturada por los turcos; al final aparecía un faisán con un rico collar al cuello sobre el que el duque Felipe de Borgoña juró organizar una cruzada para liberar Bizancio. Pero terminado el banquete nadie le pidió que cumpliera su promesa.

FUENTE- Pilar Cabanes. Historiadora,